Gazeta de Antropología
  
Nº 28 /1 · 2012 · Artículo 02 · http://hdl.handle.net/10481/19202
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'Comer la tierra'. Abuso infantil, huella emocional y ciclo de violencia en la Sierra Central del Perú
'Swallowing the earth'. Child abuse, emotional signature, and the cycle of violence in Sierra Central, Perú

Iván Parra Toro
Doctorando. Departamento de Antropología Social. Universidad de Granada.
iparra@ugr.es


RESUMEN
Este artículo sostiene que las características de la cultura en la que se desarrolla un niño abusado influencian que se convierta, o no, en un marido y padre violento. Analiza el relato de vida de un joven andino víctima y perpetrador de abusos en su entorno familiar. Muestra cómo utiliza diferentes esquemas narrativos que organizan socialmente la comunicación de las emociones. El análisis pone de manifiesto que la negación de la simpatía es una condición del aprendizaje de la violencia y revela la situación de doble vínculo creada por dos mandatos contradictorios: 'defender a la madre enfrentándose a un padre que debe ser respetado'. Las circunstancias socioculturales del protagonista hacen posible que las respuestas a las demandas contradictorias a las que se enfrentará en el medio familiar sean influidas por el aprendizaje infantil del uso de la violencia.

ABSTRACT
This article argues that the culture in which an abused boy grows has an influence on whether or not he will become a violent husband. The life story of an Andean young man who has been victim and perpetrator of domestic violence is analysed. It is shown how he uses several narrative schemes in order to socially organize the communication of emotions. Narrative analysis reveals that the denial of sympathy is a condition of learning violence. It also uncovers the double-bond situation created by two contradictory cultural injunctions: "In order to defend his mother, he must confront his father, whom he should respect". In this case, early learning of family violence influences responses to contradictory demands in the family environment.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
cultura andina | abuso infantil | ciclo de violencia | empatía | Andean culture | child abuse | intergenerational | cycle of violence | empathy


En este artículo examino el papel del abuso infantil en la transmisión intergeneracional de la violencia mediante el análisis de una narrativa. Se trata del relato de un joven andino que ha sido testigo, víctima y perpetrador de actos violentos en su entorno familiar. Con frecuencia, niños que han sido víctimas de abusos, son adultos maltratadores en su propia familia. Puesto que no todos llegan a ser adultos violentos, conocer la experiencia subjetiva y la trayectoria de estas personas es importante para entender cuál es la naturaleza del proceso de transmisión intergeneracional de la violencia y qué influencia tiene en él la cultura. La cuestión que me planteo es: ¿Por qué pegan a sus mujeres hijos que han visto cómo pegaban a sus madres? Mi conjetura es que las características de la cultura en la que se desarrolla una persona con una experiencia de sufrimiento infantil pueden amplificar o desalentar la expresión de esas disposiciones en la edad adulta. Pretendo mostrar como diversos rasgos de la cultura doméstica andina favorecen las actitudes y comportamientos violentos.

La narrativa que voy a analizar proviene de una investigación sobre violencia doméstica realizada entre abril y septiembre del 2008 en la sierra central del Perú, concretamente en el Valle del Mantaro. Este país presenta unas cifras de prevalencia de la violencia contra las mujeres que están entre las más altas del mundo (1). Asimismo, es frecuente el abuso infantil (2). En el curso de la investigación recogí unas 90 entrevistas abiertas en las que víctimas de violencia doméstica reflejaban su experiencia vital según sus actitudes, predisposiciones e intereses. Considero los relatos como objetos de estudio y observación en sí mismos. Seleccioné este caso porque ilustra la huella emocional que deja la exposición a la violencia. Lo presento en su totalidad y con una edición limitada a la transcripción. Con ello pretendo conservar la autenticidad de la historia, aprovechar las reflexiones del actor sobre su experiencia, y fundamentar en el caso mis conclusiones.

En lo que sigue expondré en primer lugar las causas y los efectos ostensibles de la permanencia durante años en una relación violenta. A continuación, presentaré los presupuestos teóricos del análisis de la emoción violenta. Finalmente, me adentraré en el análisis del caso.


1. Permanecer en una relación violenta

Aunque los relatos son formas idiosincrásicas de organización de la experiencia es posible hallar regularidades en las historias de las personas que sufren violencia en el Valle. Aquí me interesa destacar que muchas parejas persisten en la relación a pesar de la insatisfacción que causa la infidelidad, el conflicto entre afines y los episodios violentos que suelen producirse cuando los maridos beben.

En el mundo andino para tener capacidad de acción social total se requiere una vida de pareja y la creación de una red de reciprocidad formada por parientes de sangre, afinidad y compadrazgo. La vida de las personas adultas se contempla bajo la noción de complementariedad. Se trata de una ideología de la pareja como unidad elemental de la vida social que segmenta los roles sociales, laborales y domésticos, y apremia a las personas a concebir la vida como necesariamente asociada a una persona del otro sexo.

