Gazeta de Antropología
Nº 23 · 2007 · Artículo 17 · http://hdl.handle.net/10481/7044
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Los usos políticos del agua en la frontera indígena de Píritu durante la época colonial
Political uses of water at the Piritu indigenous border during colonial times

Francisco Tiapa
Doctorando del Centro de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas. Caracas.
francisco.tiapa@gmail.com


RESUMEN
En este texto se presenta una reconstrucción del recorrido histórico de los usos del agua en las misiones de Píritu durante la época colonial. Se establece una articulación entre las relaciones de poder entre misioneros e indígenas, las tensiones alrededor de la imposición de nuevos patrones de asentamiento y entre las diversas formas culturales de relacionarse con el medio ambiente. El denominador común entre estas dimensiones se identifica en las tensiones políticas alrededor de las configuraciones morfológicas de los pueblos, según las directrices del orden colonial.

ABSTRACT
This paper presents a historical reconstruction of the water uses at the Piritu missions during colonial times. The power relations between missionaries and indigenous, the tensions surrounding the imposition of new settlement patterns, and the diverse ways of interacting with the environment are discussed. The common dominator among these dimensions is identified in the political struggles generated by the town’s morphological situation, following colonial rule.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
indígenas | agua | misiones | época colonial | Venezuela | indigenous | water | missions | colonial times


1. Introducción

El uso del agua a lo largo de la historia de los distintos pueblos de América se encuentra estrechamente vinculado con la conformación de los paisajes urbanos. Esto es válido tanto para los espacios habitados por poblaciones de origen europeo como para aquellos pueblos que en el transcurso de los últimos quinientos años han estado sometidos a la expansión del sistema mundo moderno (Wallerstein 1976; Wolf 1987), sean estos indígenas, de origen africano o criollos. Estos grupos subalternos han habitado las áreas geográficas del continente que han provisto las materias primas que han sostenido la macroestructura de la modernidad, lo que ha sido posible mediante procesos imposición y supresión cultural (Bonfil Batalla 1989), orientados a la explotación de mano de obra. Para que esto haya sido posible, han las diversas formas culturales de relacionarse con la naturaleza han tenido que pasar por drásticas transformaciones. De esta manera, modos de subsistencia, patrones de asentamiento y conocimientos locales han sido desplazados en unos casos o subsumidos a las necesidades del sostén del orden colonial desde sus mismos inicios.

Para los pueblos indígenas de América, su inclusión en este proceso de imposición de la vida urbana tuvo distintos matices según los perfiles de sus asentamientos y los usos que dieron a los recursos naturales. Para las poblaciones habitantes de las regiones caribeña y amazónica, esto ha pasado por estos cambios con una intensidad particular, pues sus patrones de asentamiento no urbanos han sido asociados con formas de "no civilidad" por parte de las historiografías eurocéntricas. Así, han sido significativas las diversas maneras en que el modelo ideal de las ciudades europeas tuvieron sus realizaciones prácticas en los perfiles de las grandes urbes de América Latina, pero también lo han sido los patrones semi-urbanos extendidos a lo largo de las amplias regiones fronterizas del continente. Esta historia de larga duración (Braudel 1990) tuvo su momento de configuración durante la época colonial y su ubicación territorial en los lugares destinados a los contingentes poblacionales culturalmente no europeos que debían estar bajo el espectro de los paisajes urbanos.

Así pues, las relaciones sociales que se han tejido alrededor del agua en las regiones tropicales de América han tenido una historia cargada de tensiones y sobreposiciones entre distintos universos culturales dentro de los cuales los diversos tejidos sociales alrededor de las naturalezas locales se vieron en constante dinámica y transformación. En el presente trabajo se reconstruyen y analizan las relaciones sociales y representaciones culturales alrededor de los usos del agua en los pueblos de misión del Oriente de Venezuela durante los siglos XVII y XVIII. El énfasis se pone sobre las relaciones de poder involucradas en la imposición de nuevas formas de relacionarse con la naturaleza a partir del poblamiento forzado en misiones de los pueblos indígenas de esta región fronteriza.

De una manera distinta a lo propuesto por visiones que reivindican la formación de los modelos urbanos europeos, así como sus condiciones tecnológicas, sobre los territorios de la América Latina (Solano 1990), nuestra intención es ejemplificar un proceso histórico específico donde se hace explícito que estos patrones han sido resultados de formas de dominación colonial y de supresión de los modelos culturales autónomos de los pueblos indígenas del continente. Del mismo modo, esta imposición no implicó la aceptación irreflexiva por parte de los grupos subalternos, quienes opusieron resistencias, ni estuvo libre de contradicciones con los contextos ecológicos regionales.


