Gazeta de Antropología
Nº 20 · 2004 · Artículo 18 · http://hdl.handle.net/10481/7269
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Desanudando el lío de la identidad nacional en Venezuela
Straightening out the national identity of Venezuela

Johnny Alarcón Puertas
Departamento de Ciencias Humanas, Unidad de Antropología. Universidad del Zulia. Maracaibo, Venezuela.
alarconpuentes@cantv.net


RESUMEN
El siguiente trabajo intenta clarificar algunos aspectos esenciales de la construcción de la llamada identidad nacional venezolana en el transcurrir histórico. Para ello analizamos las bases de nuestra con-formación identitaria que comienza con un proyecto fraguado desde la capital político-administrativa del país, luego de la independencia (1811). A partir de ese momento se impusieron paulatinamente una serie de pautas y valores culturales a toda la nación como criterio único que definían nuestra identidad. Hemos concluido que lo que conocemos como identidad nacional es solo un grupo de pautas culturales de algunas regiones específicas y que han sido extrapoladas, por el capricho de una élite política, a todo el país. En esta identidad no se toma como punto de partida la heterogeneidad social y cultural de Venezuela, por el contrario, se la niega.

ABSTRACT
This article tries to clarify some essential aspects of the so-called national identity of Venezuelans, observed over the course of the time. To do so, the root of our identity process has been analysed, starting from a project from the Venezuelan political-administrative capital, after independence in 1811. Since then, a range of cultural guidelines and moral values gradually started to prevail in the nation, as the only way to define our identity. We concluded that what is considered as national identity is only a group of cultural guidelines of some regions, extrapolated, following the whim of a political elite, and then imposed on the whole country. We hold that this identity is not founded on the social and cultural heterogeneity of Venezuela; on the contrary, this heterogeneity is denied.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
identidad nacional | posmodernidad | modernidad | globalización | cultura | national identity | Postmodernity | Modernity | globalization | culture


Introducción

Este trabajo representa una visión contrapuesta a lo que comúnmente manejamos sobre identidad. En el texto se concibe el proceso de construcción de identidades partiendo de las particularidades existentes en cada espacio societario. Para ello analizamos la raíz del fenómeno que se remite a la conformación nacional luego de la Independencia. Observamos cómo en ese período comienzan a im/ponerse una serie de valores y pautas culturales a todo el país como si ellas reflejaran su totalidad, negando de esta manera los desarrollos culturales particulares y bien diferenciados de cada región. 

En una segunda parte, se abordan los planteamientos de la posmodernidad con su crítica a los modelos universales y desarrollos culturales unilineales que han alentado la perspectiva del reconocimiento a la diferencia. La globalización es tomada como fenómeno que unifica, pero que a la vez re-vitaliza la diferencia en la medida que se hace más impositiva.

Por último, se concluye que toda elucubración teórica sobre la identidad debe sustentarse en las características específicas de cada espacio social. En estos términos la identidad nacional debe pasar primero por la asunción de la pluralidad y buscar puntos de enlaces para re-definir así el ámbito general. 
 

Nacionalismo e identidad

Venezuela es un pueblo sumamente rico en manifestaciones culturales. Cada región,por ejemplo, tiene una serie de características que los identifican y distinguen del resto de los venezolanos, identidad que a su vez adquiere significados diferentes en las distintas localidades que conforman cada entidad. Los particularismos locales no impiden que los pobladores se identifiquen genéricamente con unos determinados valores, a pesar de que haya elementos culturales específicos muy arraigados que no trascienden las fronteras de esa sociedad. Eso no significa que estén aislados del resto del colectivo, sino que tienen una identidad local que se refleja en el todo cultural de una región más amplia, ya que la identidad regional se construye con la conjunción de muchos particularismos locales. 

Lo que se reconoce hoy como identidad nacional no es el proceso lento y progresivo de construcción de unos determinados símbolos que nos representen en totalidad como país, sino un cúmulo de pautas de distintos espacios regionales que han sido generalizadas al resto de la población, desde los distintos centros de poder hegemónicos, en diferentes tiempos históricos. Con el proceso independentista se llevó a cabo el segundo intento (1) por acallar las voces de la diferencia. El proyecto de unidad nacional liderado por el mantuanaje caraqueño no fue más que la expresión de la homogeneización cultural que negaba la diferencia y restringía los particularismos regionales en favor de la centralización. Se establece toda una estructura práctica y teórica para reafirmar una identidad nacional. Como plantea Nelly Arenas: "Cada unidad nacional produjo, con miras a cohesionar con sentido particularista su población, símbolos, cultos a héroes, fiestas patrias, etc." (1997: 147). En Venezuela la élite -en distintos tiempos históricos- recurrió a inventar e imponer una tipo de música, vestimenta, héroes, himno, bandera y escudo con los cuales, supuestamente, debían estar identificados todos los venezolanos. 