Tener hijos es necesario, aunque no suficiente, para que la relación de pareja fragüe. Hombres y mujeres desean tener hijos y su identidad está ligada a su cuidado (Allen 1988: 78). Para una mujer el cuidado de los hijos está supeditado a su suficiencia económica. Aunque las mujeres trabajan y tienen presupuesto privativo (Allen 1988: 80, Weismantel 2001), los bajos salarios hacen que no todas las mujeres logren capacidad económica para criar a sus hijos por sí solas. Esto obliga a algunas de ellas a ser conservadoras a la hora de romper el vínculo con un hombre maltratador. Más aun cuando la situación de 'madre soltera' las sitúa racialmente en tierra de nadie, en la frontera entre la sociedad campesina (dónde la idea de pareja complementaria exigiría las segundas nupcias) y la mestiza o blanca (en la que prejuicios de clase actúan como diferencias étnicas) (Weismantel 2001: 233). Para un hombre el status social y la sexualidad masculina están vinculados a ser un buen padre (Weismantel 2001: 226). Pero además, un hombre insatisfecho con su relación debe sopesar la idea de abandonar a su mujer y a sus hijos, ya que estos tienen muchas posibilidades de ser discriminados o maltratados por un eventual padrastro (Allen 1988: 47). Finalmente, para los hijos tener un padre es fundamental para crear su posición social (Isbell 1978). Debido a las ideas de bilateralidad del parentesco y la parentela como foco de la reciprocidad que garantiza la autosuficiencia, un hijo sin padre está privado de una vía de acción social (Isbell 1978; Lambert 1977).

No está de más recordar que en la cultura andina el sufrimiento establece relaciones de prestigio basadas en la reputación de haber padecido intensa y prolongadamente (Mitchell 1994). El sacrificio de permanecer en una relación violenta puede hacer crecer la expectativa de ser socialmente recompensado.

Todos estos factores han contribuido a que en el Valle se generalice la idea de que se debe permanecer a toda costa en una relación. Las mujeres maltratadas relatan que uno de los motivos para permanecer con un hombre violento es que los hijos necesitan la aportación de un padre para su correcta crianza. La necesidad de un padre es naturalizada, aunque en los relatos no son distinguibles los aspectos sentimental, económico o relacional de esa aportación. Sin embargo, el vínculo creado durante el tiempo de permanencia en relaciones violentas es completamente distinto en su naturaleza y efectos al descrito o esperado por las madres. La persistencia en una relación violenta transforma a la familia en una familia de violencia (Denzin 1984). Es decir un grupo doméstico que mantiene la ficción de un hogar afectivo, participan en un sistema de interacción cognitiva-emotiva negativa y en la que cualquier hecho puede desencadenar la agresividad de sus componentes. En este medio los hijos pasan de ser simples testigos del conflicto a tomar parte por uno de los cónyuges, transformándose en partícipes de la violencia. La ruptura de la imparcialidad se produce a través de la identificación moral y da lugar a la afiliación a una de las partes.


2. Sentir y narrar

Las emociones son un rasgo esencial de la vida humana y transmitirlas es una de las funciones básicas del lenguaje (Sapir 1921, 1927). En las narrativas el acceso al pasado se hace desde las preocupaciones presentes como una elaboración de la experiencia del narrador hecha para una audiencia concreta (Álvarez 2008). Una parte fundamental de la conexión con la audiencia de las historias de violencia son las emociones que suscitan. A través de la empatía nos identificamos (Strauss 2004) con la narradora, pero la inmediatez de las emociones nos hace dar por supuesta una comprensión, un contenido y un uso compartido. A pesar de la tendencia a universalizarlas, las emociones son esencialmente sociales y las narrativas sentimentales están influidas por la cultura tanto en la forma en que se organiza la experiencia, como en su contenido.

Shweder (1994) contrapone tres tipos de narrativas que tratan de dar sentido a las experiencias afectivas. Las que se basan en teorías emocionales, las que lo hacen en teorías mágicas (3), y las que lo hacen en teorías morales o de sufrimiento. En las narraciones emocionales una experiencia es representada como la asociación de un estado del mundo, la posición del actor en él y un plan, de modo que en un paquete todo o nada, la experiencia y el plan se validan o justifican (Shweder 1994: 36). Catherine Lutz (1987) ha estudiado los esquemas socio-cognitivos en los que se representa la emoción. El discurso permite examinar tanto el uso de las emociones en la interacción social como su dependencia de la cultura para atribuir significado emotivo a la experiencia (Lutz y White 1986). El esquema folk es un guión interpretativo implícito que permite organizar y compartir la experiencia. En él la emoción juega el papel de un motivo para la acción del individuo en un contexto determinado. En la formulación de White (1990) el esquema toma la siguiente forma simplificada (figura 1):


Figura 1. Esquema emocional.

Este esquema emocional intuitivo (4) permite investigar no sólo como los actores promueven un punto de vista, sino el conocimiento implícito sobre el curso de acción, sus condiciones, los tipos de relaciones sociales implicadas y los pronunciamientos morales sobre las mismas (White 1990).

