Gazeta de Antropología
Nº 14 · 1998 · Artículo 10 · http://hdl.handle.net/10481/7548
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Las historias de vida como método de acercamiento a la realidad social
Life stories as a method of approach to social reality

Ángeles Arjona Garrido
Juan Carlos Checa Olmos
Laboratorio de Antropología Social y Cultural. Universidad de Almería.


RESUMEN
Sabiendo que los flujos migratorios no son una novedad actual, pues han existido desde que el hombre es hombre y que el desarrollo de las culturas y los avances sociales no serían comprensibles si a lo largo de la historia no se hubiesen producido permanentes contactos entre pueblos y culturas, los autores se acercan a una de las técnicas cualitativas que más se están utilizando actualmente en el estudio de los movimientos migratorios: las historias de vida. Exponen en qué consisten como técnica etnográfica y cómo llevarlas a efecto. Como ilustración entresacan pasajes de la historia de Ahmed, un tangerino que lleva viajando desde 1971.

ABSTRACT
Knowing that the migratory flows are not a current novelty, as they have existed since the beginning of humanity, and that the development of cultures and social advances would not be comprehensible if, along the path of history, permanent contacts between peoples and cultures had not taken place, the authors examine one of the qualitative techniques that are more well-used at the moment in the study of migratory movements: life stories. They present what they consider ethnographical skills and how to apply them. As an illustration they include some passages of the life story of Ahmed, a native of Tanger, who has traveled since 1971.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
historias de vida | método antropológico | migraciones | técnicas cualitativas | life stories | anthropological method | migrations | qualitative techniques


Los flujos migratorios no son una novedad actual, pues han existido desde que el hombre es hombre. El desarrollo de las culturas y los avances -técnicos y sociales- no serían comprensibles si a lo largo de la historia no se hubiesen producido permanentes contactos entre pueblos y culturas. No obstante, los movimientos de personas cruzando países, mares y continentes no han sido siempre igual a lo largo de los siglos. Las grandes corrientes migratorias modernas son las más destacadas, iniciadas en la segunda mitad del siglo XIX, que perduran hasta la actualidad. Ni tampoco han estado polarizadas hacia los mismos puntos de destino: En la etapa 1853-1890 los flujos se dirigieron hacia el Nuevo Mundo (Estados Unidos, Canadá, y América Latina -Argentina y Brasil-; Australia y Suráfrica); se considera que alrededor de 1.400.000 emigrantes se desplazaron por año; proceden de las Islas Británicas, Italia, Portugal, España, Rusia y Alemania. En los primeros años del siglo XX (1905-1910) se siguió la misma tónica del período anterior. La tercera gran oleada se produce en la época posterior a la segunda Guerra Mundial (1950-1970): unos 18 millones de emigrantes encaminaron sus destinos hacia los países desarrollados; pero tanto sus orígenes como destinos han cambiado de sentido. Proceden desde el área mediterránea, la Europa oriental y Turquía, dirección la República Federal Alemana, Francia, Inglaterra y Suiza. Estados Unidos, Canadá y Australia reciben importantes flujos de emigrantes latinoamericanos, calculados en unos 10 millones de personas. Próximo a nuestros días, en los años 70, tras las sucesivas crisis petrolíferas, se pone fin al boom económico de los países norteños, y tras sus recesivas tasas de crecimiento y paro, éstos tienden a implementar políticas restrictivas sobre la emigración. Pero continúan llegando, por reagrupación familiar, peticiones de asilo e inmigración clandestina. Además, ahora han entrado también en el «juego atractivo» otros países, como España, Italia y Grecia. No se olvide, sin embargo, los movimientos Sur - Sur, que significa que millones de refugiados salen de sus países diariamente.

¿Cómo estudiar este fenómeno tan complejo? Sin duda, sería un error pretender comprender que todas las personas salen de sus casas o países exclusivamente por razones o factores económicos, o por sequías (emigrantes ecológicos); también influyen las dictaduras y persecuciones políticas (emigrantes políticos, exiliados o refugiados), la falta de libertad religiosa y de pensamiento; y otras muchas razones personales («ganas de cambiar de aires», etc.). Por otro lado, el carácter multifacético del fenómeno exige un tratamiento interdisciplinar, objeto de estudio de demógrafos, economistas, sociólogos, antropólogos, geógrafos, estadistas, psicólogos sociales, historiadores, juristas. Incluso la insuficiencia de un corpus teórico incide negativamente en el posterior desarrollo teórico y metodológico para construir modelos; así se entiende que desde Ravestein no se haya producido prácticamente ningún salto significativo en la teorización de las migraciones.

En este panorama científico-social, las técnicas cualitativas vuelven a cobrar significativa relevancia. Entre ellas, las historias de vida se han revalorizado. Se trata de entender las migraciones en «clave inmigrante»; que es un complemento imprescindible a tantas cifras de flujos y cupos (que cosifican a las personas).

Esa es la pretensión de este artículo: exponer en qué consisten y cómo llevar a efecto las historias de vida, como técnica etnográfica, y su valor en la aplicación a las migraciones. Como ilustración entresacamos pasajes de la historia de Ahmed, un tangerino que lleva viajando desde 1971. No obstante, como esta técnica no ha sido siempre bien aceptada por la comunidad científica, discutida, dentro de la disputa -que ya viene de atrás- entre la concepción de las ciencias puras y las sociales, exponemos la síntesis de dicha discusión metodológica y cómo se encuadran en ella las historias de vida.


El estatuto científico de las ciencias sociales y las historias de vida

A lo largo de la historia, el devenir del conocimiento científico ha estado marcado por una gran polémica, que trataba de determinar qué es ciencia y qué es científico. Dos han sido las corrientes tradicionales que se reconocen sobre la filosofía de la cientificidad: la confrontación se expresa en términos de explicación causal versus explicación teleológica. Esta disputa está hoy superada, pero en algunos aspectos renació cuando empezaron a cobrar fuerza las llamadas ciencias sociales. O lo que es igual, había que caracterizar su estatuto de cientificidad: cómo aplicaban éstas en sus trabajos de campo y posteriores análisis (teoría) el paradigma científico. Lo cual se reducía a tomar una posición al respecto: o se acogían al método elaborado para las ciencias físico-naturales (ciencias duras o puras), desde una perspectiva positivista, o lo que los «científicos» sociales construían no tenía valor científico.