2. Agua, patrón de asentamiento autónomo e imposición del modelo ideal hispano

La región de Píritu, al Oriente de Venezuela, entre los siglos XVI y XVIII estuvo poblada por los Píritu, Cumanagoto, Chacopata, Characuar, Topocuar, Core, Palenque Guaribe y Palenque Caracare, de filiación lingüística Caribe (Civrieux 1980), los cuales se hallaban mutuamente integrados por sistemas interétnicos que los conectaban con grupos étnicos de regiones que se extendían desde las Antillas Menores hasta la región Amazónica (Whitehead 1988; Morales 1990). Los contactos con los europeos se iniciaron desde las primeras décadas del siglo XVI, por medio de los intentos de conquista violenta e incursiones esclavistas organizadas desde las colonias de las Antillas Mayores. Así, en este siglo, y la primera mitad del siglo XVII, hubo constantes transformaciones en la dinámica de las alianzas interétnicas de la región, debido a las repetidas guerras con los europeos y a los intentos de éstos por establecerse en las zonas costeras (Caulín [1779] 1966; Humbert 1976; Civrieux 1980; Jiménez 1986). Durante este periodo, estas arremetidas de conquista se hicieron por medio de incursiones armadas de gran envergadura con la intención de insertar a los indígenas al servicio de encomiendas (Prato-Perelli 1986, 1990). Sin embargo, éstas no dieron los resultados esperados debido a la posibilidad de reestructuración de los sistemas interétnicos de alianzas bélicas para la resistencia (Tiapa 2004).

Para eficacia política de estos sistemas interétnicos, fue fundamental la articulación entre las organizaciones sociales locales y las condiciones ambientales de sus espacios habitacionales. En cuanto a su perfil morfológico, estos sistemas se hallaban integrados por extensas redes de comunidades de baja densidad demográfica y dispersas a lo largo de las fuentes fluviales de la región. Este tipo de patrón de asentamiento era coherente con la organización sociopolítica de estos grupos, quienes se hallaban unificados por medio de jerarquías con alcance comunal, descentralizadas y con relaciones de autoridad mutua y con carácter relativamente interdependiente. Tal interdependencia no necesariamente implicaba horizontalidad, pues hubo grupos que, al estar asentados en zonas con disponibilidad a una mayor diversidad de recursos naturales, tenían lugares centrales en relación con otros que ocupaban lugares periféricos en las redes regionales.

En los momentos coyunturales de guerra con las incursiones armadas hispanas, a lo largo de los siglos XVI y XVII, estas comunidades se unificaron bajo liderazgos de amplio alcance demográfico, con la intención de conformar grandes contingentes bélicos de dimensiones territoriales que trascendían las capacidades de las fuerzas europeas (Tiapa 2004). De ese modo, las especificidades organizacionales y sociopolíticas tuvieron como trasfondo patrones de asentamiento específicos y, por lo tanto, formas locales de relacionarse con los contextos ecológicos. Estos contextos se hallaban ubicados en una región costera que alcanza aproximadamente doscientos kilómetros tierra adentro, con condiciones semiáridas costeras, montañosas y los llanos alrededor de sus principales ríos, el Unare y el río Neverí. Este último desciende de la serranía de Bergantín, que es bastante seca en las zonas más bajas y con un aumento de humedad en las zonas más altas, las cuales se hallaban habitadas por otros grupos étnicos como los Cuaca y los Chaima (Civrieux 1970, 1998).

En este marco cultural, político, geográfico y ecológico fue necesario, para los europeos, elaborar una estrategia de conquista en la que se hubiese transformaciones impuestas en los sustratos fundamentales de la autonomía indígena. Fue así como hacia mediados del siglo XVII se iniciaron las incursiones de misioneros en la región, acompañados de grupos criollos y españoles armados para poder obligar -por medio de distintas vías- a las distintas comunidades indígenas a la concentración en pueblos de misión. De ese modo, en un espacio social común, era posible que los misioneros controlasen los ámbitos culturales, económicos y políticos de los grupos que, en sus términos, se hallaban "reducidos". Fue de esa manera como a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII y todo el siglo XVIII, por medio de "entradas" armadas, se redujo en misiones a la mayor cantidad de los habitantes de la región de Píritu. Así, hacia mediados del siglo XVIII, esta región tenía más de 16.000 indígenas congregados en 16 pueblos de doctrina y 17 pueblos de misión (Diguja, 1761, en Arellano Moreno 1970).


