Introducción
El propósito de este artículo es compartir reflexiones sobre algunas
estrategias de
conocimiento que utilicé en mis trabajos de campo. El trabajo de campo
es una experiencia
comprehensiva que compromete la totalidad de nuestra persona, lo que
imposibilita
presentar una metodología a la manera de proceso de pasos específicos a
seguir que
aseguren el producto final. Lo que me ha resultado más útil es lo
aprendido de la
experiencia de colegas y de las estrategias que ellos/as han seguido en
cada ocasión.
Antecedentes del trabajo de campo
El conocimiento antropológico se ha
desarrollado fundamentalmente a
través del trabajo de
campo. Se trata del encuentro con la otredad. En su
introducción a Los argonautas del
Pacífico Occidental, Bronislaw Malinowski ofrece un racconto
detallado de la
metodología. Desde entonces, el trabajo de campo se convirtió en la
marca registrada de la
antropología, sin embargo, muy poco se ha escrito antes de las últimas
décadas del siglo
XX.
En la mayoría de las etnografías clásicas se percibe la
omnipresencia del antropólogo en la
cultura estudiada, separado y distanciado de aquello que lo circunda a
fin de ser objetivo de
acuerdo a los cánones positivistas. Sus descripciones se aproximaban a
las realizadas por
los naturalistas. La mayoría dejaban cuidadosamente de lado todo
aquello derivado de las
experiencias personales. J. Watson "informa que un día el finado Ralph
Linton preguntó a
un estudiante graduado, que ya hacía un tiempo había regresado de su
trabajo de campo,
sobre el estado de la redacción de su informe. 'Ah, va a estar muy
bien', contestó el
estudiante, 'una vez que quite del material todos los elementos de mis
experiencias de vida"
(Watson, citada por Dumont 1978: 6). Los antropólogos simplemente
actuaban de acuerdo
a los requisitos del paradigma científico, era el resultado de la
episteme de su época.
Algunos, sin embargo, tenían visiones levemente diferentes; entre ellos
Raymond Firth y
Max Gluckman. El primero de ellos consideraba que las relaciones
establecidas entre el
antropólogo y la gente -sus eventuales informantes- era relevante para
los resultados de la
investigación (Firth 1936). Gluckman (1958) se consideraba a sí mismo
parte de su trabajo
de campo desarrollado entre 1936 y 1938, dando importancia al hecho de
ser un
sudafricano blanco, investigando sobre las relaciones entre africanos y
blancos en el
territorio norte de los zulúes. Ambos ponían en discusión la
neutralidad de la posición del
antropólogo, considerando que estar ahí en interacción
influía en el proceso de
construcción de conocimiento.
Pero hasta los años 1960, el trabajo
de campo no se transformó en un
tema de discusión en
la academia. Las mujeres desempeñaron un papel clave en este proceso.
Jean Paul Dumont
lo señala de manera enfática, "ellas tuvieron que lidiar con la sangre,
sudor y lágrimas del
trabajo de campo -incluyendo sensaciones y sentimientos- mientras que
los varones sólo
hacían 'la cosa de verdad'" (Dumont 1978: 8).
Sin duda, uno de los trabajos pioneros
corresponde a Return to
laughter (1954) de Laura
Bohannan, escrito bajo el seudónimo de Smith Bowen, donde recoge su
experiencia con los
Tiv de África Occidental. Unos pocos años más tarde, Hortense
Powdermaker publica
Friend and stranger (1966). Ambas publicaciones constituyen
hitos en la historia de la
disciplina al colocar al antropólogo/a trabajador/a de campo en un
lugar diferente: sujeto
con emociones, sentimientos, dudas y frustraciones en interacción con los
otros.
Mucha agua ha corrido bajo los
puentes desde aquel entonces. Sin
embargo el trabajo de
campo continúa definiéndose más por la participación en una experiencia
muy preciada por
la antropología que por una detallada descripción de técnicas a
utilizar.
Mi experiencia
Al leer los relatos de Margaret Kenna
(1992) sobre sus varios
trabajos de campo en Grecia,
donde observa los cambios constatados en las personas con quienes había
trabajado la
primera vez, junto a los suyos propios, no pude menos que pensar en mi
propia experiencia.
Yo no he regresado a los lugares donde desarrollé mis trabajos de
campo, éstos fueron en
distintos escenarios aunque siempre "entre mujeres". Igualmente me
pareció valioso pensar
en mis propios cambios relacionándolos con tres diferentes experiencias
de campo.
Cuando yo tenía poco más de 30 años
realicé trabajo de campo con
mujeres rurales, estaba
interesada en sus vidas cotidianas, específicamente en las maneras en
que articulaban el
trabajo remunerado con la vida familiar. Un poco más tarde trabajé con
mujeres y hombres
obreros manufactureros, en ese momento mi foco de interés radicaba en
las relaciones de
género y la división sexual del trabajo al interior de la fábrica.
Finalmente, recién entrada
en los 40 realicé trabajo de campo con trabajadoras sexuales.
Esas tres experiencias tienen fuertes
puntos de contacto al mismo
tiempo que presentan
diferencias agudas. Mi propósito en este artículo es discutir algunas
estrategias de
conocimiento que yo seguí en las tres experiencias, siendo uno de los
aspectos a privilegiar,
la relación entre las mujeres -mis informantes- y yo.
Trabajo de campo entre mujeres
rurales
Se trataba de mujeres de distintas
zonas del país
(1),
la
mayoría de áreas ganaderas, todas ellas
tenían en común trabajar cooperativamente en artesanía con lana como
materia prima.