Para Shweder las teorías emocionales son producto del desarrollo de las sociedades occidentales. Junto a las teorías bioquímicas de la enfermedad han desterrado el recurso a realidades transcendentes u ontologías metafísicas (Shweder 1994). Entre mis informantes he encontrado tanto mujeres que recurren a la narrativa emocional, como otras que utilizan relatos de sufrimiento. Entre estas últimas, por ejemplo, María relata la pérdida de sus tres hijos en un modo desencarnado de emocionalidad:

Él era violento porque tenía otras parejas, por eso es que hacía, otras le daban. Tomaba, pues tomando ya me pegaba. Yo me escapaba, no podía hacer nada más, amanecía debajo de los árboles, me escapaba de miedo de que me va pegar. Mi esposo era bien malo, me pegaba mucho, con palo me pegaba y he tenío mis hijos, también me ha hecho fracasar todo, he botao [abortado] al bebe cuando me ha pegao mucho, y uno también se ha muerto, mi chico, mi bebito, se ha muerto. Tenía tres hijos, dos fracaso he tenido, de él ya no tengo nada, todos se han muerto. Sí se han muerto, fracaso por lo que me ha pegado, he botao, [abortado] dos, uno ha vivío pero su barriguita se había reventado en la barriga mía y no podía enfermarme, ya pes, también casi me he muerto. Sí, así me ha hecho, así me pegaba, duro, duro, sí, mucho, mucho he sufrido. Sí a me pegaba mucho, me golpeaba porque él tenía otro mujer y de eso me pegaba.

María no expresa una emoción de tristeza ni de enfado que la lleven a plantearse una respuesta, sino que acumula hechos -él toma y pega, ella tiene miedo, escapa, amanece en la calle y pierde tres hijos- que propone como muestra de sus padecimientos. Este tipo de relatos son narraciones de sufrimiento, lo que Buchbinder (2010) denomina el género de la queja. Estos relatos usan términos no emotivos y una estructura narrativa por yuxtaposición de hechos dolorosos. No obstante, las narraciones de sufrimiento poseen capacidad pragmática. A través de ellas las mujeres ponen de manifiesto las situaciones y personas que las amenazan, sus reacciones de huida o enfrentamiento y legitiman su posición. Sin embargo, aunque estas narrativas son útiles para desenvolverse en su mundo y dar cuenta de sus estados afectivos, no son narrativas emocionales.

Otras narradoras usan el esquema emocional para motivar su conducta como respuesta a un acontecimiento. Por ejemplo en el siguiente extracto de su relato, Lylian da cuenta de la última agresión de su marido (figura 2):


Figura 2. Esquema emocional.

El esquema emocional transforma la agresión de Lylian en una respuesta natural. La emoción básica que justifica la agresión es el enfado. Lakoff y Kövecses (1987) proponen que el enfado proviene de una violación moral y requiere una retribución  (5). La agresión de Lylian se justifica como respuesta emocional que represalia una infracción moral: que su pareja y la amante se presenten borrachos constituye un ataque injustificado a su identidad de esposa.

Las narrativas de sufrimiento y las emocionales permiten hacer diferentes cosas. Mientras la estructura por yuxtaposición de las narrativas de sufrimiento facilita las permutaciones -cambios de orden- entre sus elementos, la estructura del esquema emocional facilita las transformaciones -los deslizamientos de sentido entre sentencias que usan los mismos esquemas y diferentes emociones.

Dentro de la distinción étnica andina entre campesinos (o indios) y mestizos (o blancos), mis datos no justifican una asociación de las narrativas de sufrimiento al mundo indio y las narrativas emocionales al mundo mestizo. En mi opinión la diferencia entre narrativas tiene origen en una disposición estética de las narradoras fundada en la clase de cosas que habitan su mundo. Mientras que en la teoría de la emoción se acepta la existencia de esencias incorpóreas, que son, paradójicamente, únicas, intimísimas e intransferibles y a la vez públicas y comunicables -por ejemplo amor, tristeza, enfado, culpa-, las narradoras que usan la teoría del sufrimiento son remisas a aceptar en su universo ontológico categorías transcendentes de ese tipo: para ellas toda realidad es material. Por eso aceptan el uso de sentimientos o emociones que se experimentan físicamente, como el miedo, o los celos, pero no estados mentales emocionales como el amor o la tristeza, que se experimentan como un estado psicológico. Esta idea concuerda con la afirmación de Catherin Allen para la que en el universo andino todo "es esencia animada que fluye sobre un medio material", en el que "no hay lugar a esencias incorpóreas" (1988: 207). Volviendo a la distinción, lo que sí es posible verificar en mis datos es la existencia de narradoras más rigurosas que respetan los límites ontológicos y narradoras más oportunistas que traspasan las fronteras entre teoría de las emociones y de los sentimientos.

El relato que voy a analizar a continuación hace un uso elaborado de ambos tipos de teorías. La historia está formada por una serie de narrativas de sufrimiento que tratan de la experiencia de violencia dentro del hogar. Pero, justo en el centro del relato, hay una narrativa anidada en la que el narrador usa el esquema emocional para contar cómo se rebeló violentamente contra su padre. Este cambio de código está relacionado con la disponibilidad en una comunidad de hablantes de diferentes estilos narrativos, para contar diversos tipos de eventos y sus consecuencias.