3. Las misiones como espacios sociales de control

Entre las misiones fundadas en la región de Píritu, hubo siete que en el transcurso de su historia colonial mostraron contradicciones con los proyectos de urbanización impuesta de los misioneros. Estas fueron las de Píritu, San Miguel, Caigua, San Diego, Pozuelos, San Bernardino de Guertecuar, San Buenaventura y el Pilar de Guaimacuar. La misión de Píritu estuvo habitada por indígenas Píritu y Chacopata; la de San Miguel, por comunidades Cocheima; la de Caigua, por Cumanagoto y Topocuar; la de San Diego, por Tagare y Core; la de Pozuelos, por Tagare y Cumanagoto; y las de San Bernardino, San Buenaventura y El Pilar estuvieron pobladas por indígenas Cumanagoto. Todas ellas fueron fundadas entre 1656 y 1687 (Acosta Saignes 1946, 1961, Civrieux 1980). El método de fundación de las misiones fue la llamada "madrina", que, en general, consistió en que a partir de la mediación y la fundación de un primer pueblo, se establecían los vínculos para continuar con el resto. En esta continuación se elegía una parte de la comunidad ya reducida para fundar una nueva misión y por medio de los vínculos que esta tenía con comunidades asentadas en sitios alejados del control colonial, se atraían nuevas familias, lo cual era constante hasta que cada pueblo tuviese una cantidad de habitantes que para los misioneros fuese suficiente (Caulín [1779] 1968, II: 100).

Los lugares elegidos por los misioneros debían cumplir con ciertas características ideales que coincidían con los intereses políticos de desarraigar las comunidades locales y los intereses económicos de establecer espacios de productividad a fin de abastecer a los centros poblados hispanos. Sin embargo, la dinámica del proceso de conquista conllevó a que la elección de los sitios de fundación de las misiones se diese en el marco de complejos juegos de resistencia. Fue así como no se pudo cumplir con un patrón constante, pues en algunos casos los lugares de las plantas iniciales eran elegidos por los misioneros, mientras que en otras se establecía la misión sobre sitios que ya habían estado poblados por alguna comunidad indígena y desde allí se obligaba a ir a otras familias.

En relación con la provisión de agua, en su mayoría, las misiones eran establecidas sobre las principales fuentes hidrográficas. Sin embargo, después de siglo y medio de confrontaciones, los asentamientos indígenas estaban ubicados en las zonas interfluviales donde los recursos hídricos eran limitados y se restringían a tan solo unas pequeñas quebradas. Estos establecimientos iniciales, una vez que aumentaban su población, llegaban a tener una cantidad de habitantes que no permitía el suficiente abastecimiento de agua, por lo que en poco tiempo la misión era despoblada o trasladada de sitio.

Entre estas misiones la principal era la de Píritu, en cuya fundación el asentamiento indígena de inicio pasó al control de los misioneros, quienes lo re-significaron según sus sentidos del espacio social. Tal resignificación fue la plataforma para el desplazamiento de las opciones elegidas por otra gran cantidad de comunidades. Así pues una vez que se convirtió en misión este asentamiento transformó sus configuraciones internas para amoldarse a la visión de mundo que en adelante presionaría para ser dominante.

Su primera fundación fue en 1650, con indígenas Píritu y, desde el lugar donde se encontraba, se sentó la plataforma para fundar otra misión entre los Cocheima, con el nombre de San Salvador, a la que en poco tiempo se agregaron otros indígenas que estaban "esparcidos por los montes" (BNM, ms 3818,ff. 133-151, en Carrocera 1968, II: 24). Sin embargo, éstas no duraron más de dos años, por lo que una segunda fundación fue hecha en 1656, con familias Píritu y Chacopata, que, según las fuentes, eran llamados así por los sitios que ocupaban antes de la reducción. Después de esta nueva fundación, el pueblo fue mudado, de un lugar llamado "Píritu el Viejo", a un sitio más cercano al mar, del cual distaba medio legua. Para ese momento, fueron reducidas aproximadamente 300 personas de los sitios de Chacopata y Píritu, donde se hallaban "racheados y dispersos" (Caulín [1779] 1968, II: 28-31).

En el pueblo de San José pretendió conservar el patrón y el sitio indígena para asimilar a otras comunidades. El problema estuvo en que pronto ni los recursos naturales ni las formas de conocimiento local proveyeron las condiciones necesarias para las exigencias de las plantas físicas hispanas. Su fundación fue hecha en 1661 con comunidades Píritu asentadas en el sitio de Chiguatacuár. Sin embargo, sus habitantes tuvieron que ser trasladados a otro pueblo, el de San Miguel de Aveneicuar -habitado por comunidades Cocheima- debido a la poca disponibilidad de agua del sitio original de fundación (Caulín [1779] 1968, II: 45-46; Gómez Parente 1979, I: 255). Por su parte, el pueblo de Caygua fue fundado en 1667, con indígenas Cumanagoto y Topocuár, nueve leguas al sudeste de Píritu, y, hacia finales del siglo XVIII, llegó a ser el lugar más poblado de provincia (Caulín [1779] 1968, II: 62).