Integraban 18 cooperativas reunidas en una federación, con una central
de servicios donde
se centralizaban las actividades de diseño y comercialización. El
objetivo de mi
investigación era trabajar en y con la memoria colectiva de las
artesanas en relación a la
cooperativa, y en las maneras en que su implicación con ese trabajo
productivo había
cambiado su vida cotidiana y sus dinámicas familiares. La junta
directiva, en la que
participaban artesanas, estaba interesada en los resultados de mi
investigación. Llevé
adelante mi trabajo de campo entre mujeres de cuatro cooperativas,
ubicadas en diferentes
zonas. Estuve tres meses conviviendo con ellas, quedándome en sus casas
o en alguna
habitación contigua al taller.
Trabajo de campo entre obreras
manufactureras
Trabajé con hombres y mujeres,
obreros
(2) de una
gran fábrica de confecciones de
Montevideo, hoy cerrada. El trabajo de campo duró ocho meses. En este
caso consistió en
encuentros con obreras y obreros en distintos espacios (la fábrica,
bares de la zona,
espacios públicos, sindicato, sedes de partidos políticos, sus casas).
Iba a la fábrica a la
hora de la salida para encontrarme con los trabajadores. De esa manera
trabé contacto con
alguno/as que me fueron presentando a otros/as. También me reunía con
algunos en el
edificio del Sindicato Único de la Aguja
(3).
Conociendo ya unos cuantos obreros y obreras,
continuaba yendo a la fábrica a la hora de la salida, para encontrarme
con ellos, a veces nos
íbamos juntos a algún bar, o a sus casas, y eventualmente ayudé a
algunas mujeres en sus
tareas domésticas. Ningún obrero varón me invitó a su casa, pero muchas
obreras lo
hicieron. Con otros obreros y obreras también nos encontrábamos en una
Seccional del
Partido Comunista, donde algunos iban después de trabajar. Sólo pude
entrar a la fábrica un
par de veces, dadas las dificultades en obtener permiso por parte de la
jerarquía de la
misma. Como yo había trabajado en una fábrica de confecciones en cuero
durante tres
meses, unos años antes, me resultó sencillo entender lo que sucedía en
las distintas
secciones de la fábrica, tanto en relación al flujo de la producción,
como a las dinámicas de
los/as obreras.
Trabajo de
campo con
trabajadoras sexuales callejeras
En este caso, el trabajo de campo
duró nueve meses. Dentro de un área seleccionada, fui a
las esquinas donde las trabajadoras sexuales
(4) esperan
por sus clientes. Al principio ni
siquiera contestaban mi saludo. Después de un tiempo cuando se
habituaron a mi presencia
y constataron que nada en la vida de la calle había cambiado, es decir
que yo no tenía
relación con la policía, entonces comenzaron a hablarme. Después de
unas pocas semanas
ya estábamos manteniendo conversaciones bastante largas. Yo iba a las
esquinas unas tres
veces por semana, permaneciendo unas cuantas horas cada noche. Algunas
veces llegamos
a ser cuatro o cinco, simplemente sentadas en la escalera de un
edificio conversando
entretenidamente, al punto de negarse a salir con algún cliente para no
perderse nada de la
actividad social que se estaba desarrollando.
Entrando
al campo
No importa si es tu primer
experiencia en trabajo de campo o si ya eres un/a antropólogo/a
experimentado, entrar siempre es, al menos lo es para mi, una extraña
mezcla de
sentimientos desafiantes y estremecedores, con un poco de temor y gran
fascinación.
Annette Weiner sostiene que "entrar caminando a una aldea al comienzo
del trabajo de
campo es entrar a un mundo sin señales culturales" (Weiner 1982: 1). Su
afirmación me
parece tan pertinente para el trabajo de campo en lugares exóticos,
como en la propia
ciudad. El choque cultural puede estar presente en ambos, aunque
manifestado de manera
diferente.
Mujeres rurales,
obreras
manufactureras y trabajadoras sexuales callejeras, todas son
mujeres, todas viven en Uruguay, todas hablan español; pero las mujeres
somos un grupo
heterogéneo. Ellas conforman tres colectivos bien distintos, con
matices al interior de cada
uno. Su percepción de Uruguay es distinta, los contextos
socioculturales donde sus
prácticas adquieren sentido son distintos; su forma de hablar también
difiere, varían sus
acentos y vocabularios. Puedo continuar confeccionando una lista de sus
diferencias con
relación a sus referentes culturales, sus valores, sus visiones del
mundo. En todos los casos,
eran diferentes de los míos. Yo estaba en un lugar y mis informantes
estaban en otro. Cada
una de nosotras miraba desde una posición diferente, consecuentemente,
desde distintas
perspectivas. La comunicación no fue posible en un primer momento.
Ahora, revisando las
experiencias, me doy cuenta que en esos primeros encuentros recibí
información muy
valiosa que nos permitió el encuentro posterior.
Mi primer día de trabajo de campo
con las artesanas fue en un pueblo muy pequeño
cercano de Montevideo. Entré al taller presentándome -sabiendo que
ellas sabían que yo
iba a ir. La primer escena que vi consistía en unas diez mujeres
sentadas alrededor de una
mesa larga, hilando. Era la primera vez que yo veía una rueca y,
obviamente también la
actividad de hilar. Actuaba con ingenuidad, en una actitud casi
infantil. Para mi era
increíble ver como la lana cruda entraba a la rueca y salía
transformada en hebra, y la
manera en que las mujeres usaban sus manos para darle el grosor. La
radio estaba
encendida, aunque nadie parecía escucharla ya que todas ellas
conversaban animadamente.