3. Relato de Jim

Conseguir el relato de este joven fue producto de una casualidad. Una de las grabadoras que empleé en el trabajo de campo llegó inesperadamente a sus manos, se interesó por la investigación y grabó por propia iniciativa su historia. Un día apareció por casa con la grabadora y la grabación. Esta contenía su historia de violencia, que escuché por primera vez en su presencia.

La estructura de su historia sigue una cronología particular, los episodios comienzan en la infancia y llegan a la pelea con el padre en su juventud, tras lo cual vuelve a su infancia para desarrollar algunos sucesos hasta alcanzar la coda, en la que nos devuelve a sus preocupaciones presentes. Respecto al contenido, se trata, básicamente, de un recuento de las relaciones patológicas entre hermanos, pero también los abusos del padre con todos los miembros de la familia, la diferencia en el comportamiento de sus abuelas, y los diversos momentos de la relación de afiliación con la madre. Al hacer su recuento de relaciones crueles, la oscilación entre la compasión y el exhibicionismo hacen el relato incómodo. La transferencia emocional (Crapanzano 1994) a la que nos obliga haciéndonos partícipes de sus sufrimientos no tiene en cuenta nuestra sensibilidad, nuestro sentido estético-moral. Al transgredir ciertos límites emocionales, agrede. Sin embargo, mi experiencia con Jim me hace pensar que tenía la obligación de atender a su historia.

Este relato es importante para mi argumentación porque, aunque no es único entre los relatos de defensa de la madre y rebelión contra el padre, se trata de una narración en primera persona del ambiente claustrofóbico de una familia de violencia y la huella emocional marcada por una crianza atormentada. Mi hipótesis es que la violencia distorsiona las formas de adquirir conocimiento sobre los procesos cognitivos, emotivos y conductuales de otros. Básicamente, la crueldad niega la circulación emocional recíproca entre individuos e impide que la empatía se convierta en simpatía (6). Una vez cultivada y asimilada, esa capacidad para el bloqueo se puede reproducir cuando quiera que estas personas estimen que se les está haciendo demandas contradictorias, exorbitantes o abusivas.

La narración de Jim es una historia bloqueada. Su infancia sólo le provee de un repertorio de experiencias sádicas con las que no puede dar sentido a su experiencia presente, excepto en términos de miedo a sí mismo o de conversión religiosa. Sus experiencias son imposibles de transformar en narraciones para compartir, en historias en las que se suspende el control y se simpatiza con el oyente. Es una historia condenada al silencio, una historia que no conocen ni sus amigos ni sus amigas porque no puede contarla. Se trata de una huella emocional con la que está condenado a vivir. A veces piensa que sólo superando el grado de intensidad destructiva de su experiencia -matando- se podría librar de ella.

Esta historia no había sido escuchada ni siquiera por él mismo, hasta que cayó en sus manos la máquina. Quizá contarla sea un medio de comenzar a librarse de ella, aunque yo no tengo esa confianza en la magia terapéutica de la palabra.


3.1. Jim

1. Mi nombre es Jim, tengo 22 años, de mi infancia sólo recuerdo momentos tristes, los momentos alegres no sé… sólo sé que siempre que mi papá tomaba, llegaba a mi casa y acusaba a mi mamá de infidelidad o de no hacer nada y a su manera él resolvía con violencia, con golpes; cuando la comida no le parecía agradable lo botaba. Yo muchas veces era el consentido de mi papá, yo salía a favor de él, siempre que lo venían a buscar a mi casa para que se vaya a tomar yo decía: "Sí, está". Cuando él se iba a tomar a la calle yo de miedo a la violencia que iba a suceder en mi casa iba a buscarle, tenía que cantar, hacer bromas, hacerlo sentir lo máximo, pa que no se acuerde de sus problemas, pa que no se desquite con nosotros.

2. Para mí todos los días era llanto, todos los días tenía que llorar, y a mí como que me gustaba, porque me pegaban o me sangreaban, yo me iba a mi cuarto, me ponía a llorar, me tapaba con mi frazada y me ponía a soñar que el mundo sería diferente. Nosotros somos cinco hermanos, cuatro varones y una mujer, mi papá era demasiado celoso con mi hermana, a mí me mandaba a cuidarle cuando tenía que hacer algún trabajo. Yo soy el tercero, mi hermano segundo es Norman, él siempre me pegaba, él desde niño era una persona nerviosa, mi mamá me cuenta que cuando salían a algún lugar, siempre le gustaba hacer llorar a los niños, si había algún animalito lo mataba. Cuando mi papá y mi mamá salían yo me quedaba con mi hermano. Me acuerdo que una vez teníamos una cerdita y nosotros estábamos mirando televisor y no sé qué le dentra a mi hermano y me dice: "Vaya hacerle su comida al chancho". Yo voy, pienso cocinar la cáscara, y yo por querer irme rápido le digo: "Ya está". Él viene: " A ver prueba", me dice. Y yo tuve que probar la comida del chancho [llora]. "¿Cómo está?", me dice. "Está rico", le digo. "Come", me dice [llora]. Yo no quería comer. Lo que hizo primero fue, agarró un tazón de aluminio y me tiró en la cabeza, en ese instante que me tiró, yo miré alucinaciones, era como en los dibujitos, mirabas sobre tu cabeza los pajaritos, yo miraba estrellas, después agarró una rajada y me golpeó en la cabeza. Entonces ya taba llorando yo, decía en mi casa: "¡Auxilio, auxilio!", lloraba, mis hermanitos menores no podían defenderme y entonces él me mandó a darle su comida, yo fui a darle la comida y me escapé. Me escapé, me fui dónde mi mamá, mi mamá me abrazó, me consoló, llegamos a mi casa y mi papá le dijo: "¿Por qué no le has pegado más a ese llorón, a ese mañoso?", así dijo. Yo sentí que no me querían en mi casa.