Es así como la concepción de nación nacida de la modernidad se fundamenta en el hecho de que se comparte una misma cultura y, por consiguiente, una misma identidad y que solo se aprecia la diferencia con respecto a otras naciones, pero no a lo interno. Allí se desconoce la diversidad y se imponen elementos unificadores que conducen a la ansiada igualdad nacional. Como expresa Roger Chartier "La creación (o recreación) de Estados nacionales trae consigo procesos de invención del pasado y de la identidad" (2000: 2). Debido a la pluralidad cultural, económica y social existente en el territorio se produce la destrucción del mosaico cultural y se refuerza la centralización del poder económico y político, pues precisamente la realidad histórica del siglo XIX no permite una unificación nacional por las especificidades y particularismos regionales del territorio que se va a llamar Venezuela, por ello se recurre a inventarla. En este sentido, la identidad es una construcción que se da por efectos del poder que genera un grupo al tomar las riendas del estado. Por consiguiente, el estado se reservó el predominio para delinear la identidad nacional, pero como plantea Jorge Klor de Alva "... no se le puede permitir al Estado que subvencione la continuidad de diferencias culturales, ya que éstas tienen que regresar a ser algo privado, voluntario, y dependiente de la voluntad colectiva de los practicantes" (1995: 138). La identidad inserta en el plano de las diferencias no puede ser una construcción impuesta por un sector social y transferida como una mercancía al resto de la sociedad.

El estado moderno en Venezuela construyó una identidad que servía para homogeneizar y aglutinar todo un territorio bajo unos parámetros convenientes para la élite en el poder. Es entonces cuando se apela a un pasado en común, a una historia y tradiciones compartidas y, además, a la existencia de una lengua unificadora. Pero esa historia tan solo se remonta hasta la independencia, dando toda una experiencia simbólica que permite expresar unos mitos patrios o heroicos. La Independencia y Bolívar se transformaron en los mitos de origen de la nacionalidad venezolana, mitos que costaron en afianzarse en el siglo XIX por la diversidad cultural y la dinámica socio-económica de las distintas regiones. Es por ello que Chartier plantea que "enfrentamos un problema más profundo y acaso más difícil: la fabricación de mitos históricos destinados a construir y/o consolidar identidades" (2000: 1).

La identidad nacional se trasformó en un dogma incuestionable como los postulados bíblicos defendidos por sus exegetas. Fue una identidad nacional manipulada para justificar la unidad político-económica de un territorio. Lo único que se buscaba era darle un borrón a los regionalismos, a las etnias indígenas, a las comunidades afroamericanas y a todo lo que oliera a diferencia, pues todo aquello le hacía daño al proyecto de la modernidad ligado a las premisas de la ilustración que tenían como base el progreso, el desarrollo, la igualdad, la libertad de comercio, etc. Entonces las raíces del problema de la identidad en la actualidad, nos llevan indiscutiblemente a la manera como a partir de 1811 se asumió la modernidad en el país. 

En estos momentos en los cuales se encuentra en boga el tema de la identidad ya que políticos, comunicadores sociales, académicos, culturólogos, hablan de crisis y del rescate de la identidad, planificándose estrategias para reencontrarnos con la identidad nacional perdida, se hace necesario puntualizar qué es lo que se encuentra en crisis y qué se pretende rescatar, pues es una verdad de Perogrullo que lo que nos han vendido e impuesto por identidad venezolana es una gran simulación digna del cine de oro mejicano. Esa identidad nacional no puede salir incólume del descrédito en que se ha sumido por las tergiversaciones conscientes e inconscientes que se han hecho.