No recuerdo lo que hice, pero sí que tenía miedo de no poder establecer
un buen rapport.
¿Qué pasaba si yo no les gustaba? ¿Qué pasaba si yo no actuaba de la
manera adecuada?
¡Tenía tantas dudas! Me senté a la mesa, observando todo lo que sucedía
a mi alrededor.
Sonreía -lo sé porque siempre sonrío cuando no sé qué hacer- Traté de
entrar en sus
conversaciones sin ser intrusiva. Me recuerdo a mi misma diciendo lo
maravilloso que me
parecía hilar y a ellas mirándome condescendientes.
El primer día que
llegué a la
puerta de la fábrica, sentí ganas de salir corriendo. Soy una
persona más bien tímida y ver tantas obreras y obreros salir de la
fábrica me daba
escalofríos. Quería ir allí permaneciendo 'por fuera', sin ser
identificada con ningún grupo
de obreras/os, por lo tanto no seguí la estrategia de llegar a través
del sindicato, lo cual me
hubiera evitado tener que ir a la salida a intentar entablar diálogo
con alguien. Ese día volví
sobre mis propios razonamientos, y por un momento pensé que hubiera
sido mejor hacer mi
entrada a través del sindicato. Mientras pensaba eso, sabía que la
única razón de mis dudas
era el sentimiento de incomodidad que me embargaba. No había opción,
debía conseguir
mis informantes. Estaba en la puerta de la fábrica junto con algunos
vendedores
ambulantes. Algunas obreras se acercaban a mirar la mercadería,
aproveché esa situación
para acercarme y comentar con ellas sobre precios y calidades. Las
obreras y obreros que
parecían más amistosos fueron el blanco de mis primeros encuentros,
inmediatamente
comencé a explicarles muy brevemente lo que estaba haciendo, y concluía
con un "nos
vemos mañana". Iba todos los días, de modo que tanto ellas/os como yo
nos
acostumbramos a la situación, lo cual facilitó el acercamiento.
Comenzar el trabajo de campo con
las trabajadoras sexuales, por paradójico que pueda
parecer, fue un poco más sencillo. En realidad, debo considerar que el
trabajo de campo
comenzó cuando yo iba en el auto y daba una y otra vuelta por la zona,
observando
atentamente las esquinas, estacionando en la oscuridad y observando sus
dinámicas. Para
cuando me bajé del auto, tenía un gran volumen de observación y notas.
Por lo tanto,
cuando comencé a hablar con las trabajadoras sexuales ya estaba
familiarizada con la
situación. Por ello, no me sentí frustrada cuando me respondieron
agresivamente.
Marilyn Strathern
advierte que "la
antropología tiene una carta en la manga: el intento
deliberado de generar más información de la que el investigador tiene
noticia en el
momento del relevamiento... Un ejercicio participativo que produce
materiales para los
cuales los protocolos analíticos son frecuentemente concebidos a
posterioridad" (Strathern
2004: 5). Ciertamente, el análisis de la información relevada cuando
una entra al campo
supera ampliamente la que se creía estar relevando; y se logra
aprehenderla
verdaderamente con posterioridad, cuando en la soledad del escritorio
se leen y releen las
notas de campo.
¿Quién es
la antropóloga?
Roles y lugares asignados
Paul Rabinow nos alerta, "el
problema de encontrar, cultivar y cambiar informantes en una
aldea pequeña es uno de los más delicados a los que se enfrenta el
antropólogo. No hay
roles neutrales para él. Se verá involucrado en las divisiones
políticas y sociales, incluso
antes de que entre a la aldea" (Rabinow 1977: 92). Siempre me cuidé de
verme involucrada
en alguna de las divisiones de mis aldeas. Esa fue la razón
para no llegar a los obreros/as a
través del SUA. Las mujeres rurales, que estaban esperándome porque
sabían que yo las iba
a visitar buscando historias, eran muy amables; no me llevó
mucho tiempo darme cuenta
que yo era un símbolo de status, todas me querían tener.
Existen varios relatos de
antropólogos/as donde dan cuenta que sus informantes querían
tener su antropólogo.
Mantener los equilibrios no fue sencillo y no estoy segura hasta donde
lo logré. Con las
trabajadoras sexuales fue distinto, frecuenté algunas esquinas, una en
especial, y con las
que paraban allí fueron mis lealtades, yo decididamente fui su
antropóloga.
Considero
especialmente valioso
analizar el inicio del trabajo de campo; encierra un
volumen de información importante, sobre todo en relación a lo que
piensan de nosotros/as,
que con frecuencia no logramos distinguir en los primeros momentos de
la investigación.
Para las mujeres rurales yo era
una mujer joven -no tanto por mi edad, sino porque parecía
menor. El hecho que yo fuese casada les resultaba difícil de entender
en la medida en que
permanecía con ellas mucho más tiempo que otras mujeres de Montevideo
que iban a
trabajar con ellas, ¡cómo podía yo estar tanto tiempo alejada de mi
marido! O, lo que en
realidad ellas pensaban, ¡cómo me deja mi marido ir por tanto tiempo!
