Gramsci y la lucha contra la explotación cultural
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URI: https://hdl.handle.net/10481/98391Metadatos
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ANTONIO GRAMSCI MANUEL SACRISTÁN
Fecha
2024Resumen
“La filosofía de la praxis es el “historicismo” absoluto, la mundanalización y terrenalidad absoluta del pensamiento, un humanismo absoluto de la historia. En esta línea hay que interpretar el filón de la nueva concepción del mundo” (CXI, §27) .
Esta definición de Gramsci incluye una caracterización de la filosofía marxista que cabe interpretar como explicitación de una misma descripción, en la que se varían las adjetivaciones. Historicista es una filosofía cuyas potencias se calibran por su capacidad de influencia histórica y, en ese sentido, Gramsci propone valorizar la práctica de la filosofía inspirada en Marx y encarnada en el movimiento comunista. Gramsci propone la figura de un “filósofo democrático” caracterizado por la ampliación de los interlocutores y por pensarse “más allá del individuo físico”. El filósofo democrático modifica su entorno y se diferencia del filósofo tradicional, concentrado en “su propio pensamiento, “subjetivamente” libre, es decir, abstractamente libre [que] resulta motivo de burla” (C, X, 44). El filósofo democrático no solo educa, sino que, como exige la tercera de las Tesis sobre Feuerbach, se deja educar por el ambiente cultural, por los problemas que plantea. Y Gramsci nos aclara: “Esto es, es la relación/filosofía historia”. La práctica democrática de la filosofía es otra manera de especificar la tesis del “historicismo” absoluto.
Dicho lo cual, no resulta fácil de entender qué quiere decir Gramsci y si, más allá de algunas fórmulas sugerentes, plantea un programa practicable para su tiempo y quizá para el nuestro, si es que la filosofía de la praxis puede existir sin un movimiento revolucionario y sin la confianza en él. El filósofo o la filósofa democrático o democrática constituyen un enigma.
Mi tesis es que Gramsci proporciona un programa para otra práctica de la filosofía, la cual puede enderezarse sin movimiento comunista e incluso sin abrazar el marxismo -aunque ciertos motivos marxistas sean absolutamente imprescindibles para esa nueva práctica. Esa práctica es difícil de captar incluso entre sus mejores lectores. Es el caso de Manuel Sacristán de quien me ayudaré para delimitar la práctica gramsciana de la filosofía democrática, en alguna ocasión acogiendo las sugerencias de Sacristán y en otras discutiendo sus interpretaciones. Además de una reputada Antología, Sacristán publicó dos textos sobre Gramsci, introdujo comentarios de entidad en otro y, entre sus inéditos, se rescató un trabajo inacabado con el título de El orden y el tiempo. Sin embargo, la inspiración del sardo se palpa incluso cuando falta la referencia explícita. En cada uno de esos momentos pueden discernirse dudas y conflictos en Sacristán, como si tuviese dificultades integrar el desafío gramsciano.
Son tres los ejes de mi interpretación del Gramsci leído por Manuel Sacristán. El primero procede de la propuesta gramsciana de la existencia humana. El segundo eje tiene que ver con la relación de la filosofía con otros órdenes culturales, y es aquí donde polemizaré más con la lectura sacristaniana de Gramsci. El tercero, enunciado de manera imprecisa, sin referencia a Gramsci y casi como un desahogo personal y política, recoge la idea de la filosofía y la cultura como un orden de explotación y la apuesta por una lucha contra tales efectos. Mi aportación se subraya en este tercer momento, ya que defenderé que el diagnóstico de Sacristán se compadece con una teoría de la práctica democrática de la filosofía que no busca explotar para conseguir plusvalías económicas o simbólicas.