La corriente positivista encabezada por A. Comte y Stuart Mill aboga por la aplicación del método científico natural a estas «nuevas ciencias», con el objetivo de formular leyes generales y universales, de tal forma que Comte tenía como objetivo realizar en sus estudios una física social que transgrediera a la sociología. Frente a los anteriores pensadores se erigen los que reconocen la autonomía de las nuevas ciencias y el rechazo a la matemática como canon ideal regulador de las explicaciones científicas. Autores como Weber o Simmel defendieron la aplicación de la hermenéutica para la compresión de los hechos sociales.

Pero la dicotomía no se reduce a problemas de medición, lo que facilitaría su análisis y posible solución, mas al contrario, se extiende a aspectos muy numerosos y variados que afectan a la epistemología, a la metodología y a las técnicas de investigación. Las diferencias que se establecían, y que algunos todavía se empeñan en establecer entre ambas perspectivas, cambian no sólo a través del tiempo, sino también por el autor que las analice.

Estos dos paradigmas, que dominaron e incluso llenaron casi totalmente la historia de las ciencias sociales desde la posguerra, ya no son fuerzas reales. Estas controversias, agravadas durante un largo tiempo, pasan a diluirse poco a poco. El consenso escindido y polarizado en dos campos ha dado lugar a un disenso plural y multiforme, llevándonos a un intento de síntesis entre los múltiples corpus teóricos y metódicos. De ahí que en las ciencias sociales se hable de métodos (no existe un único método para una disciplina); sin necesidad de pensar que todos son intercambiables y aleatorios entre sí, en el sentido del «todo vale», que Feyerabend (1974) propugnaba.

Emile Durkheim (1988) insistía en que el nivel social de la realidad es sui generis, con unas propiedades específicas y unos principios de causalidad peculiares, gobernado por leyes que no encuentran analogías fáciles en otras zonas de la realidad. Por tanto la realidad social exige que ambas vertientes cognoscitivas (la positiva y la hermenéutica), se utilicen dependiendo del conocimiento u objetivos preliminares. Por ello, muchos autores aceptan lo que Popper señalaba, respecto a la estéril intención de muchos por separar las ciencias naturales de las sociales, ya que «el método de resolver problemas, el de la conjetura y la refutación es practicado por ambas» (Popper 1972:185).

En definitiva, el método científico es único; lo que tampoco significa aceptar el monismo metodológico. En la actualidad son rechazables las posturas extremas. La concepción científica se flexibiliza, no sólo aceptando una explicación causal, sino también teleológica; la complementariedad de métodos se abre paso a la hora de la investigación, y la primacía de unos sobre otros va en función de los objetivos del investigador. El pluralismo cognitivo de las ciencias sociales debe corresponderse con un pluralismo metodológico que nos permita conocer y acercarnos lo más posible a la dimensión o dimensiones del hecho al que se quiere hacer frente.

De igual forma, es evidente la necesidad de un paradigma integrado que responda al objeto de las ciencias sociales, pero éste no existe; quizá esta deficiencia metódica se deba a la poca adecuación del método al objeto que trata de estudiar(1). Ciertamente este fenómeno lo tienen superado las ciencias naturales. Es urgente, pues, una implicación entre el método y la concepción teórica: una forma de entender la realidad lleva aparejada una forma de acercamiento a su conocimiento.

La balanza de la investigación social en la actualidad está inclinándose hacia los estudios cualitativos, debido en gran parte a la superación de la relación directa y unívoca de. De entre las diferentes técnicas de conocimiento de la realidad desde un enfoque cualitativo, el presente artículo presta especial atención a las historias de vida, reproducciones de la palabra hablada, testimonios que forman parte del presente y tienen gran importancia para el futuro.

¿Por qué en un artículo sobre historias de vida hacemos una introducción hablando de la cientificidad de las ciencias sociales? Precisamente porque no faltan autores que se cuestionan el carácter científico de esta técnica y sus resultados. Lo que queremos decir es que una vez superados el positivismo y la objetividad extremas, las historias de vida son una buena técnica para el restablecimiento de la cientificidad apoyada en lo cualitativo, sin complejos metodológicos.


Las historias de vida como técnica etnográfica

La historia oral como proceso descriptivo y narrativo es tan antiguo como la historia misma, de modo que en sociedades ágrafas era la transmisión oral la forma de perpetuar los acontecimientos, conocimientos y saberes. En este ámbito, las historias de vida ensalzan el proceso de comunicación y desarrollo del lenguaje para reproducir una esfera importante de la cultura coetánea del informante y su aspecto simbólico e interpretativo, donde se reproduce la visión y versión de los fenómenos por los propios actores sociales.

Por ello, tanto a historia oral como la historia de vida son «espacios de contacto e influencia interdisciplinaria (...) que permiten, a través de la oralidad, aportar interpretaciones cualitativas de procesos y fenómenos históricos-sociales» (Aceves 1994:144). De manera que la historia de vida no se presenta como una técnica exclusiva de disciplinas como la historia o antropología, es muy válida asimismo para otras áreas de las ciencias sociales, como la sociología o la psicología social (Pujadas 1992).

Tomando, v. gr., el caso de la sociología, la historias de vida fueron aplicadas por primera vez por el departamento de sociología de la Universidad de Chicago, que acabaría siendo el centro de la disciplina en los Estados Unidos durante muchos años y fundando una línea de pensamiento sociológica, denominada la Escuela de Chicago. Thomas y Znaniecki, miembros de este departamento, publicaron en 1918 la obra The polish peasant in Europe and América (El campesino polaco en Europa y los Estados Unidos de América), un estudio macrosociológico, donde lo novedoso era la metodología empleada durante los ocho años que duró la investigación. La información se basó en materiales autobiográficos, correspondencia familiar, facturas y otros documentos personales, resaltándose la actitud y la definición de la situación por el actor, poniéndose de relieve el énfasis en los aspectos interpretativos. Este enfoque se convertiría en una de las características definitorias del producto teórico de la Escuela de Chicago: el interaccionismo simbólico (Rock 1979:5). Esta obra clarificó el marco y espacio intelectual en el que esta disciplina puede observar y explorar.