Me trataban como si
fuese una niña. Eso tenía que ver con que era de la ciudad, y
no me las ingeniaba para
lidiar con la vida rural. Era ambiguo por un lado era una niña; al
mismo tiempo era una
mujer adulta muy respetable. A sus ojos yo era poderosa porque había
ido a la universidad,
iba a escribir un libro, y venía de la ciudad más importante del país.
Por otra parte, ¡yo era
tan inútil en tantos aspectos! Como resultado, me protegían, me
enseñaban cosas de su vida
cotidiana, pero sobre todo, me observaban, tratando de averiguar qué
era lo que yo estaba
realmente buscando. A medida que pasó el tiempo y nos fuimos conociendo
mejor, creo
que la idea que tenían de mí cambió en algunos aspectos. En primer
lugar, descubrieron
que yo estaba aprendiendo rápidamente acerca de la vida rural, pudiendo
incluso ser muy
buena en algunas cosas. Eso les gustaba, y me daba puntos. En segundo
lugar, ellas y yo
descubrimos que teníamos muchas más cosas en común de las que habíamos
creído cuando
yo estaba recién llegada. Podíamos disfrutar nuestras largas
conversaciones tomando
cerveza después del trabajo, haciéndonos bromas y compartiendo
actividades en el taller.
La mayoría de las mujeres me hacían muchas preguntas sobre mi vida,
siempre respondí de
la manera más detallada posible. Me estaba convirtiendo en una persona
real. Lo que se
mantuvo incambiado a lo largo de todo el trabajo de campo es que yo
representaba un
cierto estatus para ellas.
Mi relación con
las obreras fue
diferente. Al principio, me consideraban una adulta, algo
extraña porque buscaba información a sus ojos totalmente inútil. En ese
entonces -unos
pocos años después de un largo período de dictadura- la sociedad
uruguaya estaba muy
politizada, los sindicatos tenían una marcada definición clasista
constituyendo un
movimiento muy fuerte. Mi falta de compromiso político durante el
trabajo de campo hizo
que mi entrada fuera un poco más difícil de lo esperado. Yo sabía eso,
pero justamente no
quería ser identificada con ningún grupo. Por nuestras conversaciones
sabían que yo era de
izquierda; siendo la mayoría de las obreras y obreros de izquierda, ese
elemento constituyó
un referente cultural común. Sin embargo, contradiciendo la noción que
una perspectiva
ideológica común implica una serie de otras similitudes, nosotros a
pesar de nuestra utopía
común, estábamos en distintos lugares, no compartíamos el mismo habitus.
Mis preguntas
no entraban en su lógica política: demasiadas preguntas sobre las
prácticas de hombres y
mujeres, mucha conversación sobre lo que ellos pensaban de las
actividades de hombres y
mujeres dentro de la fábrica y en la casa, y otras parecidas, junto a
la ausencia de preguntas
relacionadas a su condición de obreros. ¿Por qué iba yo entonces a
tener una relación fluida
con ellos? Tenía la impresión que ellos -especialmente los hombres y
unas pocas mujeres-
me miraban simplemente como a una mujer simpática con la cual era fácil
sentirse bien,
que no les ocasionaba molestias en su vida cotidiana. Sin embargo, para
la mayoría de las
mujeres, yo tenía un plus. Hablaba con ellas sobre los sentimientos
profundos de sus
propias vidas: qué significaba ser una mujer trabajadora,
arreglándoselas con el trabajo en
la fábrica, encargarse de la casa, los hijos, maridos, acoso sexual en
la fábrica, amistad con
otras mujeres y con hombres, y muchas otras áreas de sus vidas. Yo les
estaba dando una
oportunidad única de reflexionar sobre sí mismas. Con esas mujeres,
desarrollé una
relación más fuerte.
Finalmente las trabajadoras
sexuales. En las primeras noches que fui a la esquina,
decididamente yo no les gustaba y se sentían molestas con mi presencia.
Incluso me temían
y me contestaban agresivamente. Ese recibimiento no me sorprendió. Es
un mundo sórdido
y bastante peligroso. La trabajo sexual en la calle no está permitido,
la represión es nimia,
pero de vez en cuando se pasan una noche "adentro"
(5). Esta fue
la primera vez que sentí que
había una línea divisoria clara que yo debía atravesar para entrar al
campo. No existían
guías culturales. Mientras iba, yo pensaba en el concepto de
inteligibilidad desarrollado por
Firth (1985), tratando de imaginarme cual sería la manera de entrar en
contacto. También
me acordaba de las palabras de Malinowski, señalando que el estar en el
campo todo el
tiempo hacía que, después de un tiempo, los nativos no vieran más al
antropólogo
(Malinowski 1922).
Varios autores
(Chagnon 1983;
Geertz 1973) dan cuenta de acontecimientos específicos
que les dieron visibilidad, otorgándoles una posición en la sociedad
estudiada. En este caso,
no pasó nada especial. Poco a poco pasé a formar parte del escenario
nocturno, a
esconderme de la policía a igual que ellas, y poco a poco comenzamos a
hablar. Después de
un tiempo ya teníamos largas conversaciones y, terminamos poniendo el
grabador en el
medio, sentadas en las escaleras de un edificio, hablando durante
horas. No tengo una idea
muy clara sobre como me veían. Ellas no sabían lo que es la
antropología, pero se
percataban que estaba interesada en sus vidas y que quería escribir un
libro. Les sorprendía
mi interés, especialmente porque mis preguntas y temas que tratábamos
diferían de las
indagaciones de otras personas que se les acercaba (desde periodistas
sensacionalistas a
investigadores sobre el sida). Ciertamente, nuestra interacción rompió
sus rutinas.
