La fuerza de la persona humana, y el valor inapelable en el que se muestra, constituye el nervio conductor de todo lo que hemos dicho hasta ahora, y de cualquier discurso sexual que busque el bienestar que define la salud sexual, personal y social.
Persona-mujer o persona-varón, persona homosexual o heterosexual, bisexual o transexual, persona con discapacidad mental o física, persona en esta o aquella cultura, finalmente persona: un absoluto relativo.
La persona humana es un valor absoluto que se constituye en la relatividad de su acción en la historia en el juego de un continuo intercambio simbólico con otras personas. El absoluto inalienable de su propia realidad se realiza en lo relativo de sus acciones y elecciones, condicionadas por lo relativo del tiempo y el espacio, marcadas por límites que impone el juego de libertades en el encuentro personal.
Esta persona, cualquier persona, es el sujeto de los derechos humanos, el paladín de los derechos sexuales. Una persona que se enfrenta a un gran reto contemporáneo: dar palabra a la sexualidad, suya, como la estructura antropológica fundamental, desenmascarándola –con Foucault- de las distorsiones con las que se muestra encarcelada en los discursos de su prohibición.
Con la persona en el centro, la dignidad se respeta, y la igualdad no puede ser más radical; la libertad busca la justicia y la solidaridad articula el proceso de realización personal e histórico.
©Proyecto de Innovación Docente Educación Sexual Integral