La Escuela de Chicago, que tuvo su gran apogeo en los años 20, en la década siguiente estuvo caracterizada por su declive, la tradición oral perdió su importancia para cedérselo a sistemas teóricos más explícitos y codificados, como el funcionalismo estructural. Sin embargo, esta actitud metodológica, la oral, tras haber sido denostada, cobra interés en los últimos tiempos, dónde aparecen incontables investigaciones orales y biográficas, una vez superada la ortodoxia unidireccional de concebir lo real con lo que es ciencia. De este modo, las historias de vida se han convertido en un fructífero complemento a otras técnicas utilizadas y supone un puente de comunicación entre distintas disciplinas académicas. Se trata, en definitiva, de evitar sesgos en la información debido a la segmentación científica.

Han sido circunstancias de ámbito muy diverso (políticas, económicas, sociales e ideológicas), como la idea de globalización mundial, el consumo y el cambio vertiginoso en lo socioeconómico, características de la sociedad actual, las que han acelerado la incorporación del punto de vista del sujeto, «si los hombres definen las situaciones como reales, sus consecuencias son reales» (Thomas-Thomas 1928:572).

Ahora bien, al concepto de «historia de vida», como técnica etnográfica, es necesario realizar algunas precisiones: por «historia» entendemos la historia en minúsculas, de «personajes sin importancia»: no se refiere a las hazañas de héroes y grandes conquistadores, hombres de ciencia, políticos o banqueros famosos; mas al contrario, es el reflejo de una vida sencilla, sin fama ni gloria. En cuanto al término «vida», también se diferencia de las biografías que narran los escritores o las memorias que describen personas de relevancia política, histórica o social; más bien es el relato contado en primera persona por un protagonista cualquiera, de «un hombre de la calle»; aunque ha de ser una persona que se exprese con cierta fluidez y venga acompañado de una buena dosis de memoria.

Las historias de vida deben tener rigor en el método y llevarlas a efecto necesita de bastantes contactos, entrevistas y búsqueda de documentos. A continuación exponemos algunas recomendaciones teóricas y metodológicas a la hora de efectuarlas. El método historal, como cualquier otro, requiere realizar una documentación previa del objeto de estudio, un acercamiento exploratorio, con el fin de evitar pérdidas de tiempo, información inválida, etc.

También es obligado que el investigador inicie su trabajo con una «fase de preparación teórica», donde diseñe el proceso que luego se pretende seguir. En esta fase el investigador delimita los objetivos principales. Si ésta no se realiza perfectamente la información extraída puede no ser de utilidad a los objetivos de la investigación. A continuación se procederá a la selección de informantes y realización de las entrevistas, que estarán en función y bajo los criterios teóricos que concuerden con los objetivos previstos. Tampoco se han de pasar por alto narraciones autobiográficas ya elaboradas, documentos personales en general que nos pueda llevar a buenos informantes, aunque en muchos casos, ya lo sabemos, es el azar el que te lleva a ellos.

El investigador social debe saber guardar una «distancia cínica» (Berg 1990). Si ésta es necesaria en otras técnicas, en la narración autobiográfica hay que ser aún más escrupuloso: mostrar una postura neutra ante lo relatado, ya que cualquiera otra posición (empatía o antipatía) puede degenerar la información en un relato imaginario, donde se mezcle con facilidad la información ficticia o, por el contrario, una transmisión entrecortada, tediosa, sin interés, por parte del informante, ocultando datos y aspectos que a posteriori pueden ser valiosos. No significa esto que el clima de comunicación sea negativo; muy al contrario, entre el informante y el investigador ha de existir un ambiente cordial y distendido y de confianza, pero no de complicidad manifiesta.

Conviene, asimismo, «estimular el deseo de hablar» del entrevistado. El investigador no hablará más de lo necesario. Cuando se dirige excesivamente la entrevista se provoca la inhibición del informante.

Un buen investigador que trabaje con esta técnica ha de tener presente varios aspectos: uno, que, al ser una autobiografía, debe existir una identidad entre el narrador y lo narrado: dos, ha de crearse un ambiente distendido que sea proclive a la comunicación; tres, procurará, reconduciéndola, si es preciso, que la narración no sea exclusiva de la vida del informante, sino que también la introduzca en su contexto espacio-temporal: que describa lugares, otros personajes, hechos históricos, etc., tal como los percibió en su momento.

La forma de registro recomendada es la grabación en cintas de casete, aunque lo ideal sería mediante cámara de vídeo, más completa (sonido, gestos, expresiones, etc.); la expresión corporal -la «comunicación no verbal»- puede ser tan comunicativa como la propia palabra (Faseke 1990: 84). Pero ninguna anula la presencia de la libreta de campo, donde le investigador anota sugerencias, expresiones, gestos, golpes de vista, preguntas ampliativas, etc. Una vez registrada la información se procederá a su transcripción. En su posterior transcripción se atenderá a la literalidad de lo recogido, manteniendo el argot, expresiones y léxico jergal del informante.