Finalmente, según me dijeron terminaron disfrutando de nuestros
encuentros, incluso
algunas trabajadoras sexuales de otras esquinas venían a "la nuestra"
para conversar. Tengo
la impresión que yo no les importaba tanto como el espacio social que
se había creado
como consecuencia de mi presencia.
Estos tres relatos dan cuenta de
experiencias dispares. La relación entablada con el/la
antropólogo/a ofrece valiosa información sobre los aspectos culturales
bajo estudio. A esta
peculiar primer relación la denomino 'espejo en negativo', cada grupo
se fabrica una
imagen de la antropóloga. Aún cuando esta imagen sea inspirada en la
antropóloga que está
ahí, los aspectos remarcados y atribuidos a la antropóloga resultan de
su propio medio
cultural, de sus intereses y valores. Así, las artesanas me mostraron
lo que se esperaba de
una mujer adulta viviendo en el medio rural; los obreros y obreras -con
distinto sesgo según
el género- dejaron en evidencia la centralidad de la identidad obrera
en la construcción de
su lugar social; finalmente, las trabajadoras sexuales mostraron sus
estrategias de defensa
de la estigmatización -propia y social-, el escudo, a la vez que me
señalaron las maneras de
traspasarlo. Esto es especialmente así en las primeras etapas del
trabajo de campo, antes
que la antropóloga/o se convierta en una persona real. La imagen de la
antropóloga hecha
por el grupo constituye una valiosa herramienta de análisis para
descifrar y aprender la
cultura estudiada.
La
antropóloga como su
propia herramienta
Sorprendentemente, Claude
Lévi-Strauss que siempre pareció mantener una relación
distante durante su trabajo de campo, señala que: "en la experiencia
etnográfica, el
observador se aprehende a sí mismo como su propio instrumento de
observación. De
manera precisa, debe aprender a conocerse, para obtener del yo que se
revela a él como otro
distinto del yo que usa él, una evaluación que se convertirá en una
parte integral de la
observación de los yo" (Lévi-Strauss 1979: 39).
En la década de
1980 se desarrolla
el concepto de reflexividad para denominar la vigilancia
sobre su propia persona y los condicionamientos políticos y sociales
sobre la investigación
(Bourdieu y Wacquant 1992), no obstante, la idea del antropólogo como
sujeto histórico ya
estaba bien establecida. Hacia fines de los años 1970, Rabinow proclamó
enérgicamente
que un análisis antropológico debía incorporar el hecho que los
antropólogos estaban
situados históricamente -influyendo esto su entendimiento del mundo-
así como el hecho
que los informantes y sus interpretaciones estaban igualmente mediados
por la historia y la
cultura (Rabinow 1977: 119). Esta perspectiva acerca de la posición del
antropólogo fue
profundizada desde las propuestas feministas. Lila Abu-Lughod (1991)
plantea que
cualquier visión que una persona posea es la perspectiva desde una
posición dada así como
cualquier acto del habla es hablar desde algún lugar.
El conocimiento humanista es un
proceso moral tanto como intelectual. El trabajo de
campo tiene mucho de la autobiografía personal, conecta una experiencia
personal con un
campo general de conocimiento (Hastrup 1992: 117). Por ello abundan las
historias sobre
el campo, lo cual George Marcus supone que esto es importante para la
solidaridad de una
profesión que se ve a sí misma entre arte y artesanía y que se
enorgullece por tener una
cierta mística hacia su práctica (Marcus 2009: 4). La antropología es
al mismo tiempo arte
y ciencia. Si queremos ir más allá de las simples descripciones
triviales, es necesario
recurrir a todo nuestro bagaje, incluyendo las emociones. Mirar,
escuchar, escribir; con
estas tres palabras Cardoso de Oliveira (2006) definía el trabajo del
antropólogo, ellas
exigen estar completamente en el campo, poner el cuerpo y el alma. En
la medida en que el
trabajo de campo es considerado un proceso reflexivo, la antropóloga/o
es la herramienta
de dicho proceso. "... se vuelve posible percibir que el sujeto
antropologizador es la
ocasión, el pretexto y el locus de un drama que él o ella va a
reflejar. Como consecuencia,
al hacer trabajo de campo, yo realmente me vuelvo una herramienta, una
herramienta
reflexiva, es decir un aparato heurístico" (Dumont 1978: 12). La
antropóloga brasileña
Marisa Peirano (1995) señala que el conocimiento no se le revela
al
investigador, sino
en el
investigador durante el trabajo de campo de manera tal que él o ella
deberá
reconceptualizarse a sí mismo y el mundo circundante desde una
perspectiva diferente.
Ciertamente, las tres experiencias reseñadas me exigieron
reconceptualizarme, revisar no
solo mis categorías de análisis, sino la manera en que yo le daba
sentido a mi realidad
(6).
Todo trabajo de campo provoca un cambio en el/la antropólogo/a.