3. Yo muchas veces no quería vivir ya, taba cansado que todos los días era así, todos los días tenía que llorar por cualquier cosa, nada les parecía bueno lo que yo hacía. Para mí lo más bonito era salirme de mi casa, ir a estudiar. Yo lo quiero bastante a mi mamá, tal vez no le demuestro, pero lo quiero. Cuando empecé a estudiar al jardín me llevaron, yo tenía miedo, mi mamá me llevaba y ya, cuando mi mamá regresaba, ya estaba yo en mi casa esperándole, yo me escapaba, perdí todo un año. Después en la escuela también todo un año perdí porque yo no quería estar lejos de mi mamá, mi mamá era la única que me defendía, no quería estar lejos.

4. Después cuando me iba a la escuela ya me gustaba porque era como una manera de olvidarme de todo lo que pasaba en mi casa. Volver a mi casa era triste, otra vuelta ver renegando a mi papá. Yo no jugaba mucho, tenía que ayudar a mi papá a hacer la [no se entiende], no por una obligación, sino que desde muy niño yo miraba la necesidad en mi casa y todos siempre hemos colaborado con mi papá. Habían buenos momentos en que estaba de humor mi papá, nos compraba, nos engreía, pero cuando se emborrachaba nos sacaba en cara, a mí siempre me ha reclamado de todo. Cuando ya estaba bien en el colegio, yo decía: "Solamente quiero terminar el colegio, después irme, nunca más volver aquí". Todas las vacaciones yo me he ido a mi hermana a Lima, trataba de trabajar en lo que sea para juntar pa mis útiles, siempre me sentí un fracasado, yo quería tener una vida normal como cualquier otro niño, no se podía, siempre mi papá le pegaba a mi mamá.

5. Yo iba siempre iba a pedirle auxilio a mi abuelita, iba a llamarle y mi abuelita venía, le calmaba a mi papá. Yo no sé qué tendría él, pero siempre que tomaba llegaba a mi casa y reclamaba, nosotros teníamos que estar calladito de miedo, siempre dormíamos alerta a lo que van a discutir en su cama. Si discutían teníamos que ir a defender; cuando yo intentaba defender, cuando era niño, me golpeaba o me botaba, yo siempre he sido un cobarde, prefería escaparme y no veía cómo le pegaba a mi mamá [llora], solamente buscaba auxilio en mis vecinos [llora].Yo seguía creciendo con ese odio.

6. Cuando ya tuve la suficiente edad yo decía a mi mamá: "No voy a dejar que lo peguen". Un día joven ya, creo que tenía mis diecisiete años, un día miércoles taba pegándole, yo primero no quería salir de mi cuarto, tenía miedo faltarlo, y ya salgo y lo veo a mi papá que le está pegando a mi mamá, entonces le agarro a mi papá y lo aviento al piso, pero mis intenciones eran de calmarlo, como siempre hacía, lo abrazaba, le decía: "Papito ya no, ya no, papito no le pegues"; [llora] pero ya me había cansado de eso ya, entonces yo le dije: "Salga, ya me he cansado, sal afuera, en este casa no te puedo hacer nada". Mi papá me siguió, me quería pegar, yo tenía miedo pero una vez que llegamos afuera le dije: "Ya mierda, [llora] hasta acá has sido mi padre"; ahora sí, me saqué mi polo y lo pegué, [llora] lo aventé al piso, le pegaba por primera vez. Mi papá lloró, lloró porque yo lo había pegado y me dijo: "Lárgate", me botó feamente de mi casa. Yo agarré algunas cosas que tenía y me fui durante una semana, no sabía lo que pasaba en mi casa. Un día, todo con miedo porque me habían dicho que me habían denunciado por haberle pegado -su mamá me había denunciado a mí, digo su mamá porque nunca fue una abuela para mí- regreso y me estoy bajando [de la combi] y me encuentro con él borracho y me dice: "Me has pegado", y yo no le contesto nada, solamente me abraza y me dice: "Perdona". Pero yo estaba cansado, siempre que mi papá peleaba al día siguiente nosotros le decíamos: "¿Papá, por qué haces esto?", y mi papá siempre su palabra era: "Perdonadme, perdonadme", yo ya estaba cansado. Durante ese año mi vida lo dediqué al fracaso, estaba estudiando en la SENATI (7), lo dejé, como vivía solo, todas las tardes tomaba con mis amigos, yo no les contaba, solamente lloraba, lloraba nomá, lloraba porque siempre me acordaba de mi pasado.

