Gazeta de Antropología
Nº 4 · 1985 · Editorial · http://hdl.handle.net/10481/13777 Versión HTML · Versión PDF 


Cultura y Estado
Culture and State

EDITORIAL


PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
política cultural | estado y cultura | cultural policy | State and culture

Si la década actual, la del triunfo del programador, del paro normalizado y el fin de semana masivo, hubiera que caracterizarla, sería como la de la ausencia del más mínimo genio, ni en las masas ni en los individuos. La pasividad ha traspasado la política para incrustarse en la cultura, a lo que no es ajena la propia naturaleza de los medios, orientados a la fruición inactiva. Es más, la cultura en el más amplio sentido del término, tal como la entendemos los antropólogos, se halla tan empobrecida como la «cultura de los intelectuales». Las pocas voces juiciosas que subsisten lo lamentan desde tiempo atrás.

Es, sin embargo, la naturaleza del estado democrático y la de su política cultural lo que nos preocupa ahora. Mussolini escribía en 1930: «Cabe pensar que el siglo actual es el siglo de la autoridad, un siglo de 'derechas', un siglo fascista; y que si el siglo XIX ha sido el siglo del individuo (liberalismo significa individualismo), cabe pensar que el siglo actual es el siglo 'colectivo' y, por consiguiente, el siglo del estado». Algunos historiadores han observado la similitud en cuanto al modelo de estado del fascismo y de las democracias posfascistas. El omnipotente estado se manifiesta en ambos sistemas, aunque con cultos distintos. El cineasta Fassbinder, obsesionado con la era Adenauer, consideraba que la democracia alemana «fue prescrita en aquel tiempo para la zona occidental. No hemos luchado por ella. Las formas antiguas tienen grandes posibilidades de abrir brechas, sin cruz gamada, naturalmente, pero con métodos de adiestramiento antiguos». En nuestro país, poco o nada ha cambiado el estado en su prepotencia, como no sea en una mayor sutilidad en los mecanismos de su hacer.

Entre la tendencia al embrutecimiento y a la simplificación cultural, inherentes a todas las instancias sociales de hoy, y la tendencia al crecimiento del estado y de su culto, la política cultural de éste será necesariamente de divulgación populista. Más cuando los gestores de aquél son políticos de la obediencia, tan educados en la tibieza, en la retórica populista y, en definitiva, en el «pan y toros». Y es que justamente los «toros» podemos interpretarlos como cultura: la de los fuegos de artificio, que son votos, para los menos exigentes, y la de las «academias», que son fieles siervos del estado, para los más exigentes. En medio, nada; si exceptuamos juegos florales y premios.

Así las cosas, nuestra revista, al no ser ni populista ni universitaria, es decir, que no produce votos ni fieles, sino ser de una asociación privada (no lucrativa, según los estatutos), surgida para remediar en algo lo de la miseria intelectual, recibe el portazo económico de quienes miden la cultura al peso, o por rentabilidades. Leviatán es sabio: aquí o en el fascismo, sabe de los caminos para asfixiar lo que no le interesa, por más inocuo que sea. Por si fuera la última vez que salimos a la calle, y eso aún no lo sabemos, vaya ahí nuestra protesta radical:

No es ésta la política cultural que necesitamos.

 



Publicado: 1985-12


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