Siempre el investigador está preso respecto a la fiabilidad y veracidad de lo que su informante le cuente. ¿Qué podemos y debemos creernos? Una de las formas para detectarlo es comprobar la coherencia interna del relato: lo que dice y cómo lo dice, su forma de estructurarlo y la congruencia del resultado final. Además, nunca viene mal, cuando es posible, contrastar la información que de primera mano ofrece el sujeto, con la que personas afines y de su entorno nos puedan aportar; sin embargo, como es evidente, tampoco se trata de ir comparando toda la información ni construyendo historias de vida paralelas, con la intención de verificar el discurso del informante. La técnica contrastiva se reserva para datos y acontecimientos significativos o lagunas que la misma memoria del sujeto así lo recomienden. En realidad, las personas que rodean al informante no son una máquina de la verdad (que confirma y desmiente objetivamente), más bien pueden aportar nuevos datos sobre lo narrado, al tiempo que permiten al investigador tratar el material (narrativo, documental e histórico) desde las técnicas de triangulación, configuradas como al efecto para medir la validez del relato.

Por esto, podemos afirmar que la mayor dificultad de esta técnica se encuentra en la fase de análisis e interpretación de los contenidos. Para alcanzar una mayor operatividad es preciso llevar a cabo dos tipos de análisis, uno «vertical», de cada relato, y otro «horizontal», sobre el conjunto de todos los relatos. De ambos se obtiene un núcleo central de toda la historia, utilizando el fenómeno llamado «saturación de información por repetitividad».

Pero también es de interés realizar análisis de contenido. Éste nos permite trabajar con la información intrínseca y extrínseca. La intención es acceder no sólo a lo manifiesto, sino también a lo latente o larvado, que el sujeto no dice expresamente, pero lo tiene presente. Es muy útil a la hora de captar contextos más generales, tanto del informante como de su mundo. Mediante la descripción, el sujeto se construye, y ésta se hace en el ámbito de unas estrategias discursivas que ponen en marcha un juego de interacciones, no con una intención exclusiva y unívoca, sino también utilizando mensajes en general, la comunicación simbólica, etc., donde se dejan entrever más cosas (ideología, valores) que las que el mismo informante pretende expresar conscientemente. Por otro lado, este análisis no está exento de una socio-semiótica del discurso, que tiene como finalidad el determinar las manifestaciones del sujeto dentro de un discurso social biográfico y que nos lleva a un grado de visibilidad del individuo y su entorno.

La llegada del ordenador (y su innovación técnica: programas estadísticos, de medición de variables, conceptos, etc., con operaciones lógicas y algebraicas a gran velocidad) ha revalorizado el análisis de contenido; no es determinante, pero sí de gran ayuda en el procesamiento de grandes cantidades de datos. Como bien señala Mochmann (1985), una de las promesas de la aplicación del ordenador al análisis de contenido es la solución de los problemas de infiabilidad inherentes a la utilización de codificadores humanos. No obstante, tampoco se crea que con él se solucionan algunos aspectos de tipo cualitativo.

Las historias de vida asimismo presentan una serie de ventajas e inconvenientes intrínsecos a la misma técnica, que no conviene obviar. A saber: si bien este tipo de entrevistas permiten un acercamiento a las relaciones primarias, derivadas no sólo de lo acontecido a la vida de una persona, sino también cómo le han influido los procesos de evolución y cambio social (permite un acercamiento a la historia de las personas que de otro modo sería más complicado, caso de los migrantes, como veremos a continuación), no podemos olvidar que esta técnica también adolece de una serie de sesgos, caso de la impaciencia del investigador (quien pretende recoger toda la información necesaria en unos cuantos encuentros), la dificultad de acceder a un informante con buena memoria, su disposición a colaborar, etc.

En la investigación de esta técnica tampoco deben olvidarse los parámetros cuantitativos. Esto es, el fin del registro de una historia de vida se produce cuando se llega al nivel de saturación de información. Existe un alto grado de repetitividad en el material de campo: tras la sucesión de las entrevistas se llega a la inexistencia de nueva información. Por tanto, el número de entrevistas cesará cuando se conozcan y se comprendan las pautas de las relaciones estructurales que organizan al individuo con respecto a sí mismo, su familia y su comunidad. De esta manera, el número de encuentros con el informante no están inicialmente determinados, pero la saturación indicará el final del registro.

Ahora bien, la mayor polémica que suscitan las historias de vida entre los investigadores sociales, no ya como la aplicación de una técnica etnográfica, sino como método, se refiere a sus grados de validez y representatividad. Es decir, si la muestra y la información alcanzada permite hacer generalizaciones. No cabe duda que resulta difícil extraer juicios universales o generalizables cuando se tienen como base el material aportado por una o varias historias de vida. Mas, no por ello esta técnica etnográfica debe descalificarse y despreciarse de forma radical, pues podemos considerarla como una parte constitutiva de la investigación en el campo etnológico y sociológico. Y es así porque aporta datos de difícil consecución con otro tipo de técnicas (Szczepanski 1978); no se pierda de vista que la naturaleza de los fenómenos sociales pueden variar dependiendo de variables espacio-temporales en los que se investiga. Con otros términos, desde ella no es posible la universalización, pero sí son válidas sus aportaciones.

Diremos para terminar que en las historias de vida se precisa una delimitación terminológica que no induzca a error. Es el caso de la diferencia entre historia de vida-relato de vida. El relato de vida es un subgénero de la historia de vida, menos amplio y completo. Se trazan los rasgos más destacados, atendiendo a los aspectos que más interés tienen para el investigador. Sin embargo, para que una narración pueda ser catalogada con propiedad como historia de vida, requiere de material complementario, como fotografías, facturas, documentos, otras manifestaciones, etc., que den crédito y validez al hilo argumental expuesto.

En definitiva, la historia de vida podría definirse de la siguiente forma: «es un relato autobiográfico, obtenido por el investigador mediante entrevistas sucesivas en las que el objetivo es mostrar el testimonio subjetivo de una persona en la que se recojan tanto los acontecimientos como las valoraciones que dicha persona hace de su propia existencia» (Pujadas 1992:47).