7. En todo mi cuerpo hay heridas, cada herida es una historia, pero así como me pegaba mi hermano, yo también les pegaba a mis hermanitos. Mi hermanito Delvis se llevaba más con mi hermanito Jordan, los dos eran inseparables donde sea, y tal vez eso me daría cólera a mí. Cuando no había nadies en mi casa yo les pegaba, simplemente no me sentía tranquilo, buscaba algo o me desobedecían, yo les pegaba, lo pegaba a mi hermanito. Me acuerdo que un día yo le estaba pegando a mi hermanito menor y él me dice: "Ya déjale, déjale". Yo le digo: "Tú no te metas". "Qué vas a hacer", me dice. Entonces yo lo golpeo y lo aviento contra la pared, [llora] lo desmayo. Me asusté en ese momento, yo decía: "Ya lo maté, lo maté". Solamente se había desmayado, yo me salía, me ponía a llorar, ya no quería vivir [llora] porque yo era tan igual que mi hermano, malo era, era muy malo. A mi otro hermanito yo le pegaba hasta verlo sangreando, y cuando renegaba no estaba tranquilo hasta pegar a alguien, hasta que sangreara.

8. Cuando llegué a estudiar aparentaba ser otra cosa, aparentaba ser un alumno alegre, lleno de vida, pero llegaba a mi casa era otra cosa, era otro, la tristeza. Había un año en lo que no teníamos que comer, mi mamá estaba enferma, le habían detectado principios de cáncer al ovario, mi papá era tan malo que no se le compadecía mi mamá. Yo llegaba de la escuela me encontraba a mi mamita trabajando y yo le reclamaba a mi papá y él se hacía a la vista gorda, no ponía atención [llora]. Crecí cansado, de tanto dolor dentró a ser hermano, por unos años encontré la paz, encontré la tranquilidad, yo deposité toda mi fe en la hermandad para que mi mamá sanara. Después de un tiempo le hicieron otro análisis y le detectaron libre a mi mamá, ahí fue alegría, yo sólo sé que cuando me acuerdo siento ganas de destruir a todas las personas que me han hecho daño, ya no quisiera que nadies pase esto que estoy pasando yo.

9. Las historias de mis hermanos son aún más tristes, a veces mi papá tenía un favorito y ese favorito aprovechaba y nos hacía pegar, se inventaba cualquier cosa y nos hacía pegar, entonces nosotros esperábamos que se fuera mi papá y lo pegábamos. Mi hermanito, el último, era un llorón, le tocaba un poco y ya lloraba, entonces mi papá venía y sin preguntar por qué, con lo que encontraba nos golpeaba, a mí me jalaba mi oído, me dolía, me jalaba fuerte, otras agarraba un palo y me tiraba en las nalgas, a mí me ha tirado varias veces hasta no poder sentarme. Cuando en la noche estábamos jugando en la cama mi papá se renegaba, me hacía llorar mi hermano, entonces yo lloraba y mi papá me decía: "Ya, lárguense, mierda", fuera nos botaba en la noche. Afuera, cuando nos botaba, yo me quedaba, me ponía a llorar en la pampa o en la tierra, yo me ponía a comer la tierra, decía pa que pase mi pena y después de un rato mi mamá salía, nos abría la puerta escondido, entrábanos y dormíamos. Y él hacía como que nada pasaba y al día siguiente no nos decía nada, simplemente ya pasó.

10. Una vez estábamos tomando todos lonche y yo taba sentado al costado de mi hermano y él servía, y yo no sé si fue casualidad o fue a propósito, pero él me aventó la taza de agua hervida y me llegó en el codo de la mano derecha. Todos en la desesperación me jalaron la chompa y se llevaron pedazos de mi piel, me provocaron una herida, una quemadura que durante dos años no sanó, hasta hoy tengo la cicatriz fea.

11. Yo no quisiera que esto le pase a nadies, por eso es que tengo bastante miedo yo en hacer lo mismo el día que tengue mis hijos. Ahora soy una persona libre, no soy católico ni tampoco evangélico, tengo una manera de creer en Dios diferente. Ya no sufro tanto, ya no me hacen sentir tan mal, solamente que cuando veo un niño que llora me acuerdo que yo lloraba así, cuando veo que a una mujer le están golpeando me acuerdo cómo le pegaban a mi mamá, cómo de vergüenza no tenía que salir de la casa cuando su ojo estaba morado. Hasta ahora, a veces se me vienen pensamientos de rencor, de odio, ganas de querer matar, solamente cuando me acuerdo me pongo a llorar y ya me pasa.