Todos sabemos que
no se puede
encontrar aquello que no se está buscando. En
antropología esta idea tiene distintas aplicaciones, en especial con
referencia al proceso de
conocer la otredad. Los interrogantes de la antropología
feminista mostraron la fuerza de
esta afirmación en relación a la invisibilidad de la mujer. Los relatos
de las mujeres
antropólogas han proporcionado más información que los realizados por
varones sobre lo
que hacían y pensaban las mujeres. Denise O'Brien (1989) en su historia
de las etnografías
de Melanesia subraya que las etnógrafas mujeres "ofrecen una posición
más balanceada de
los roles de género en Melanesia que los varones" (1984: 58). Existe un
gran número de
ejemplos de este tipo, entre ellos Marjorie Shostak, que en los años
1970 mientras hacía su
trabajo de campo entre los ¡kung, en el equipo dirigido por Richard
Lee, bajo la influencia
del Movimiento de Liberación de la Mujer, se preguntaba "¿Cómo es ser
una mujer en una
cultura tan drásticamente diferente de la mía? ¿Cuáles son los
universales, si alguno, y en
qué medida me será posible identificarlos?" (Shostak 1981: 5). Los
resultados de sus
cavilaciones fue una extraordinaria etnografía, Nisa: The life and
words of a ¡Khung
woman.
Lo importante a resaltar es el
grado en que el antropólogo o antropóloga es su propio
instrumento. No sólo en el sentido al que hacen referencia Dumont y
Peirano, sino también
cuando consideramos nuestros propios sesgos, principalmente los
derivados del género y la
edad; y nuestros propios intereses políticos, en tanto somos sujetos
políticos. Me interesa
subrayar la necesidad de tomar ventaja de esos aspectos que el
positivismo consideraba un
problema para alcanzar la objetividad y neutralidad, convertirlos en
herramientas, en
realidad en algunas de las más valiosas que tenemos para lograr conocer
la otredad.
Relaciones
entre la
antropóloga y
los/as informantes
"El trabajo de campo concierne
siempre a las relaciones" (Okely 1992: 29). Probablemente
uno de los primeros textos que ofrece un racconto detallado
de la relación entre el
informante y el antropólogo lo presenta Conversaciones con
Ogotemmeli de Marcel
Griaule (1970). Uno de los rasgos sobresalientes del trabajo de Griaule
es su énfasis en el
teatro. Señala que tanto la presentación del informante como la del
antropólogo constituyen
una especie de actuación teatral, donde se dicen algunas verdades y
otras se esconden, de
modo que toda la empresa etnográfica es la puesta en escena de una obra
de teatro. En esta
misma dirección, Jeremy Boissevain señala que el antropólogo está
constantemente en el
centro del escenario de la aldea. "Concientemente él está actuando.
Después de un rato él
ya está actuando muy bien y recibiendo cumplidos de la audiencia"
(Boissevain 1970: 71).
Hay un cierto consenso en aceptar que el/la antropólogo/a desempeña
roles en el trabajo de
campo de la misma manera que el/la actor/a en el escenario. Fabian
denomina "duplicidad"
a lo que los antropólogos hacen cuando trabajan "como" etnógrafos, y lo
considera un
concepto epistemológico que ayuda a entender el proceso de producción
de conocimiento
(Fabian 2008: 6).
Mirando el pasado
desde la
perspectiva del presente, observo la imagen que de mi misma
quise dar a mis informantes. Eso no significaba que tuviera todo bajo
control; refiere a una
intención de mostrar algunos aspectos y disimular otros. Hasta cierto
punto traté de actuar
como un espejo, tratando de mirar adentro mío, buscando sentimientos y
conocimientos de
áreas que mis informantes traían en nuestros encuentros, a fin de tomar
las similitudes para
mantener nuestra negociación de información y sentimientos. Los
antropólogos son como
actores o actrices que están siempre representando. Yo encontré cierta
fascinación por estar
en escenarios diferentes a los de mi "vida real". El trabajo de campo
me permite vivir
varias vidas bajo la misma piel, sin dejar de ser la misma persona.
"Tanto el antropólogo como sus
informantes viven en mundos culturalmente mediados,
sostenidos en redes de significado que ellos mismos han tejido. Esta es
la base de la
antropología; no existe posición de privilegio, no existe perspectiva
absoluta, y no existe
formas válidas de eliminar conciencia de nuestras actividades o de
aquellas de los otros"
(Rabinow 1977: 151). El conocimiento es el resultado de nuestras
mediaciones, de nuestros
encuentros. No existe la traducción perfecta. Los autores que siguen el
argumento de las
"cabeceras de puente" (cf. Hirst 1985; Overing 1985; Firth 1985) son
escépticos con
relación a postular o asumir un grupo de universales basados en la
razón, como estructura
cognitiva culturalmente neutra. Afirman que:
"existen
puntos de
contacto en
otras culturas que van mucho más allá de los 'procesos
meramente cognitivos'. Las posibilidades de tal comunicación serían
modos de pensar y
sentir que incluyesen la comprensión de un rango de juicios morales y
estéticos, principios
de cooperación y lucha, categorías de verdadero y falso, de bueno y
malo, de cómico y
trágico, de feo y hermoso, las emociones de amor, dolor, odio, ira y
envidia" (Overing
1985: 14).
A Raymond Firth (1985) le preocupa
el tema de la inteligibilidad, es decir lograr un
entendimiento de otra cultura por parte del antropólogo/a, utilizando
todas las posibilidades
que se tiene de conocer, más allá de lo estrictamente racional.
Pasado el momento
de la
inteligibilidad, las relaciones que entablamos con la gente,
especialmente nuestros informantes, se vuelven importantes. Se
convierte en un desafío
para poder develar, entender sus códigos culturales, su gramática
emocional, su mundo
simbólico, los significados de sus prácticas. Los informantes son
vitales para los
antropólogos, sin embargo, como señala Vincent Crapanzano, "La
presencia del
antropólogo tiene una importancia central para el informante y gobierna
su relato" (1984:
954). En mi caso, esto era particularmente cierto en mi investigación
con las mujeres
rurales ya que el resultado era un libro conteniendo su memoria
colectiva como miembros
de la cooperativa. Se escribió con sus palabras, pero fui yo quien las
entrevistó y la que
eligió que incluir y qué dejar fuera cuando llegó el momento de
escribir la memoria. Fue
necesario, sin embargo, un esfuerzo de parte de ambas para objetivar
nuestra propia cultura
a fin de comunicarnos una con las otras.