En ciertos casos para los misioneros y las milicias coloniales que les acompañaban estuvo claro que era necesaria la negociación con los líderes indígenas para poder elegir los sitios de los pueblos. Estas negociaciones no implicaban la concesión definitiva por ninguna de las dos partes, pues aunque tal vez se reconociera la importancia de los conocimientos locales, también se mantuvo la idea de que había sitios que debían ubicarse en zonas que pudiesen insertarse en una estructura territorial de mayor alcance definida por la economía política del sistema colonial. Así pues, para la fundación del pueblo de Nuestra Señora del Pilar de Guaymacuar fue fundado en 1672 los caciques de los Cumanagoto que habitaban la serranía de Parbolata eligieron el sitio en que se poblarían (Caulín [1779] 1968, II: 75-77). En otros casos, las relaciones de poder, desfavorables para los indígenas, conllevaron a que hubiese un total desconocimiento de las razones por las cuales habían estado establecidos sobre determinados sitios, con ciertas condiciones en cuanto a las provisión de agua. Este es el caso del pueblo de San Francisco de Cutacuar fue fundado por primera vez en 1673, a dos leguas al noroeste del pueblo de Caygua con Chacopatas llevados desde la quebrada de Hoces (Caulín [1779] 1968, II: 88).

Otra sobrecarga del equilibrio ecológico local fue la fundación del pueblo de San Diego de Chacopata, que fue sobre el asentamiento indígena tradicional y, luego de un aumento demográfico, tuvo que ser despoblado por causa de la falta de agua. Paradójicamente la elección de este sitio para hacer la misión fue hecha por los mismos líderes indígenas. Éste se inició con una comunidad Chacopata ubicada en la quebrada de Turucuár o de Hoces, cuyos habitantes eran descendientes del conjunto de grupos que se encontraban "(…) escabrosos desde el tiempo de las muertes del Gobernador Zerpa y sus soldados" (Caulín 1968, II: 84), a finales del siglo XVI, durante la época de mayor conflictividad. Sus "principales caudillos" y los indígenas a ellos adscritos dieron mucho trabajo al misionero, por temor al castigo por haber mantenido resistencia, por lo que, según Caulín, los misioneros hicieron varias entradas para negociar la fundación de la en misión. Para esto, los Chacopata "… pusieron por condición que el pueblo se había de formar en el mismo sitio donde tenían sus asientos y labranzas". Sin embargo, en 1680, hubo una sequía tan fuerte que obligó que sus 240 habitantes fuesen trasladados a los pueblos de Caigua y San Bernardino de Guertecuar (Caulín 1968, II: 84).

El énfasis en todas las fundaciones estuvo sobre la agrupación y concentración de la mayor cantidad posible de familias indígenas en la menor cantidad posible de sitios, los cuales debían ser acordes con el universo cultural hispano, así como con las posibilidades de ejercer mayor control a lo interno de las misiones y dejar la mayor cantidad de espacios vacíos fuera de ellas. Esto se evidenció en las misiones de San Buenaventura y San Bernardino. El pueblo de San Buenaventura fue iniciado en 1675, con indígenas Cumanagoto que se hallaban dispersos en la región, mientras que la misión de San Bernardino de Guertecuar, fue formada paralelamente a la del Pilar de Guaymacuar en 1675. Ésta poblada con la comunidad Cumanagoto liderada por el capitán Amoco "y algunas otras rancherías" asentadas en la serranía o quebrada de Gueretcuar (Caulín, II 1966: 83, 89-90; Gómez Parente 1979: 262). Para esta reducción, el misionero Diego Rivas hizo varias visitas a los a estos asentamientos "con repetidos agasajos de herramientas, cuchillos, abalorios y otros adornos y dadivas" (Caulín 1968, II: 89).

