Cuerpos, docilidad y deseo. La identidad colectiva en ese monstruo llamado Belfondo, de Jenn Díaz
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URI: http://hdl.handle.net/10481/59650Metadatos
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Torras, MeriEditorial
Universidad de Granada
Materia
Cuerpo Deseo Género Identidad Novela Corps Désir Genre Identité Roman Body Desire Gender Identity Novel
Fecha
2012Referencia bibliográfica
Torras, Meri. Cuerpos, docilidad y deseo. La identidad colectiva en ese monstruo llamado Belfondo, de Jenn Díaz. Sociocriticism, 27, 2012, pp. 67-84. [http://hdl.handle.net/10481/59650]
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Este texto se inscribe en la producción investigadora del grupo Cuerpo y Textualidad (2009SGR-0651), específicamente en el marco del proyecto FFI2009-09026.Resumen
Aparecida en 2011, Belfondo, la opera prima de Jenn Díaz (Barcelona,
1988), se ocupa de la monstruosidad de un pueblo imaginario, homónimo, que
mediante su funcionamiento a modo de organismo vivo, desafía la naturaleza, e
impone un orden centrífugo, fundamentado en la repetición. Junto a él, se establece
también esa vida más simple y si no más verdadera al menos tan verdadera como cualquier vida, por lo que cabe dirimir que el encerramiento en Belfondo tiene
poco de cárcel y acaba constituyéndose a través de una dulce rutina, acomodaticia,
por la que se cuela, día a día, la vida de sus habitantes, como en un lento desagüe
que, sin embargo, los hace girar a todos, en perfectos círculos concéntricos en
espiral, hacia un centro que los aniquila poco a poco. El mismo proceso iterativo
acaba materializando unas funciones marcadas por el género-sexo y hasta llega a
naturalizar unos cuerpos dóciles, obedientes a la ley y miedosos del castigo. Jenn
Díaz, de mano de la etimología, lleva esa monstruosidad al propósito íntimo de su
escritura; esto es: convertir un pueblo-monstruo en algo digno de ser expuesto,
mostrado (del latín monstrare), porque los monstruos, por excepcionales, solamente
pueden evidenciarse con el testimonio irrefutable de su propia presencia. Apparue en 2011, Belfondo, la première œuvre de Jenn Diaz (Barcelone, 1988), aborde la monstruosité d'une ville imaginaire, homonyme, qui
par son fonctionnement comme un organisme vivant, défie la nature et impose
un ordre centrifuge, basé dans la répétition. En elle s’établi aussi une vie plus
simple et plus vraie ou du moins aussi vraie qu’une autre vie, d’où l’on déduit
que l’enfermement dans Belfondo a peu de l'enceinte d’une prison et se constitue
finalement par le biais d’une confortable routine, qui laisse passer la vie de ses
habitants au jour le jour, comme dans un lent déversoir, qui, cependant, les fait
tourner en de parfaits cercles concentriques en spirale, vers un centre qui les
anéantit peu à peu. Le même processus itératif fini par matérialiser des fonctions
marquées par le genre jusqu’à neutraliser des corps dociles, obéissants à la loi et
effrayés par la perspective d’une punition. Jenn Diaz, en suivant l'étymologie,
amène cette monstruosité à l’intention intime de son écriture, en transformant un
village-monstre en quelque chose digne d’être exposé, montré (du latin monstrare),
parce que les monstres, car exceptionnels, ne peuvent se manifester que par le
témoignage irréfutable de leur propre présence. Published in 2011, Belfondo , the debut novel of Jenn Diaz (Barcelona, 1988), deals with the monstrosity of an imaginary town that by its operation
as a living organism, challenges nature, and imposes a centrifugal order, based
in repetition. Simultaneously, it also shows a simpler and truer life, at least as
real as any living organism, so as to demonstrate that Belfondo, far from being
experienced as a jail, functions as a sweet daily routine, day-to-day practice of its inhabitants. However, everything spins in perfect concentric circles toward the
center that gradually destroys it. The same reiterative process is just materialized
in gender and sex roles so as to naturalize docile bodies and make them obedient
to the law and afraid of punishment. Jenn Diaz intention is to show the monstrosity in writing about a monster turned into something worthy of being exhibited,
demonstrated (Latin monstrare), because monsters can only prove their existence
with irrefutable evidence of their own being.