Es inaplazable rectificar el rumbo y la mejor manera posible es buscar los mecanismos para desaprender y deconstruir la forma cómo se ha pensado la identidad, al mismo tiempo que se hace necesario desmitificar los lugares comunes estereotipados en los que se ha convertido nuestra llamada identidad nacional. Esta visión de identidad que proponemos debe partir de bases sólidas arraigadas en el pasado, pero sin pretender ser necrófagos culturales, ya que ese pasado es importante tan solo en la medida que fue construyendo y delineando nuestras características muy particulares, es decir como marco referencial y no como centro de la identidad. El primer paso que nos llevará inevitablemente a un acto de absolución es mirar desde nuestra mismidad a la otredad, con unos lentes de amplitud y aceptando las sociedades pluriculturales y las identidades múltiples que se construyeron sobre la base de núcleos sociales interactuantes con intercambios con otros complejos societarios. Ya no puede imaginarse al otro como a un ser de ultratumba, negativo, al cual hay que erradicar o asimilar a la cultura que se pretende superior, pues se ha querido invalidar por más de cinco siglos todo el proceso cultural de la otredad y se le quiere extirpar como a un cáncer maligno. En este sentido, los colectivos no pueden permanecer cerrados y a espaldas de los cambios culturales necesarios que le permitan sobrevivir y refundarse. Esteban Emilio Mosonyi nos dice al respecto:

Más aún, todo tipo de identidad debe permanecer abierto al intercambio fructífero con los otros colectivos humanos, comunicándose con ellos en todos los ámbitos del quehacer humano sin por eso perder su originalidad, ni su especificidad (1982:283).
Por supuesto, esto significa valorar nuestro propio proceso cultural gestado a lo largo de varios siglos, pero al mismo tiempo apreciar la historia y la cultura de otros pueblos con el deseo de aprender de sus experiencias, es decir, un dialogo entre identidades. En este sentido, coincidimos con Marc Auge, en que "La identidad se construye poniendo a prueba la alteridad" (2001: 62).

De todo lo expuesto, queda claro que no existe una sola identidad cultural sino una secuencia de identidades (2) que no se han articulado para hablar de una identidad nacional. Pues como plantea Mosonyi: 

Aún no poseemos una identidad nacional plenamente conformada, pero sí identidades parciales bien delineadas si bien fuertemente reprimidas, de cuyo diálogo perpetuo está asomando tímidamente un ser colectivo de características más definidas (1982:161).
Por ello se hace necesario el reconocimiento de los particularismos y diversidades culturales, para de esta manera construir un punto de enlace para delinear una identidad venezolana consensual que represente la realidad de los pueblos participantes. 
 

Construcción identitaria

En ese permanente proceso de construcción de identidades, los valores culturales como la música, lo culinario, el arte o el idioma se van transformando, recreando, vitalizando e incluso perdiéndose. Es por ello que la música, los cultos, la veneración a distintas deidades, las expresiones lingüísticas, la cosmovisión y toda la gama de platos alimenticios no pueden verse como manifestaciones anquilosadas en el pasado (un legado pasivamente heredado), sino como vivencia del presente con todos los aportes de las personas que participan de él. Sin embargo, hay que tomar en cuenta la manera de nutrirse una expresión cultural, pues si lo hace con características propias de ese espacio y tiempo histórico definido o a partir de la negociación y re asunción de aspectos esenciales de origen foráneo se renueva y revivifica como parte de la identidad específica; pero cuando adquiere particularidades ajenas impuestas y sin ningún fundamento en la realidad social se deforma y tergiversa su esencia. En la actualidad la identidad se construye con elementos de distintas partes del mundo, por tanto, no podemos pretender la implantación de una autarquía identitaria.

Hay expresiones culturales que han trascendido su espacio natural, para ser asumidas casi por las mayorías sociales de un territorio más amplio. Por ello algunas manifestaciones culturales representan un aspecto de la identidad regional o local y han dejado de ser un elemento cultural particular de una comunidad. 

Debido a las características sociohistóricas múltiples que comparten las sociedades en incesante interrelación, es imposible pretender que las manifestaciones culturales se extrapolan idénticamente a todos los lugares y que, además, hubieran permanecido inalteradas. Por el contrario, se han ido transformando y adquiriendo nuevos elementos que tienen que ver con el medio geográfico y las particularidades de cada región; es decir, ha adoptado características geohistóricasde la localidad en la cual se han insertado. 

Creemos que no es necesario buscar «pares» en ninguna parte del planeta a los fenómenos culturales e identitarios realmente particulares y novedosos de AméricaLatina ya que en estas tierras se llevó a cabo una compleja mezcolanza étnica que hace casi imposible decretar que «esto» es de origen netamente indígena, europeo o africano y «esto» otro no lo es. Debemos reconocer las raíces de esas sociedades en un determinado espacio cultural, pero jamás ubicar lo específico de ellas en una comunidad, pues sería tanto como limitar la creatividad de las decenas de miles de seres humanos que llegaron a América y que fueron adaptándose al medio histórico-geográfico al tiempo que comenzaron a innovar y a producir formas culturales únicas y exclusivas de la heterogénea América Latina.
 