En las condiciones en que la balanza estaba del lado de los misioneros, la tendencia era a llevar comunidades desde sus sitios originales a los lugares que los españoles elegían. Aún cuando los sitios de las misiones habían sido poblados inicialmente por comunidades indígenas, para los misioneros era más importante aumentar su población mediante el traslado de otras comunidades y familias que, para ellos, estaban dispersas. Así, el énfasis estaba en la transformación sustantiva al interior del espacio social de las misiones, por medio del aumento de su demografía. Esto fue claro en los pueblos de San José, Pozuelos, Roldanillo y San Diego. El pueblo de San José fue fundado en 1679 sobre un asentamiento Cumanagoto a orillas del río Aragua, con familias que se hallaban "dispersas" y con otras del mismo grupo étnico llevadas como "madrina" de otros pueblos (Caulín 1968, II: 100). El pueblo de Pozuelos fue fundado en 1680 con Tagares y Cumanagotos, que se hallaban en "los montes", en la falda de la serranía de Bordones y el valle de Guantar, intermedio entre Cumaná y Barcelona, a una legua de la costa, en un sitio que había sido usado como escala de las incursiones esclavistas y de conquista del siglo XVI (AGI, Santo Domingo, 642; Caulín [1779] 1968, II: 124). En la misma zona del valle de Bordones, el año de 1687, se fundó el pueblo de Roldanillo con familias de "infieles" que se hallaban en la serranía del valle de Bordones y con familias llevadas del pueblo de San Bernardino, a orillas de la quebrada de Roldanillo. Finalmente el pueblo de San Diego fue fundado en 1688 por medio de varias entradas a las vegas del río Neverí con la mediación entre el misionero fray Alonso Bomas y dos capitanes Tagares y Cores, en la quebrada de Cuacar (Caulín 1968, II: 124, 133-135).

De este modo el patrón de la elección de los sitios de asentamiento se orientó en dos direcciones. Por un lado, se conservaban ciertos asentamientos indígenas iniciales, sobre los que se establecían las nuevas plantas físicas que llevaban a su transformación. Por otra parte, el proceso de desarraigo se hacía por medio de la agregación de otras comunidades a estos asentamientos. Los sitios habitacionales tradicionales estaban, precisamente, a la orillas de quebradas de poca envergadura. Esto no implica que la región haya tenido poca población, por el contrario, la concentración en las misiones fue de tales dimensiones que la gran mayoría se vio en la obligación de trasladarse de sitios.

Después de más de tres décadas de cambios de sitios de asentamiento, hacia principios del siglo XVIII ya las misiones de Píritu se habían establecido sobre lugares concretos. Sin embargo, continuaba el problema de la falta de abastecimiento de agua. El aumento demográfico de estos pueblos, por causa de la expansión de las fronteras coloniales, excedía los límites de los recursos locales, a los cuales el patrón de asentamiento indígena autónomo ya se había adaptado. Esto trajo a colación la producción de informes que referían a la situación de sequía de la zona, sus causas y sus posibles "soluciones".

Sobre la relación que había entre los sitios de las misiones y los anteriores asentamientos indígenas, hacia principios del siglo XVIII, se hicieron dos referencias que diferían entre sí. Por lado, en un informe del gobernador de Cumaná del 20 de marzo de 1704, se dijo que los sitios en los que estaban establecidas las misiones cercanas a la costa ya estaban poblados por las comunidades con las que fueron fundadas "…donde tenían los indios sus escondrijos y retiros", permaneciendo en ellos "…por no desasonarlos" (AGI, Santo Domingo, 642: 20-03-1704). Por otro lado, según un informe del misionero fray Cristóbal de Molina, del 18 de agosto de 1709, las primeras misiones fueron pobladas en las costas para alejar a los indígenas de los sitios de refugio y asentarlos en lugares "menos ásperos". La mayor dificultad para poblar indígenas en las misiones era que estaban "sin cabeza que los gobernase", "sin pueblos" y "viviendo uno, tres o cuatro, y no muchos más" juntos, además de lo inaccesible de sus sitios de asentamiento (AGI, Santo Domingo, 642: 18-08-1709). Como se ha visto, esto fue de las dos maneras. El proceso fundacional no pudo ser homogéneo ni unilineal, precisamente por las contradicciones entre formas de representar a la naturaleza, conocimientos y relaciones de poder.

Con el tiempo estuvo cada vez más claro que el énfasis en la agrupación conllevaba a una sobrecarga de los recursos naturales que, paradójicamente, resultaba conveniente para la continuidad del orden colonial. Las crecientes limitaciones para el acceso al agua conllevaron a una mayor pérdida de autonomía indígena y la supresión de los saberes locales. Éstos fueron progresivamente desplazados por las especificidades tecnológicas y la organización de los espacios sociales de los europeos, lo cual llevaba de la mano un aumento del control y de la coacción.


4. Agua y poder colonial

De manera coherente con el patrón hispano de las plantas físicas, cuando los pequeños ríos disponibles no abastecían de suficiente agua, se hacían pozos. Ahora bien, estos pozos y los manantiales que los nutrían de agua, debían ser administrados por los misioneros. De ese modo, una forma específica de espacio social se imponía sobre las formas locales hasta el punto de que sólo por la mediatización de los agentes coloniales, eran posibles las condiciones mínimas de existencia. Según un informe del gobernador Ramírez de Arellano, del 08 de noviembre de 1702, las tierras de los pueblos de Píritu, San Miguel, Caigua, el Pilar, San Bernardino y Pozuelos eran demasiado estériles y carentes de agua, a excepción de los manantiales que había en Píritu y Pozuelos. Sin embargo, estos manantiales estaban cercados bajo llave y su agua estaba administrada por los religiosos (AGI, Santo Domingo, 642: 08-09-1702).