Durante el trabajo de campo junto
a las mujeres rurales, mi vida social y mi investigación
estaban fuertemente entrelazadas. En los otros dos casos, la situación
era diferente, eran
trabajos de campo de tiempo parcial. Todos los días volvía a mi casa y
a "mi mundo". Por
supuesto que esto tenía la desventaja de la inexistencia de una línea
demarcatoria clara, las
fronteras debían establecerse simbólicamente.
Las relaciones
entabladas con las
mujeres en las tres experiencias fueron radicalmente
diferentes, tenían en común que en todos los casos sus universos
referenciales diferían del
mío. El trabajo de campo es siempre un proceso de construcción
intersubjetiva, donde
distintos sujetos con diferentes experiencias y tradiciones culturales
comparten una
situación. En esa construcción intersubjetiva, señala Rabinow se dan
"modos liminares de
comunicación" (Rabinow 1977: 155). A partir de allí el diálogo comienza
a desarrollarse
primero tímidamente, luego de manera más contundente. La
intersubjetividad signa la
construcción del relato de campo. Y no solo la que
corresponde a personas distintas, es
necesario tener presente que las subjetividades van más allá de las
personas concretas en
interacción. Como advierte Michael Jackson "debe tomarse en
consideración que en
cualquier encuentro humano, los elementos impersonales, ideacionales y
idiosincrásicos se
mezclan y fusionan. Como la existencia humana nunca se limita a un ser
humano, el campo
de la intersubjetividad incluye personas, ancestros, espíritus,
representaciones colectivas y
cosas materiales" (Jackson 1998: 9). Debo decir que definitivamente, en
mis encuentros
con las diversas mujeres con quienes entré en contacto en las tres
experiencias de trabajo de
campo relatadas, en la intersubjetividad resultante, estaban presentes
nuestras mochilas
culturales, los sentidos contextuales de nuestras existencias.
Aprendiendo
a través/desde
las emociones
Durante la primera mitad del siglo
XX no existían relatos personales sobre los trabajos de
campo, no se consideraba la autobiografía. Muchos años después de haber
concluido sus
trabajos de campo y escrito las correspondientes etnografías, algunos
antropólogos
contaron sus experiencias
(7),
por lo general ubicándose a sí mismos con cierta
distancia. Esto
sirvió para mostrar elocuentemente las dificultades para mantener el
"balance entre el
compromiso empático y la distancia disciplinaria" (Mead, citada por
Dumont 1978: 6).
Joana Overing
subraya que la
publicación La estructura de las revoluciones científicas
(1964) de Thomas Kuhn definitivamente mostró las dificultades en
separar el mundo de los
valores de las actividades científicas y del fundamento de conocimiento
mismo. "Así, la
perspectiva de que la moral es un dominio a ser puesto aparte, separado
de aquello que
persigue el conocimiento a través de la razón y de los hallazgos
empíricos, está siendo
seriamente cuestionado dentro mismo de la ciencia" (Overing 1985: 4).
Alrededor de
treinta años antes, Marcel Mauss señalaba en su crítica a Lévy-Bruhl,
que "el juicio y la
acción racional están entrelazados con elementos de impulso y
sentimientos" (citado por
Firth 1985: 33). El no tomar en cuenta las emociones dejaba de lado una
vasta área de
conocimiento y comprensión de la otredad. En su libro Los rituales
de muerte en la Grecia
rural, Loring Danforth (1982) plantea que "el mantenimiento de
esta distancia etnográfica
ha resultado en (...) la folclorización de la indagación antropológica
sobre la muerte". Por
su lado, Joanna Overing (1985) postula que dejar fuera del proceso la
moral y las
emociones solo lleva a resultados triviales. El problema que
enfrentamos, por lo tanto, es
articular nuestras propias emociones con un razonamiento sistematizado
a fin de enriquecer
nuestra investigación para ir más allá de la folclorización y el
conocimiento trivial. Sin
duda que no es una tarea sencilla.
Es así que en el proceso de
producción de conocimiento, acuerdo con Judith Okely quien
argumentaba que "lo emocional y lo personal no pueden separarse
fácilmente de lo
intelectual" (Okely 1992: 9). Ella avanzó en la idea que en el contexto
académico, 'lo
personal es teórico'. Esto va a contrapelo de la tradición positivista
que relega lo personal a
la periferia, a lo meramente anecdótico. Esta negación de la presencia
de las emociones en
las interacciones sociales deja de lado buena parte de la realidad que
se pretende estudiar,
solo permite una aproximación parcial. De modo que las emociones del
antropólogo/a
pueden utilizarse como herramientas de
acercamiento/comprensión/entendimiento de la
otredad, al mismo tiempo que las emociones también constituyen un
posible objeto de
estudio (Lutz 1988). Desgrabar nuestras entrevistas exige una 'escucha
etnográfica', es
decir una escucha que trascienda los signos lingüísticos, que traigan
el ánimo y la emoción
que acompaña a las palabras dichas. Fabian llama la atención sobre la
necesidad de
recordar las actitudes del hablante (posturas corporales, gestos,
mirada entre otros) a fin de
incluir la información indicial y extralingüística (Fabian 2008: 50).