Historias de vida: su aplicación a las migraciones

La sociedad actual está mediatizada por una tremenda paradoja: de un lado, nos encontramos ante un vertiginoso proceso de mundialización de la economía (la llamada «aldea global»), por la que los capitales financieros y mercancías atraviesan las fronteras nacionales como no había sucedido hasta ahora, en un gigantesco trasiego de bienes de producción y consumo. Hay países que se ven obligados a especializarse en el producto que determinadas multinacionales le demandan (de otro modo no tendría salida su producción). Wallerstein (1974) ha denominado el fenómeno como «sistema mundial de producción». Al mismo tiempo, esta forma de consumo internacional crea una masa homogénea de pautas de comportamiento, de la misma manera que los medios de comunicación permiten comprobar, en directo, qué está pasando en cualquier lugar del mundo. Esta inmediatez visual, aunque no lo parezca, cada día juega un papel más importante en los movimientos de población Norte-Sur. Pues también la mano de obra (sobre todo la barata) se mueve como una mercancía más: los buscadores de mejorar su situación personal y familiar se han convertido en obreros transnacionales, mucho más dirigidos desde el exterior de lo que ellos mismos creen.

Sin embargo, por otro lado, frente a la homogeneidad de los comportamientos productivos y de consumo, asistimos a una búsqueda desesperada de la identidad social y cultural, el apego a las raíces, a las costumbres ancestrales, al grupo primario. Procesos identitarios que llegan a convertirse -en los nacionalismos extremos- en una obsesión de la unidad de los iguales frente los diferentes, por un individualismo del yo frente al otro con las consiguientes estigmatizaciones y rechazos de aquellos que caen fuera de «mi sistema cultural».

A esta ruptura entre lo económico y lo cultural la han llamado algunos la «desmodernización». O lo que es igual: como no valen los cánones en los que existía equilibrio entre el sistema de producción económica, unido al proceso social y cultural, los estados han cedido su poder a un sistema internacional de economía desequilibrada, que se mueve exclusivamente por la ley del máximo beneficio económico.

Ahora bien, a este egocentrismo, la revalorización de lo nuestro frente al otro (el extranjero), el migrante-mano de obra barata al final aparece como el resumen del que paga la factura de los descalabros sociales. Si el fenómeno migratorio actual, lo venimos diciendo, no hay que entenderlo como un aspecto social aislado, sino dentro del sistema mundial de producción, su análisis ha de ser global, teniendo en cuenta tanto los procesos de mundialización de la economía, los procesos de pull-push, cuanto la búsqueda de la identidad grupal de los habitantes de los países receptores, y los aspectos subjetivos y familiares del sujeto que decide iniciar un viaje al «mundo desarrollado», así como las circunstancias socioeconómica y políticas de los países de origen. O lo que es igual, su carácter multifacético exige un tratamiento interdisciplinar. Los movimientos migratorios requieren la debida atención a los marcos de referencia culturales, antropológicos, sociopsicológicos, las decisiones de emigrar, etc. (Checa 1998).

Pero esta circunstancia tan compleja está llevando a los investigadores sociales a tratar el fenómeno desde la óptica cuantitativa («contar inmigrantes»), acosados por las administraciones públicas y los políticos: «cuántos hay» y «cuántos pueden llegar» a corto y medio plazo; y la visión economicista y social («dónde van a trabajar», «cuánto pueden molestar»: vivienda, educación, salud), etc.

Ante este panorama, las historias de vida, como método aplicable al conocimiento y profundización del fenómeno migratorio, están adquiriendo un nuevo relieve. Se trata de conocer las perspectivas de los sujetos que viajan, desde las que se podrán valorar qué ha influido en la toma de decisiones (lo económico, lo social, lo político, lo familiar, el entorno) y, desde ellas, hacer frente a investigaciones de planteamientos histórico-estructurales más amplios. Ante la gran complejidad del fenómeno, creemos que las historias de vida conforman una técnica muy aceptable para el conocimiento de esta realiadad social, tanto por la información que ofrece, «de primera mano», como por su posterior aplicación a otros campos investigativos. Nos parece harto interesante escuchar los pensamientos, sentimientos, miedos, esperanzas, ilusiones o frustraciones; los logros, las alegrías, los ascensos sociales, las categorías de una nueva vida... de mano de quienes lo han vivido, ante tantas cifras, relaciones de cupos, «ilegales», estadísticas de necesidades, etc..

Entiéndase, ahora bien, que tampoco se trata de excluir el resto de métodos; mas al contrario, buscando la complementación metodológica, la historia de vida necesita otros apoyos interdisciplinarios.

Ya hemos dicho que las historias de vida aparecieron en sociología de la mano de la Escuela de Chicago, unidas a unos estudios basados especialmente en personajes anónimos que estaban afectados de situaciones de marginalidad y pobreza. Gran número de inmigrantes, en especial los de primera generación, conforman sectores marginados, sobre los que la población nativa vierte y recrudece estereotipos y prejuicios étnicos (que culpan al pobre de inadaptado y de ser responsable de su situación de pobreza). A la marginalidad hay que unir lo desconocido, el diferente (en piel, cultura, religión, idioma). Por eso los primeros estudios basados en la historia de vida pretendieron ser un acercamiento a los colectivos desfavorecidos, para dar a conocer estas situaciones.

Además, para concluir, podemos asegurar que las historias de vida nos permiten también desenmascarar la cantidad de tópicos que hay sobre las migraciones y migrantes, tanto entre determinado tipo de investigaciones, como en la población en general. Léanse: todos los inmigrantes son económicos y proceden de las capas sociales más bajas en sus países; en destino mal viven y son unos inadaptados; o el más reciente: la mayoría de los africanos nos llegan en pateras, etc. Aunque únicamente fuera para desenmascarar esta serie de tópicos, las historias de vida ya son necesarias.

Si no es fácil establecer una tipología de inmigrantes, cuánto más difícil no será pretender encuadrar a la mayoría en prejuicios y estereotipos. Si atendemos a sus propias vivencias, las generalidades se desmontan y aparece una variedad de circunstancias tan grande que algunos planteamientos globalistas empiezan a tambalearse. Por esta razón, los estudios que atienden a las manifestaciones de los sujetos son tan útiles para la comprensión del fenómeno cuando se emplean ópticas más amplias.