Las mismas autoridades coloniales habían percibido que las condiciones locales no permitían la alta concentración de población, por lo que propusieron traslados de los pueblos hacia otras regiones. En el mismo informe del gobernador de Cumaná, se dijo que los pueblos de Píritu, San Miguel, Caigua, El Pilar, San Bernardino y Pozuelos estaban ubicados en sitios escasos en agua y en tierras para labrar, por lo que era conveniente mudarlos de lugar (AGI, Santo Domingo, 642: 18-08-1709). Esto fue reiterado dos años más tarde, en otro informe del 20 de marzo de 1704, añadiendo que estos pueblos, siendo los más numerosos, estaban en las tierras más estériles, por la falta de agua, por lo que los indígenas que los habitaban tenían que hacer sus labranzas y buscar agua en sitios bastante alejados de ellos (AGI, Santo Domingo, 642: 20-03-1704).

La propuesta de soluciones a las condiciones de sequía de la región nunca se orientaron a reconocer que desde un principio hubo desequilibrios entre la manera en que se proyectaban los pueblos y las condiciones ambientales. Mucho menos a reconocer que los saberes de los pueblos indígenas que habitaban las misiones habían sido específicos de esas condiciones ecológicas. Por el contrario, la dirección fue hacia una mayor imposición de los sistemas productivos de origen europeo. Fue así como se hicieron dos propuestas, por un lado, se dijo que, con la erección en doctrinas de las misiones, éstas fuesen trasladadas a tierras más fértiles y, por el otro, de manera contradictoria con lo que había demostrado la experiencia, que se unificasen los pueblos con menor población, pues, el que más habitantes tenía no llegaba a cuatrocientas personas. Además de las limitaciones ecológicas, desde la mirada de los españoles una de las principales causas de la supuesta pobreza de las misiones era la poca vecindad de españoles con quienes obtener recursos por medio del trabajo personal (AGI, Santo Domingo, 642: 18-08-1709). Así, para los españoles, la transformación de los usos indígenas del medioambiente sólo era posible mediante la vecindad de poblaciones de origen europeo, con quienes estuviesen en desventaja jerárquica.

Llama la atención la observación hecha en un informe de cinco años más tarde hecha por el misionero fray Cristóbal de Molina, el 18-08-1709. Según éste, aunque las tierras en las que estaban asentadas las misiones eran "menos ásperas", o más accesibles para los misioneros, sin embargo, eran demasiado estériles, por lo que sus habitantes sólo podían sustentarse con maíz, raíces y frutas silvestres (AGI, Santo Domingo, 642: 18-08-1709). Así pues, se reconocía que había contradicciones entre sus intereses y las posibilidades locales de continuidad histórica de las misiones. Por un lado, estaban las necesidades coloniales sobre la ubicación de las misiones en sitios coherentes con su modelo de espacio social y con la conformación de redes de comunicación que se insertasen en la estructura territorial dominante. Por el otro, no solo la sequía del territorio limitaba el sostén de grupos de más de cien personas, sino que los conocimientos locales, insertos en sistemas de racionalidad económica no excedentaria, no coincidían con los intereses de crear centros de producción de alta escala.

En el transcurso del siglo XVIII, continuó el problema de las sequías. Así pues, en 1712, según un informe del obispo de Puerto Rico del 10 de diciembre de 1712, los habitantes del pueblo de Bordones se trasladaron al pueblo de Pozuelos, por la esterilidad de la tierra (AGI, Santo Domingo, 642: 02-12-1712). El problema de la ausencia de condiciones ecológicas, de conocimiento local y de patrones urbanos que conllevasen a niveles productivos de sostén del orden colonial, se dejó ver en el informe del misionero fray Francisco Rodríguez, del 06 de febrero de 1714, donde se dijo que las tierras donde estaban las misiones de Píritu eran sumamente estériles "…por la común falta de agua que padecen los más años", y el único sustento de los indígenas era "un poco maíz", por lo que no podían pagar los sueldos de los corregidores, curas y los gastos de las iglesias impuestos con la erección en doctrinas (AGI, Santo Domingo, 642: 06-02-1714). De este modo, más allá de la supuesta prosperidad de los pueblos, el sostén las propias autoridades coercitivas exigía que se intensificase la producción.

