El arte como legado. Patrocinio y mecenazgo en la Abadía del Sacro Monte. Siglos XVII y XVIII
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Universidad de Granada
Departamento
Universidad de Granada.; Programa de Doctorado en Historia y ArtesMateria
Historia del arte
Materia UDC
7.07 5506
Fecha
2019Fecha lectura
2019-04-05Referencia bibliográfica
Valverde Tercedor, José María. El arte como legado. Patrocinio y mecenazgo en la Abadía del Sacro Monte. Siglos XVII y XVIII. Granada: Universidad de Granada, 2019. [http://hdl.handle.net/10481/55754]
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Tesis Univ. Granada.Resumen
En el capítulo primero, dedicado al marco histórico, partiendo de los estudios publicados, analizamos las similitudes y divergencias entre sacro monte, calvario, vía crucis y vía sacra. A continuación ofrecemos unas pinceladas a la historia de la Abadía, donde pretendemos ponderar su importancia como santuario contrarreformista y su papel en la concepción de Granada como «Nueva Jerusalén». Pedro de Castro es el protagonista principal del segundo de los capítulos, en él, guiados por el Místico Ramillete de Heredia Barnuevo (1741), perseguimos establecer una biografía suya, analizando los aspectos más significativos de su infancia, su formación y primeros empleos. Nos centraremos principalmente en sus etapas como arzobispo de Granada y Sevilla, incidiendo en la influencia que san Carlo y Federico Borromeo ejercieron en su ideario. Bajo una misma temática se sitúan los capítulos tercero, cuarto y quinto, en los que pretendemos, no solo establecer una relación de las distintas donaciones de Pedro de Castro a la Abadía desde su posición de arzobispo de las sedes granadina y sevillana, sino ahondar en sus motivaciones y estudiar su naturaleza. Así como aportar un análisis artístico de la arquitectura proyectada y las obras localizadas. En ellas observamos el importante peso que tuvo el patrimonio heredado por Castro a través del mayorazgo de su padre, Cristóbal Vaca de Castro (1492-1566), y los ricos fondos de la hacienda de la Iglesia sevillana lo que, tras la muerte del arzobispo, provocó el desencuentro entre el cabildo del Sacro Monte y el cabildo hispalense. En el mismo contexto histórico de la fundación del Sacro Monte se sitúa el capítulo sexto, en él, sentando las bases del esquema que seguiremos durante el resto de la tesis, establecemos el primero de los bloques de canónigos sacromontanos (1608-1651) constituido por Justino Antolínez (primer abad), Francisco de Barahora (canónigo obrero) y Pedro de Ávila (primer abad electo). En este caso, a los tres personajes les une el haber sido unos pilares muy destacados en la fundación del Sacro Monte, habiendo caminado desde el primer momento junto a Pedro de Castro. De todos establecemos una pequeña biografía, centrándonos principalmente en sus donaciones testamentarias. El capítulo séptimo lo integran un conjunto de personajes de gran relevancia, seguidores todos del arzobispo y muchos de ellos sus servidores, los cuales constituyen el que llamamos como círculo de Pedro de Castro. De todos, por su legado patrimonial a la Abadía, destacamos a Agustín Manrique, quien entre otros fastos se encargó de la decoración de la bóveda central del claustro, y junto a él, al secretario del arzobispo y primer secretario de la Abadía, Cristóbal de Aybar.
El capítulo octavo se lo dedicamos al estudio de un nutrido grupo de personajes sacromontanos que desarrollaron su actividad en un periodo de crisis ocasionada tras la muerte de Pedro de Castro. Una depresión, con destellos de brillantes excepciones, que se consumó definitivamente con la condena a los libros plúmbeos en 1682. En este contexto se nos presentan algunos de los religiosos que demostraron mayor fidelidad a la Abadía, siendo este el caso de Juan Jerez, Baltasar de la Peña, Cristóbal Gómez de Vega, Miguel de Aguilar y Juan Riscos. En el capítulo noveno irrumpen con fuerza los que sin lugar a dudas son cuatro de los más influyentes personajes de la historia de la Abadía. El primero, José de Barcia, capitaneó un proyecto que cambió los derroteros de la institución y no es otro que la construcción de un colegio (1676-1724). Esta ambiciosa empresa estuvo secundada por el que, después del arzobispo Castro, fue el prelado granadino más sacromontano: Martín de Ascargorta y el arzobispo de Toledo, Diego de Astorga. Junto a ellos, en esta época brilló con luz propia el abad, Tomas José de Montes.