Para nuestra exposición hemos elegido precisamente un caso que en cierta medida no es el paradigmático, sobre todo en algunos aspectos: la solidaridad entre inmigrantes, tener un proyecto migratorio claro, buscar desaforadamente la reagrupación familiar, etc.


El caso de Ahmed (1953, Tanger, Marruecos)

Ya hemos indicado la diferencia entre los conceptos historia de vida y relato de vida. En la actualidad estamos llevando a cabo varias historias de vida (con aportaciones documentales e información complementaria al hilo argumental del sujeto), como complemento de una investigación más amplia (el fenómeno inmigratorio en Almería). No obstante, el espacio disponible aquí no nos permite más que reproducir unos resultados que más bien son pinceladas en un relato de vida (aunque con la coherencia cronológica necesaria).

Para esta ocasión escogemos el caso de Ahmed por lo interesante que nos pareció su trayectoria vital migratoria, que rompe con algunos de los estereotipos que mencionábamos. Es, además, un buen informante; habla perfectamente el francés y el castellano, comprende el inglés y el alemán. La constante en su vida ha sido el esfuerzo individual y el logro de casi todos sus objetivos, aunque con mucho sacrificio. Las entrevistas se realizaron en la Urbanización, de Roquetas de Mar, durante el tercer trimestre del año 1997. Primaron los fines de semana, para adaptarnos a su tiempo libre, pero también nos vimos entresemana. Utilizamos su lugar de trabajo, nuestra casa, un banco del paseo marítimo, una heladería, paseando, su casa, etc. La mayoría de nuestros encuentros están grabados en cinta magnetofónica.

Ahmed nació en Tánger hace 44 años, en el seno de una familia numerosa de nueve hermanos. Él es el primogénito: «espera a ver que cuente», dijo al preguntarle cuántos hermanos eran. Los tres primeros hijos son fruto del primer matrimonio, y los seis restantes de un segundo, tras la muerte de la primera esposa.

Ser el varón primogénito de una familia es un orgullo en la sociedad marroquí, además de que el individuo adquiere ciertos derechos consuetudinarios, como el de la herencia (Fisas 1994). A fin de cuentas, en él se concentra el mantenimiento del linaje y la responsabilidad futura de velar por el bienestar de los progenitores, cuando éstos lleguen a viejos o se vean impedidos.

Sólo nos reveló Ahmed algunos datos de su madre, a pesar de nuestra insistencia: «no quiero hablar de ella, las personas que han muerto no deben estar en boca de nadie; y eso es todo». Era 14 años menor que su padre y contrajo matrimonio a la edad de 15 años. Ya habló van Gennep (1986) del matrimonio en mujeres menores de edad, con personas mucho mayores, como un rito de paso encaminado a conseguir ascenso social. En cierta manera este parece ser el caso de la madre de Ahmed(2).

La actividad económica familiar estaba sostenida por dos tiendas de alimentación y la posesión de algunas tierras de labor. Era una situación económicamente privilegiada, sobre todo comparándola con la mayoría de sus vecinos. Y el desahogo económico proporciona calidad de vida; que Ahmed, curiosamente, lo ejemplificaba muy bien en relación a la escuela: En Marruecos la educación es más un privilegio que un derecho, «pero en mi casa fuimos a la escuela todos los hermanos».

La educación escolar(3) de Ahmed empieza a los cuatro años, para estudiar el Corán. Sus estudios coránicos no quedaron en su infancia, pues se define como un gran conocedor del Corán: «yo conozco el Corán mejor que a mí mismo», dijo.

Estudió en el liceo, pero antes de las pruebas de acceso a la universidad decidió abandonar sus estudios para ponerse a trabajar: «si sigo estudiando no podré ayudar a mis hermanos». Ahmed vuelve a resumir la idea que muchos marroquíes nos han venido transmitiendo: en Marruecos no merece la pena hacer una carrera -con el gasto económico, familiar y social que conlleva-, para después no poder trabajar en lo que te has formado. Así se explica el gran número de licenciados -o con estudios universitarios a falta de un año para finalizar- que hay trabajando en los invernaderos del poniente almeriense.

Como primogénito que es, Ahmed fue el primero de sus hermanos en contraer matrimonio. Se casó a los 31 años, con una muchacha de 17 años. De ella, como manda la tradición musulmana, tenía el consentimiento de su madre: «Ahmed, ésta será una buena mujer para ti», le dijo.

Él y sus padres visitaron a la novia en su domicilio. Los padres de Zhora les obsequiaron con un té y unos dulces. Ellos les entregaron unos regalos («de poco dinero»). Momento en el que hablaron de la dote y los gastos comunes. Ahmed reconoce que sus futuros suegros fueron generosos con él y su familia: «sólo me costó unas 50.000 pesetas de dote».

Del enlace matrimonial Ahmed-Zhora han nacido dos hijos, una niña que hoy tiene once años y un niño de cuatro. Los tres permanecen aún en Marruecos, viviendo en su propia casa. Se mantienen, principalmente, gracias a las remesas financieras que Ahmed procura enviarles todos los meses. Su mujer no trabaja fuera del hogar. En Marruecos aún persiste presión social para la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Incluso F. Mernissi (1996) señala que una mujer que trabaja(4) fuera del hogar es considerada socialmente como «una prostituta potencial». Por otro lado, desprestigia el honor masculino en cuanto a la capacidad para logar el sustento familiar. Si el marido es emigrante, el trabajo femenino demuestra claramente que el proyecto migratorio ha fracasado.

Su trayectoria migratoria empezó en el año 1968, cuando consiguió el pasaporte. Recaló en Gibraltar; era la primera vez que salía de Marruecos. Asegura que el comentario que le hizo a su padre era que quería ver Europa y tener nuevas experiencias personales, que le movía una gran inquietud, además de las razones económicas(5): «mi padre y mis hermanos me ayudaron mucho y nunca me pusieron pegas». En Gibraltar estudió inglés y español. «Como ya sabía francés podía viajar por toda Europa».