Buena parte de la
comunicación emocional que forma parte de la interacción con
nuestros informantes se
manifiesta en estos indicadores que quedan por fuera del lenguaje. Es
preciso ir más allá de
la centralidad de la palabra y de la visión, que históricamente ha
caracterizado nuestra
disciplina.
En mi experiencia
con las mujeres
rurales, trabajar con la lana (hacía tareas muy menores
dada mi falta de experticia), compartir las horas en el taller, el
calor, el cansancio, todo ello
me acercó y contribuyó a establecer diálogos. Compartir momentos de
esparcimiento
resultó de primera importancia, reírme de sus chistes y bromas
(aprender su sentido del
humor), tomar una cerveza y conversar sobre la telenovela, todo ello me
permitió
entenderlas mejor. Esas instancias estaban llenas de emociones,
identificarlas me permitió
aquilatar sus relatos con otras dimensiones de su realidad. En otra de
las experiencias, estar
con algunas obreras en sus casas, ayudarlas con los hijos
(entreteniendo a uno mientras
cambiaban los pañales a otro), tomando unos mates y compartiendo sus
quejas por un
marido que no ayuda y por una doble jornada que se extiende demasiado,
su rabia por un
capataz que tiene un affaire con una obrera e inmediatamente
pasa a encargada, nos acercó.
Esas emociones con forma de rabia e insatisfacción muy similares a
muchas mías
experimentadas en otras ocasiones propiciaron encuentros
intersubjetivos. Del mismo
modo, estar en la esquina con la trabajadora sexual me permitió
experimentar algunas
emociones semejantes a las que ellas vivían cotidianamente
(desprotección, vulnerabilidad,
miedo). Sin duda que en las tres experiencias de trabajo de campo hubo
una intensa
comunicación emocional guardada en mi memoria y actualizadas en el
momento de
escribir las notas de campo una vez de regreso a mi casa.
Personalmente, siempre tuve la
convicción que el trabajo del antropólogo/a es una
actividad de 24 horas diarias, lo cual demanda habilidades
intelectuales, sistematización a
través de la razón, empatía con la gente, todas nuestras capacidades
emocionales, y pasión,
toda nuestra pasión. Es una buena cosa usar la información
antropológica para mirarnos a
nosotras mismas. Una de las primeras lecciones a aprender es a dudar de
todo aquello que
nuestra cultura toma como dado. Nuestras nociones más elementales no
son universales.
Una de ellas refiere a la idea misma del yo. He tratado de despegarme
de la tradición
cartesiana, e inspirada en Simone de Beauvoir (1965) he dicho yo
soy un cuerpo, yo soy
trascendencia en oposición a yo tengo. También proclamo
mi yo como uno integrado, que
incluye emociones, razón y cuerpo inextricablemente entrelazados. Sé
que no puedo tomar
éstas como certezas, pero al menos las puedo tomar como verdades
operacionalizables para
realizar mi investigación. El trabajo de campo se caracteriza por ser
un proceso en el cual
se pone el cuerpo y las emociones junto a la razón. Por consiguiente,
tomo las emociones
como una herramienta de aprendizaje, o al menos les doy un papel
preponderante en el
proceso de inteligibilidad. Emociones y sentimientos son invitados
especiales en la relación
entre el/la antropólogo/a y sus informantes. Los manuales de trabajo de
campo siempre
hacen referencia a la empatía, pero no dicen nada del amor. Yo quise
mucho a algunas de
mis informantes y me sentí muy querida por ellas, del mismo modo que me
sentí incómoda
con otras. Pensar mi trabajo de campo como el resultado de relaciones
intersubjetivas me
ha ayudado a entender mejor diversos procesos culturales así como
algunos aspectos de mi
misma.
A modo de
conclusión
Existen diferentes estrategias
para desarrollar el conocimiento antropológico. El trabajo de
campo de algunas antropólogas feministas nos ha brindado gran parte de
las reflexiones
existentes sobre el mismo. Mi principal interés era compartir algunas
estrategias que seguí
en mis trabajos de campo, es decir en la forma en que fui construyendo
el conocimiento
antropológico en tres investigaciones diferentes, las cuales tomaron
aspectos que el
positivismo considera contaminante en la investigación científica, y
los ubicó en un lugar
privilegiado. Soy conciente que muchas de ellas resultan de que soy una
mujer estudiando
otras mujeres desde una perspectiva de género. Existe un largo camino
para andar,
experimentar diferentes formas de desarrollar el conocimiento
antropológico dentro del
marco de una disciplina empírica rigurosamente sistemática. Ese es uno
de los desafíos a
los que nos estamos enfrentando en esta época.
Notas
1. El resultado de la
investigación se plasmó en
Las artesanas hablan (Rostagnol
1987)
2.
El resultado de la
investigación está en "Género y división sexual del trabajo" (Rostagnol
1991)
3. El SUA
nuclea a todos los trabajadores y trabajadoras de la industria de las
confecciones.
4. Varios artículos recogen los
resultados de esta investigación, entre ellos Rostagnol 2000a
y 2000b.
5. Detenidas en
dependencias policiales.
6. Tomo realidad
como una construcción social
siguiendo a Berger y Luckman (2001).
7. Lévi-Strauss (Tristes tropiques),
George Balandier (Afrique
ambiguë), David Maybury-Lewis (El
salvaje y el inocente).
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