El décimo capítulo está dedicado al esplendor en las Cuevas protagonizado entre finales del XVII y comienzos del XVIII por la reedificación de la capilla de Nuestra Señora con su magnífica cúpula barroca, gracias, en primera instancia, al fervor de la marquesa de Villamanrique. Esto es claramente demostrativo del impulso devocional que la referida imagen mariana vivió en este momento. A este hay que unir la devoción al Crucificado, más que justificada en un espacio martirial, integrada en las Cuevas gracias a Antonio Bernuy y Mendoza. El idilio entre el Sacro Monte y la municipalidad de Granada, en el siglo XVIII, es el protagonista del undécimo capítulo. En él brillan con luz propia, entre otros, el presidente del cabildo, Heredia Barnuevo, y los caballeros veinticuatro, Juan de la Cueva y Pascasio de Baños, y tiene en la apertura del Carril de los Coches, proyectado 1738, al servicio de la nobleza granadina, el más llamativo de sus frutos. En duodécimo capítulo está centrado en la que podríamos llamar la segunda época dorada del Sacro Monte. En esta etapa fueron fundamentales los descubrimientos de la Alcazaba del Albaicín. A propósito de ello, nos centramos en analizar la proyección del mensaje de tales hallazgos en el retablo mayor (1746-1748), cuya conformación iconográfica le convierte en el paradigma de la ideología arqueológica del Sacro Monte. En él tomaron un relevante protagonismo, junto a otros, figuras destacadas como el beneficiado de las Angustias, Gregorio Eugenio de Espínola (donante), o los canónigos Luis Francisco de Viana y Bustos y José de Laboraria (ideólogos y comisarios). El capítulo número trece está dedicado a la ampliación del templo del Sacro Monte, a través de la cual la vetusta iglesia colegial pasó de tener una a tres naves, superando su inicial carácter provisional, gracias al impulso de Manuel López de Mesa, y al respaldo del abad Martín Vázquez de Figueroa. En este contexto situamos a Antonio Sánchez y la construcción de una nueva cajonería en la sacristía, con su llamativo respaldo barroco, iniciada en 1759. El capítulo decimocuarto se centra en el auge devocional experimentado por el espacio de las Cuevas, en el siglo XVIII. En este momento fueron protagonistas Luis Francisco de Viana y Bustos, del que ya tratamos en relación al retablo, junto a los capellanes Juan de Berroterán y Luis de Uclés. Los frutos más sonados de lo relatado son las reformas estructurales en la capilla de Santiago, el incremento ornamental de la capilla de Nuestra Señora de las Cuevas y la erección de la capilla de la Dolorosa, con su correspondiente dotación artística. El capítulo decimoquinto está dedicado a los canónigos de la Abadía, José Montero y Julián de Villavicencio, célebres burgueses como Jacinto Ruiz Velarde y destacados eclesiásticos como los hermanos Castañeda. La conjunción de este fértil cuarteto de benefactores se dejó ver en la culminación de la última planta del conjunto residencial primitivo y en las construcciones de los grandes edificios occidentales del XVIII (1752-1754). La característica común a todos fue el respeto del plano primitivo de la Abadía al igual que la naturaleza inter vivos de sus donaciones.
Como colofón a esta tesis, en el capítulo decimosexto abordamos los destellos de tradición y modernidad que florecieron a finales del XVIII en el Sacro Monte, extendiéndose por toda la centuria siguiente. En este periodo, marcado por la condena de los descubrimientos de la Alcazaba en el año de 1777, la tradición estuvo representada por el magno proyecto del nuevo monumento del Jueves Santo, de ostentosas líneas barrocas, levantado en 1779, siendo abad Miguel Álvarez Cortés. Por su parte, la modernidad está encarnada en la exaltación ilipulitana a sus hijos de ideas más liberales y avanzadas, siendo el prototipo Francisco de Saavedra, a quien retrató Goya.