Su primer trabajo fue en una tienda hindú. Durante la semana permanecía en el trabajo, pero los fines de semana que no bajaba a Tánger se dedicaba a visitar Andalucía: «por entonces era muy fácil realizar este trayecto, pues existía un barco regular que hacía la ruta Gibraltar-Tánger. Recuerdo que este barco se vendió a un empresario griego, que lo empleó en realizar cruceros de placer por el Mediterráneo». Este ir y venir duró dos años. «No me pagaban mal, pero nunca ahorré una peseta: todo para viajes y regalos para la familia».

De pronto se creyó capacitado para dar el salto a la «Europa verdadera». Llegó a Bruselas, sin contactos y sin conocer a nadie allí, ignorando qué podría encontrarse. Se puso a buscar trabajo en cualquier cosa; pero nadie pudo evitarle que los quince primeros días los pasase durmiendo en un desguace de coches. Pronto encontró trabajo en un ristorante italiano.

Durante el período de 1971-1978, Ahmed vive con cierta inestabilidad e incertidumbre, aunque con la sensación de libertad, por eso viajaba constantemente: atravesaba países con facilidad: a mediados de 1971 llegó por primera vez al norte de España (a Villafranca, Barcelona); de aquí fue a Holanda, de nuevo a Bélgica, vuelta a Gibraltar, a Barcelona... Utilizó todo tipo de transporte, «trabajaba en cualquier cosa, un día, una semana, un par de meses...y seguía mi viaje». Conoció muchos lugares y a mucha gente; «pero me gastaba todo lo que ganaba, vivía al día, viajaba cuando se me antojaba y para donde me parecía, o porque un amigo me lo indicaba». Experiencias de este tipo demuestran que las migraciones no son sólo una estrategia de supervivencia, sino que también forman parte, entre otras cosas, de un estilo de vida o de la continuidad a una tradición migratoria (véanse Colectivo IOÉ 1994; Guidi 1993), aunque en sus inicios el migrante asegure que sale para ayudar a sus hermanos.

Desde finales de los años setenta hasta finales de los ochenta pasó más tiempo en Marruecos que fuera; hacía viajes al extranjero, que siempre eran de ida y vuelta. Quedó un poco cansado de tanto ir y venir, de cambiar constantemente de trabajos y de no tener nunca un dirham. Se casó en 1985 y tuvieron una hija muy rápido. Entonces volvió a ver la necesidad de tener que regresar a los periplos europeos. Eligió España para su residencia; y la encontró muy cambiada, económica, social y culturalmente. «Yo puedo hablar de los últimos cambios de España mejor que tú», nos dijo, «porque los he vivido. Desde que vivía Franco». En realidad esta fue una de las razones fundamentales por las que elegimos a Ahmed dentro de nuestros informantes: su dilatada experiencia migratoria nos permitiría comprobar su visión del cambio social español y, más especialmente, en lo referente a las actitudes respecto a los extranjeros.

A primeros de los años setenta, cuando llegó a Villafranca y trabajó en una cafetería, un señor le pidió un café; cuando observó que era magrebí (seguro que más por el acento que por su aspecto étnico) le exclamó: «'¡Tenía que volverme a parir mi madre para que yo me tome un café hecho por un moro!', y se marchó. Pero él siguió yendo al bar y mirándome todos los días. Al cabo de un tiempo volvió a me pidió disculpas. Como lo oyes».

Después de tantos años en contacto diario con personas de otras costumbres, con otro idioma, con otros valores, como son los europeos, Ahmed cuenta que su vida está llena de experiencias, entre las que, por supuesto, también ha percibido un fuerte rechazo hacía los inmigrantes que han venido a ganarse la vida.

Para este tangerino, el racismo es un problema que se ha ido agudizado con los años, incluso en la sociedad española, «en mis primeros años aquí yo notaba menos rechazo que ahora». «El problema del racismo hay que buscarlo en la educación, sobre todo en las costumbres que los padres dejan a sus hijos. Yo he tenido algún problema de rechazo con niños pequeños, eso es porque sus padres no los han educado correctamente. Si los niños no son racistas, tampoco serán cuando sean padres y así se eliminaría el racismo».

Su propia vida se ha visto envuelta en un devenir de comportamientos, actitudes, formas de vida, nunca ajenas al desarrollo de su experiencia migratoria, que incluso son factibles de agrupar en fases: en una primera época comió cerdo, bebió alcohol, fumó, se olvidó de las normas del Corán (aunque asegura que siempre ha sido «un buen musulmán»), vivió como un europeo cualquiera. Fue el matrimonio el que le hizo reflexionar: «ser padre te hace ver las cosas de otra manera, los hijos son una responsabilidad». No obstante, en la actualidad tampoco reza las cinco oraciones, ni cumple el ramadán: «con la religión no se juega, yo no puedo por mi trabajo rezar las cinco veces, entonces no voy a rezar dos o tres oraciones un día, otro día nada; un día ramadán, tres no... Así no puede ser».

Por eso debe ser que tampoco visita la mezquita-oratorio de Roquetas de Mar. Mantiene, además, que detrás de ella, como de las otras, se esconde «negocio y poder». Al menos Ahmed no se explica por qué «hay gente recién llegada que no come y que apenas conoce a nadie, sin lugar dónde ir, que van a la mezquita y allí se encuentran con gente de su comunidad religiosa, de su misma religión, de su mismo país, que viven mejor que ellos y que pueden ayudarlos, por qué no lo hacen. Esto no lo permite el Profeta; en mi país esto no pasa».

Esta situación de marginalidad e insolidaridad entre los mismos inmigrantes, que nosotros siempre hemos pensado que no se producía, Ahmed asegura que es muy triste y muy duro afirmarlo, pero que se da con demasiada frecuencia; y nos pone el ejemplo de su propia vida. Cuando quiso instalarse en Roquetas, a primeros del año 1994, «durante ocho meses estuve viviendo en una furgoneta abandonada; mi 'hogar' no tenía cristales en las ventanas, ni un asiento...». Puso unos cartones que encontró en la calle y pasadas unas semanas se compró una manta. «Si no tenía dinero ni para irme a la pensión ni dos días».

