Gazeta de Antropología
Nº 22 · 2006 · Recensión 01 · http://hdl.handle.net/10481/7113 Versión HTML · Versión PDF 


Jesús Rodríguez López:
Supersticiones de Galicia y preocupaciones vulgares.
Valladolid, Editorial Maxtor Librería, 2001.

Por David Casado Neira

Escrita originalmente en 1885 y reeditada en versión fascímil esta obra del médico lucense Jesús Rodríguez López no ofrece una visión sobre la transformación de principios de siglo, donde la biomedicina se presenta como nueva institución de ordenación social. Un proceso en el que viejas enfermedades y prácticas van a ser estigmatizadas por irracionales y van a pasar a ser por lo tanto objeto a su vez de la medicina moderna (o biomedicina), bien como desordenes psíquicos, bien como métodos curativos a combatir. Tal vez por el formato y tal vez por estar bien escrito este es un libro amable, agradable de leer y tiene cierta inocencia positivista e ilustrada que ralentiza la agresividad de su objetivo: luchar contra la superstición. Su valor como aportación etnográfica es la parte más actual, o la que ha envejecido mejor (esos "documentos de lo que fue” que guardan una memoria, muestran su actualidad vigente en el conflicto entre la biomedicina, los 'falsos' enfermos y los 'falsos' médicos. Páginas que hablan de superstición e ignorancia y también nos hablan de la biomedicina a través de enfermedades 'inexistentes' o imaginarias como el tangaraño.

Como bien refleja García-Sabell en uno de los prólogos “una cosa resulta cierta desde la perspectiva positivista, a saber, que la superstición es una enfermedad”. Una enfermedad social que a pesar de la intencionalidad humanitaria de Rodríguez López es un enfermedad que no ataca al que aparentemente la sufre si no a quien la diagnostica. El tratamiento que se aplica está latente en el carácter didáctico del libro: hay que recetar cultura contra la ignorancia. Pero en el libro además de un inventariado de supersticiones que implica incorrectas prácticas curativas abarca también otras creencias y prácticas que no tienen consecuencias estrictas en lo tocante a la salud y a la enfermedad. De hecho, de los once capítulos solamente hay dos dedicados integramente a la enfermedad (Capítulo VII: Supersticiones de culto indebido; capítulo IX: parte 1. Oraciones contra enfermedades, 4. Culto al agua, 6. Culto de los animales y 15. Preocupaciones femeninas - aunque en los demás se incluyan alguna cuestión sobre curación). El resto de los capítulos están dedicados a la medicina preventiva, tratan sobre la ignorancia frente al mundo racional-positivista.

Cuando García-Sabell afirma que “Es esa especie de entrega pasiva a la magia lo que enciende la indignación del buen terapeuta lucense. Ver morir a una persona porque no quiso atenerse a las prescripciones objetivas, eficaces de la biomedicina y siguió mansamente los mandados, o las místicas invocaciones de la superstición” yo no me atrevería a dudar del carácter humanista del autor, pero sí de la afirmación anterior en sí. Creo que el objeto del libro no es la “entrega a la magia” (García-Sabell enfatiza esos dos incompletos capítulos sobre el resto de la obra), sino precisamente la ignorancia (como desinformación y no reconocimiento) de la biomedicina. Como se repite sucesivamente en el libro, la superstición es un peligro social, un elemento desestabilizador de un orden social al que le cuesta instaurarse. Orden social de los estados burocráticos contemporáneos que precisan de la autocontrol del cuerpo individual y de la moralización justificada en el conocimiento científico y racional: “Por eso creo que debe combatirse la superstición sin distingos, por estar en contra de la civilización y de la verdad católica”.

O ya con recomendaciones más explícitas que nos ponen sobre la pista de la inculcación de los valores morales de la sociedad burguesa: “El matrimonio es un gran elemento preventivo y curativo […]. Es beneficioso el matrimonio, aún siendo estéril”.

La Ilustración de la que nos habla el autor o la esperanza de una “Galicia campesina desarrollada” de Otero Pedrayo (pág. 26) coinciden en ese proyecto político de revertebración del rural gallego hacia los nuevos tiempos. Más que de enfermedad y curación parece que se nos habla de legitimación de la ideología racionalizadora del estado y de los nuevos grupos sociales frente al poder de la Iglesia (ilustración moderna contra un religiosidad acientífica) aunque a favor de la religión católica y de una concepción de la Iglesia como institución exclusivamente moral actualizada.

El enfrentamiento con la Iglesia responde a dos cuestiones. Por un lado, la competencia para curar determinadas enfermedades o males (posesiones, endemoniados y otras más cotidianas como las lombrices…); esto implica una lucha de intereses sobre a quién le corresponde la competencia del curar. Por otro lado, en esta competencia se busca la limitación del poder de la Iglesia relegándola a un papel subsidiario de los intereses de estado y de la sociedad civil. La religión se acepta como norma moral siempre y cuando sea racional y no lleve a un exceso de celo” o de “fervor religioso” que pueda poner en peligro, particularmente, a las mujeres, a las creadoras de nuevos ciudadanos: “En efecto, las madres son quienes forman el corazón de los hijos, y puede decirse que son la base de la cultura social; por eso conviene que la mujer sea instruida y robusta, para que las preocupaciones y las supersticiones no perturben su entendimiento y así no las comunique a sus hijos”.

Para esto hay que controlar y poner límites al peso de la Iglesia en la educación y en el tratamiento de determinados males (endemoniados, posesos y personas con delirio religioso) ya que una moral muy estricta puede ser contraproducente, y estos males ya son enfermedades, asunto de la biomedicina. Aparecen así referencias en el texto a la licitación para exorcizar: recomendaciones hechas por un médico a favor de que "la Iglesia vuelva a coger ese cetro de la Ciencia que ha sido su mayor gloria, para bien del mundo”. En un manicomio “Entre el sacerdote y el médico ha de haber allí benévola y recíproca estimación”. Y como una manera de deslegitimar las técnicas curativas y los mapas de interacción del campesinado en el rural frente al nuevo mundo urbano.

En definitiva, lo que quiero apuntar es que la lucha contra la superstición y contra la ignorancia en general, se presenta fundamentalmente como estrategias de reordenación de los grupos de poder y los medios de legitimación social; en este caso en concreto el papel que habría jugado la medicina moderna como instrumento de consolidación de las nuevas concepciones modernas en un enfrentamiento (justificado humanitariamente) con una competidora incómoda con el estado racional como era la vieja Iglesia y contra el mundo rural y sus formas de organización social, para lo que la medicina moderna habría jugado un papel fundamental, con lo que la lucha contra la superstición no dejaría de ser más que una forma de constitución, afirmación y legitimación de la biomedicina como una forma de curación, prevención e institución de normalización y control social.




Publicado: 2006


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