Con el paso de más de dos generaciones en las historias locales, en las distintas comunidades se habían estructurado cotidianidades para mantener las condiciones que años antes habían dificultado sus inicios. Así, por ejemplo, los indígenas de Caigua tenían que ir por agua al pueblo del Pilar, por la escasez en el suyo (Iñigo Abad, 1773, en Gómez Canedo 1967, I: 130-131). Los habitantes del pueblo de Pozuelos se mantenían con la pesca y la siembra en el valle de Guantar de maíz, cazabe, plátanos y caña. Sin embargo, lo estéril del sitio impedía la cría de ganado, lo cual ya para ese momento formaba parte importante en las actividades productivas de los indígenas de las misiones (Caulín, 1779 1968, II: 124-125). Así, hacia 1779, se calculaba que el pueblo de Píritu pudo haber tenido 2000 ó 3000 habitantes, de no haber sido por la falta de agua y la esterilidad de la tierra (Caulín [1779] 1968, II: 31).


5. La eficacia política de la tecnología

A finales del siglo XVIII, durante la visita de Luis de Chávez y Mendoza, se hicieron planes de lo que para el modelo cultural hegemónico era el aprovechamiento de los recursos naturales. A partir de una nueva forma dominante de relacionarse con la naturaleza se forzaban las condiciones para el mantenimiento y continuidad de estos pueblos. Un aspecto importante a tomar en consideración es el cambio en el sentido de potencialidad de transformación de las condiciones locales para hacerlas acordes con el modelo ideal de pueblos. Esto implicó una intensificación de la idea de separación entre naturaleza local, conocimientos locales y conocimientos dominantes, los que se sobreponían a los otros dos ámbitos. De ese modo, el conocimiento dominante estableció disecciones en las que era posible hablar de la naturaleza sin entenderla como tal. En el caso particular del agua, siendo un recurso natural, se le asociaba más con las posibilidades tecnológicas llevadas desde fuera que con los condicionamientos locales.

Especialmente ilustrativo de esto son parte de las observaciones del visitador real Luis de Chávez y Mendoza en 1783. Este funcionario estuvo encargado de hacer mensuras de las tierras que correspondían a las misiones, al mismo tiempo que hacer observaciones de los recursos naturales que pudiesen ser explotados a fin de hacerlas tan productivas como el sistema económico colonial de amplia escala lo exigía.

En cada uno de los pueblos visitados se hicieron evaluaciones orientadas a esta transformación de los sistemas productivos y del sentido cultural del funcionamiento de sus ecosistemas en que se hallaban. En el pueblo de Pozuelos, las tierras demarcadas eran secas y faltas de agua por ser seco y salitroso, por lo que se temía que se atrasasen las siembras en época de verano. Sin embargo, dispuso que eran útiles para la siembra de caña, maíz, yuca, mapuey, legumbres y algodón (AGN, Sec. Traslados, Col. Cumaná, Tomo. XI. Doc. 1; 1-39). En el pueblo de San Bernardino de Guertecuar crecía mucha caña dulce, útil para producir melado, el conuco de comunidad tenía 15 cuerdas de norte a sur y ocho de este a oeste, sembrado de maíz, se proveían de sal en las salinas de Caicara desde otra época. En el deslinde de sus tierras se señalaron sitios para el cultivo de maíz, yuca, arroz, algodón, plátanos, caña y para un hato de ganado en el sitio de Conopoima (AGN, Sec. Traslado, Col Cumaná, Tomo. XIX; Doc. 1; pp. 5-43). Las tierras del pueblo de San Diego eran aptas para la siembra de plátanos, aguacates, mameyes, vainilla, etc., además de que se proyectó la construcción de una acequia de riego para sembrar cacao en el sitio de Aritiguar. La construcción de esta acequia sería hecha por medio del envío de un maestro español casado, que pudiese tener una porción de tierra para labrar y con muchachas que le sirviesen (AGI, Caracas 160).

Según esta nuevo reordenamiento del sentido del espacio y del medioambiente, era necesario que se pasase por un desplazamiento de los conocimientos locales, mediante un adoctrinamiento en cuanto al uso de la tierra. De allí que, en la misma visita, se le diesen instrucciones a los habitantes de las misiones sobre lo que debían hacer con sus costumbres productivas. Así pues, en el pueblo de Pozuelos se repartió una porción de semillas de algodón a cada familia para que las cultivasen y se les asignó a sus habitantes las tierras del valle de Guanta, donde sembraban cocos, caña y plátanos (AGN, Sec. Traslados, Col. Cumaná, Tomo. XI. Doc. 1: 1-39). En el pueblo de Caigua se recomendó la siembra de algodón y que se llevase un tejedor desde Clarines. Además de esto, sus tierras eran óptimas para la siembra de algodón, maíz y yuca, así como para hatos y potreros, por lo que se asignó a sus habitantes un terreno de un cuarto de legua desde el cerro del Potrero hasta la quebrada de Sacaguar. Parte del maíz de comunidad se había gasta en llevar un oficial para construir un horno de cal, por lo que había 4000 tejas (AGN, Sección Traslados; Col Cumaná, Tomo: XII; Doc. 1: 2-66). En el pueblo de Píritu había pocas siembras de maíz, pero las tierras eran buenas para algodón y tabaco y útiles para la alfarería, siembra de algodón, plátanos maíz y berzas, entre las que tenían animales que hacían "aguada". Los indígenas que lo habitaban tenían un conuco de comunidad de 225 varas castellanas sembradas de maíz y otro de 600 varas en cuadro también sembrado de maíz. Sumado a esto se mandó a hacer un conuco de comunidad de siembra de algodón (AGN, Sec. Traslados, Col. Cumaná, Tomo. XVII; Doc. 3: 238-389).