Pero nunca pensó en abandonar y volver a Marruecos. Ahora, con una mujer y dos hijos, uno de ellos recién nacido, su situación vital había cambiado respecto a años anteriores. «Volver con las manos vacías siempre es de cobardes».

Nadie le dijo nada por ser un okupa, pero mucha gente sabía que en ella vivía un inmigrante, pues lo veían entrar y salir; el vehículo estaba junto a la gasolinera de entrada a la ciudad. Un día, pasados unos meses, comprobó que varios inmigrantes quisieron «alquilarme la casa, sin estar yo» (se ríe). Ante la pelea inminente que se avecinaba, Ahmed se acercó a la gasolinera y habló con los empleados, explicándoles su situación. «Les dije que yo me responsabilizaba de que allí no pasara nada y de que no se convirtiera en el refugio de todos los recién llegados». Nació una relación diferente, «ya no me miraban como a un bicho raro». Esto le posibilitó incluso guardar algún enser personal o comida en sus oficinas.

El primer trabajo que encontró aquí fue en los invernaderos, pero tampoco fue gracias a la ayuda de nadie; lo consiguió yendo de finca en finca, preguntando si necesitaban más peones. Curiosidades de la vida, en uno de ellos, mientras pedía trabajo y explicaba su situación, el dueño exclamó «¡de modo que tú eres el que se ha quedado con mi furgoneta!». Una carcajada de ambos les dio cierta complicidad, pero el patrón no le veía muy capacitado para un trabajo tan duro, como es la agricultura bajo plástico. «Yo que me di cuenta que me miraba así, al verme pequeño y seco, le dije: si usted me da trabajo, yo le garantizo que no me va a echar por no cumplir, ya lo verá».

Pero durante bastante tiempo estuvo trabajando sólo uno o dos días a la semana; de lo poco que ganaba tenía que ahorrar algo, ya que su familia esperaba sus ingresos. Por tanto, para evitar un alquiler, siguió viviendo en la furgoneta, aunque ahora, si cabe, con una mayor tranquilidad. Sus aseos y otras necesidades básicas las desempeñaba en la sede de Almería Acoge: «Mira, todavía voy por allí de vez en cuando a ver a los amigos que hice». Y regresó a Marruecos por una temporada.

En el año 1995 se instaló definitivamente en Roquetas de Mar. Volvió con 80.000 ptas y dispuesto a «triunfar». Trabajó como camarero, en los invernaderos, en una tienda de ropa, con el contrabando de bisutería, etc. Consiguió enviar dinero todos los meses a su esposa: «Ahora mismo a mi familia no les falta de nada». Su gran ilusión, asegura con rotundidad, es que sus hijos estudien -sobre todo el niño- y se sitúen bien en la vida. De momento no habla de reagrupar a su familia, si bien la echa mucho de menos. Para traerla necesita, según mantiene, tener una posición económica y social más desahogada.

Le preguntamos que si se opondría a un matrimonio mixto de alguno de sus hijos, pues cuando éstos vengan serán unos jóvenes en edad de alternar. Con la niña fue aún más tajante: «Me negaría a que mi hija tuviera una pareja no musulmana, será un fracaso, seguro; y yo no quiero la infelicidad de mis hijos»(6).

En la actualidad Ahmed trabaja en la cooperativa alimenticia Al Sur (bar, restaurante, servicio de comidas a domicilio), en Roquetas de Mar. La componen varios inmigrantes: marroquí, una senegalesa, un maliense, uno de Guinea-Bissau y una argentina. Este bar restaurante se organizó a partir de unos cursos que se dieron con fondos europeos (Proyecto Horizon) y en los que participaron. El proyecto aportó el capital inicial, 500.000 ptas, más una parte proporcional de cada uno, para alquilar el local (en la Urbanización de Roquetas, calle principal) y reformarlo. Se han puesto un sueldo de unas 115.000 pesetas al mes; («aunque con la bisutería ganaba mucho más»); pero cada uno resta de ellas 25.000 pesetas que depositan como fondo «para gastos imprevistos». Parte del sueldo también se extrae de los fondos del Horizon.

En conclusión, las páginas que preceden han querido poner de manifiesto que el fenómeno migratorio es muy complejo, por lo que sería un error pretender comprenderlo en su globalidad sin tener presente a los sujetos que viajan (cuyas vidas y experiencias traspasan todas las cifras e interpretaciones estadísticas). No existe el emigrante tipo; aunque muchos individuos que salen de sus países a buscarse la vida presenten características muy similares, cada uno tiene su propia historia de vida migratoria, que lo hace único.

La utilización de la historia de vida, como técnica etnográfica, aplicada a las migraciones, nos parece de gran importancia para comprender este fenómeno sin desligarlo de sus verdaderos protagonistas, que son los migrantes. El relato de Ahmed nos lo ha puesto de manifiesto.



Notas

1. Miguel Beltrán (1989) se pregunta si existe algo que pueda llamarse método científico, en el sentido de ser sólo uno y estar generalmente aceptado y practicado por los científicos. La respuesta es negativa, evidentemente.

2. K. Lamrani publicó en 1976 un estudio en el que mostraba los usos y formas de conquista de los hombres marroquíes.

3. De sus primeras experiencias escolares asegura que lo que más ha recordado siempre eran las pizarras (elloh), y el hecho de que cada alumno se la llevaba de su casa. Se está refiriendo a las «Escuela coránica».

4. Fadela Bennis (1983) define muy bien qué se entiende por «trabajo de mujer».

5. Para ampliar información sobre la atracción que Occidente ejerce sobre el hemisferio Sur, véase Fisas (1994).

6. El Código de Estatuto Personal Marroquí, en el Artículo 29, parte 5, dice: «Las mujeres prohibidas para el matrimonio de manera temporal son: El matrimonio de la musulmana con un no musulmán» (véase C. Ruiz de Almodóvar 1995).




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Publicado: 1998-11


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