Globalización, posmodernidad e identidad

Otros ingredientes con los que se adereza el banquete de la identidad son el discurso posmoderno y la globalización. La posmodernidad -confesamos no ser apologista de esta teoría- es un elemento teórico que ha permitido colocar en la palestra pública el desarrollo cultural y la construcción de identidades de los pueblos latinoamericanos, pues su cuestionamiento a las sociedades construidas bajo las premisas de la modernidad europea puso al descubierto los hilos que han movido a los estados nacionales en su constante negación de la diferencia. Vemos a la posmodernidad como crítica a la modernidad, que ya tiene más de doscientos años moviendo al mundo, y no solamente como una moda intelectual que propugna la desesperanza, el vivir el presente sin pensar el futuro, el no hay salida a la situación actual. Lo que reivindicamos de la posmodernidad es su visión de la diferencia y de las identidades étnicas, pues vemos con mucho recelo y cierta distancia los planteamientos justificadores del neoliberalismo, la muerte de la historia y del sujeto y hasta la pérdida de las esperanzas en una sociedad más justa.

La globalización no es otra cosa que una dinámica que nos inserta en la lógica del capitalismo neoliberal consumista a escala mundial, eso sí, de manera muy desigual y desventajosa para nuestros países dependientes. Esto que han denominado globalización o mundialización de la economía afecta todos los ámbitos del quehacer cotidiano de las sociedades. Se generan cambios alimenticios ya que se imponen pautas de consumo, de horario, se afecta el idioma, las comunicaciones y se insiste en el consumo desenfrenado. Por si fuera poco, jerarquiza mucho más las sociedades pues las divides entre quienes acceden al nuevo modelo y quienes no.

La globalización es contradictoria. Por un lado intenta homogeneizar en el plano económico y cultural, pero ha logrado el efecto inverso, ya que en el sector cultural se re-valorizan las diferencias. El proyecto se intensificó a finales de los noventa, pero que no es nuevo como se ha pretendido. A pesar de las economías mundializadas, de la expansión de la industria cultural unificante, de la interconexión de los espacios a través de las comunicaciones, los lugares diferenciados regional o localmente tienden a re-vitalizar sus procesos culturales. El impacto de la globalización, en cierta medida, ha impulsado la definición de las identidades, pues es un campo propicio donde las sociedades periféricas pueden enfrentar el proceso unificador-global.

En esta sociedad tendente a la globalización es frecuente que la cultura mayoritaria o envolvente -occidentalizante- imponga sus pautas culturales homogeneizantes con el peligro de que se reduzca cada vez más el mundo de lo diverso. En este sentido, debemos reafirmar nuestra identidad étnica en incesante mutación y construcción.

Tanto la posmodernidad como la globalización deben ser tomados muy en cuenta al momento de analizar a profundidad las construcciones identitarias. De lo contrario reduciríamos los estudios a charlatanería escatológica que no rebasa los estrechos límites de los espacios regionales y, además, buscaríamos salidas a la problemática de las identidades partiendo de los mismos planteamientos modernos bajo los cuales se ha construido el enredo de identidad nacional que ha desdibujado la verdadera riqueza de la diversidad cultural. 
 

Que sirva como conclusión

No se puede seguir afianzando una identidad nacional arbitraria propiciada por una élite y que sirve como justificativo a la unidad político-económica de un territorio. Es innegable que la construcción de la llamada identidad nacional tuvo su expresión inicial con el proceso Independentista, pues en ese momento comienza toda una gama de expresiones identitarias que se postulan como representativas de la venezolanidad, pero que no son más que experiencias de regiones particulares que se extrapolan al resto. Por esta circunstancia se hace necesario desmitificar los lugares comunes estereotipados en lo que se ha convertido nuestra llamada identidad nacional

Por ultimo, es necesario reivindicar la necesidad del reconocimiento de los particularismos y diversidades culturales, para de esta manera construir un punto de enlace para delinear una identidad venezolana consensual que represente la realidad de nuestros pueblos. Enfrentar los procesos globalizadores que penetran las estructuras sociales e imposibilitan a los pueblos la construcción de identidades autónomas, pero en constante interrelación con la alteridad.



Notas

1. El primero se dio con la invasión europeo que negó los procesos culturales de los indígenas.
2. Tampoco pretendemos diluirnos en un mar de pluralismos sin rumbo ni definición y desarticulados totalmente, en el cual se disuelva la identidad.



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Publicado: 2004-07


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