Con estas propuestas el modelo productivo colonial se había flexibilizado al mismo tiempo que se había fortalecido. Esta maleabilidad no tuvo que ver con el reconocimiento de matices ni de las condiciones de la región. El sentido occidental de aumento de los excedentes tuvo, de manera progresiva, una ampliación del rango de los objetos aprovechables por sus sistemas económicos. Fue así como la naturaleza cobró un carácter multifuncional, pues siempre había algo que podía ser explotado mediante su propia transformación. En esta multiplicidad de usos, la provisión de agua pasó a depender cada vez más de las especificidades tecnológicas de los europeos. Esto, inevitablemente, traía de la mano una mayor concentración de las relaciones de poder.


6. El sustrato ecológico de la configuración fronteriza de la condición colonial

Las relaciones entre naturaleza la cultura y el poder en las fronteras del sistema mundo derivaron en las imposiciones del uso del agua según los patrones de la modernidad como una forma de eliminar la autonomía de los pueblos originarios. Históricamente esta imposición de modelos fue creando condiciones de vida orientados hacia la fragmentación y la dependencia de los grupos subalternos del mundo colonial hacia los grupos dominantes.

De esta manera, en el sistema capitalista global la inserción de la naturaleza no se restringió únicamente a la provisión de recursos naturales y materias primas a su estructura productiva. También implicó la inserción y coacción de los saberes subalternos sobre la naturaleza, lo que se orientó tanto a su enajenación como a su eliminación. La primera forma de dominación se articuló con la invisibilización de su eficacia y potencialidades y, por lo tanto, hacia su desconocimiento. Así, un único universo de representación del espacio se impuso sobre una gran diversidad al mismo tiempo que dependió de ellos para poder tener continuidad histórica. Esta relación de explotación oculta de los saberes locales estuvo desplegada en la mayor parte del mundo colonial y, fundamentalmente, fue la base de la posibilidad de subsistencia y de conservación en las regiones fronterizas. Un reconocimiento de esta dependencia de habría sido el reconocimiento de que los logros tecnológicos de la modernidad no han sido más que mitos eurocéntricos. En todo caso, la historia de estos supuestos logros se ha orientado hacia su mayor fortalecimiento por la fuerza lo que ha desplazado la balanza a favor de los intereses de las hegemonías.

Por otra parte, la dependencia de los saberes locales necesitó de la coacción de aquellos que pudiesen tener un uso liberador para los pueblos oprimidos. Aunque tuvo enormes costos para la estabilidad de las estructuras de poder fue necesario eliminar una gran parte de tales saberes por medio de la creación de condiciones infraestructurales de vida en las estos perdiesen su funcionalidad. Si bien hubo recreación y elaboración de estrategias subalternas de resistencia, estas lentamente dejaron garantizar la autonomía.

En las propuestas sobre la reconstrucción histórica de los usos del agua es necesario una desmitificación y desnaturalización de los logros tecnológicos de occidente. Es importante tener presente que en sí mismos estos "inventos" han estado relacionados con la diagramación de formas de concentración de poder. Éstas, claro está, desde sus orígenes tuvieron la carga del sentido de propiedad del agua. En este sentido, el proceso histórico de configuración de los paisajes urbanos de América ha estado estrechamente vinculado con los usos del agua y con la represión de las formas de creación cultural basadas-en el-lugar (Escobar 2000). Por otra parte, es daría importantes aportes a la incorporación de las naturaleza en la historia del capitalismo (Coronil 2002).

En esta desmitificación de los logros tecnológicos de la modernidad en relación con el agua -como formas de dominio colonial de larga duración- es necesaria la elaboración análisis históricos que incluyan las transformaciones ambientales en sí, las transformaciones producidas por la acción humana, por razones utilitarias y por las formas de simbolización del agua. De ese modo, la historia de las tecnologías hidráulicas pasa por una historización de la naturaleza.




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Recibido:  2007  |  Aceptado:  2007  |  Publicado: 2007-10


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