4. Tejiendo crueldad, afiliación y filiación

En toda sociedad hay espacios y usos de la crueldad admitidos: los rituales, el control social y los castigos, la guerra, la diversión y el mundo doméstico aceptan en alguna forma ocasionar dolor deliberadamente. En el hogar, el mantenimiento de la disciplina o el juego de los niños son momentos en los que se admite infligir dolor intencionadamente. Sin embargo hay límites sociales convencionalmente especificados que hacen que los usos del dolor en el mundo doméstico estén interiorizados en prácticas inconscientes que hacen posible negarlos como crueldad. Así, el mundo doméstico se convierte en un lugar dónde la crueldad no es admitida y el dolor intencionado toma formas lúdicas, pedagógicas o terapéuticas que escapan a la calificación como crueles. En la casa de Jim se han sobrepasado las disponibilidades (sea como castigo, ritual, recreo o descarga de la frustración) que ofrece el marco de las prácticas domésticas en el Valle. Todos lo saben y todos lo ocultan al exterior, la casa se ha convertido en un espacio interior donde ocurren cosas horribles en una atmósfera de pesadilla.


4.1. Narración de sufrimiento - 'En todo mi cuerpo hay heridas'

El relato de Jim está saturado de emociones. La ira que le atosiga tiene origen en la conciencia de la infancia perdida, de haberse convertido, gracias a los abusos del padre, en un joven turbulento y cruel. Comprender cómo el dolor emocional puede conducir a un intenso deseo de matar es una tarea que sobrepasa el trabajo analítico y que requiere, según afirma Rosaldo (1989), una experiencia personal intensamente dolorosa. Si se carece de esa experiencia, quizá sea suficiente utilizar la empatía y los relatos -de Rosaldo o de Jim- para asimilar que los deseos turbulentos, la aflicción y la cólera, hallen en la caza, en el complejo dolor-sangre-muerte, un paliativo de 'la ira poderosa que Jim encuentra en la pena'. Jim, como los ilongots, ha probado la cacería como cazador (y a diferencia de ellos también como cazado), ha buscado peleas, se ha convertido temporalmente al evangelismo, y finalmente, se ha confiado al paso del tiempo como un medio de aliviar las tensiones de la aflicción.

En lo que sigue, me centro en el análisis del uso y la fuerza cultural de algunas emociones con el propósito de entender el tejido de exposición, afiliación y transferencia de la violencia.


4.1.1. Narrativa de sufrimiento, narrativa de crueldad

El relato de Jim no usa el esquema emocional. Diversos sentimientos son suscitados por los acontecimientos (celos, envidia, culpa, amor, miedo, por citar algunos) y, aunque lo hacen con una fuerte carga afectiva, ninguno conduce a una respuesta planificada como requeriría el esquema para las emociones. La historia de Jim es una historia por acumulación, es una narrativa de sufrimiento. El sufrimiento que narra Jim es producto de la acción deliberada (y placentera) de causar (o recibir) dolor entre los miembros de la familia. Su relato es una narrativa cruel.


4.1.2. Emociones sin objeto: la conducta cruel y la emoción son un fin en sí mismo

En el párrafo séptimo Jim relata cómo abusaba de sus hermanos menores. Él es consciente de la inautenticidad de su tentativa de justificar su conducta mediante el esquema emocional. El deseo de provocar daño es una acción deliberada. Con ella se asocian dos emociones. La primera, como en la concepción de las emociones de William James (1884), es una justificación post hoc de la conducta abusiva, lo que la diferencia claramente del papel motivador que tienen las emociones en el esquema folk (Lutz 1987, 1990; Shweder 1994; White 1990) o en las teorías socio-psicológicas (Fiske 2002). La segunda es un resultado de la acción y la gratifica. La figura 3 representa un esquema para el ciclo de crueldad y los dos tipos de emociones asociadas.


Figura 3. Ciclo de crueldad.

Cuando una emoción liga causalmente un acontecimiento y una respuesta contribuye a dar sentido y significado a la experiencia, le ofrece un formato transmisible de persona a persona (Lutz 1990) y la fija a determinados objetos mediante la intencionalidad. En estos casos las emociones son sobre algo (Lazarus 1991) y sirven para predecir la conducta de los otros asumiendo que son agentes racionales, poseen una intención que guarda una relación lógica entre sus creencias y deseos, y ante la que es necesario adoptar una actitud de reciprocidad (Dennet 1987). Por el contrario, cuando la emoción es desencadenada por las conductas, la emocionalidad no puede cumplir esos objetivos, pues las emociones no son ya sobre algo, sino que son para algo (8). El ciclo cruel es endógenamente generado.

Con la conducta cruel y las emociones asociadas no se comunica ninguna intención o plan, excepto el de dañar. En términos comunicativos podríamos parafrasear a McLuhan (1967) y decir que el medio es el mensaje. La emoción no porta un sentido y un objetivo, sino que es el sentido y el objetivo. El objeto de las conductas crueles y de los apaciguamientos que tienen lugar en la casa de Jim es hacer "sentir al máximo", es decir, suscitar, infligir emociones y transferir el propio estado emocional entre los familiares. Haciendo sufrir se adquiere, a través de la empatía, un estado de energía y excitación suscitadas por la impotencia y dolor de la víctima, la experiencia del propio descontrol y el apaciguamiento que producen la sangre y la culpa. Para entrar en ese estado es necesario establecer una comunicación en la que se niega la simpatía dando entrada única a la gratificación de ser reflejo de las emociones desesperadas del otro. En otros términos, se cierra el cauce a una circulación recíproca de los sentimientos. Para cerrar ese cauce a la reciprocidad parece necesario desconectar las emociones de ciertas actividades del razonamiento moral y el autocontrol. Esta habilidad relaja la tensión a la que los niños son sometidos por el abuso del padre y es aprendida tempranamente a través de la imitación y el juego. Se trata de un juego feroz en el que se aprende el dispositivo básico de una sociedad desigual: la negación de la reciprocidad.


4. 2. Afiliación - 'comer la tierra'

Significativamente, y como es preceptivo en la cultura andina, la participación en esta red de negación de reciprocidad se hace en estricto orden de edad (9) y separación de género. Aunque la madre no se libra de los abusos del padre, Jim no hace ninguna referencia a ella como abusadora, ni ella recibe el abuso de los hijos. Sufriente en su relación con el padre, es refugio y protección para sus hijos.

La agresión continuada del padre crea una fuerte tensión en los hijos. Una vía de apaciguamiento es la agresión secundaria a los hermanos menores. La otra consiste en buscar diferentes formas de afiliación con la madre. La afiliación con la madre ofrece protección y mejora la calidad del cuidado que reciben los hijos. Pero en casos de violencia doméstica crónica los hijos no son meros espectadores, ni se identifican con quién (o con el sexo de quien) en cada momento le ofrece más recursos, como afirma B. Whiting (1965). Según la teoría de la envidia de status y afirmación de la masculinidad, la identificación se hace en términos sexuales-económicos, con una madre envidiada por su control de los recursos, el conflicto se produce en términos de identidad sexual, y se resuelve promoviendo una conducta agresiva y hostil generalizada que se pretende más masculina interculturalmente. En el caso de una mujer maltratada es difícil imaginar cómo el hijo puede percibir el status de su madre como envidiable. Mi propuesta es que la afiliación del hijo con la madre se produce en el nivel emocional: la identificación se hace a través de la simpatía, se realiza en términos morales con una madre maltratada, el conflicto se produce en términos de justicia y se resuelve aliándose con la madre y mediante el recurso a la rebelión contra el padre. Por ello, aunque la identificación con la madre comienza en la primera infancia a través de la protección que recibe de ella, esta se refuerza y toma una dimensión de reciprocidad cuando los niños desarrollan por completo sus habilidades lingüísticas y adquieren una conciencia moral que les capacita para comenzar a prestar protección a su propia madre. Una protección que puede llegar durante la juventud al enfrentamiento físico directo con el padre. Afiliación y protección recíproca fraguan una duradera alianza madre hijo. En términos de violencia, el resultado de esta alianza es la atenuación de la violencia física paternal, hasta que virtualmente desaparece. En términos de hegemonía doméstica, mientras la alianza del padre abusador y su madre (la abuela de Jim) declina, una nueva alianza madre-hijo despunta (la de Jim con su mamá).

La forma de conducta agresiva, cognitivamente hostil, impaciente ante las gratificaciones y emocionalmente polarizada que se transmite en las familias violentas (Handwerker 1996) no es fruto de una necesidad de desidentificación sexual a través de conductas hipermasculinas (Whiting 1965; Whiting 1960; Whiting y Whiting 1975), sino que forman parte de un sistema de relación interpersonal caracterizada por la negación de la reciprocidad y el bloqueo de la emocionalidad aprendida al ser objeto de abusos continuados.


4.3. Narrativa emocional: La rebelión contra el padre - "Cada herida es una historia"

En el párrafo sexto Jim utiliza una narrativa anidada para relatar el enfrentamiento con su padre. En lugar de una narrativa por yuxtaposición de hechos crueles, utiliza el esquema emocional. Por tanto, la emoción cumple un rol motivador (Lutz 1987, 1990; Shweder 1994; White 1990). En ese episodio, la paliza a la madre es el acontecimiento desencadenante, el enfado y el cansancio las emociones en juego, la pelea con el padre la respuesta. Jim afirma que ni la paliza ni el enfado eran muy diferentes a los que habían tenido lugar anteriormente. Y sin embargo, una ocasión más de violencia supone una acumulación insoportable, que el padre caiga por accidente muestra su vulnerabilidad, invitarlo a salir de la casa los coloca en terreno público y en una situación de iguales. Cambios casi imperceptibles y que por sí no poseen las condiciones de una causa, generan una revolución del sistema familiar. La narrativa es organizada como un evento de tipo catastrófico, una disposición idéntica de los acontecimientos genera una respuesta que rompe con la continuidad del comportamiento y da como resultado un cambio de estado doméstico. El esquema emocional (figura 4) tiene capacidad para dar entrada a todos estos detalles, los hace comunicables según el punto de vista moral del narrador, les da intencionalidad, es decir los hace legibles como un plan, establece sus condiciones y las relaciones sociales envueltas, además de señalarnos dónde se está utilizando conocimiento implícito sobre el contexto de la situación (White 1990).


Figura 4. Narrativa emocional. Esquema y actos de habla.

El narrador moral del relato, Jim, afirma que la violencia que ejerce no está motivada por la gratificación que pudiera recibir de las muestras de dolor de su padre. En este código narrativo, la violencia tiene un valor funcional manifiesto, sirve para la defensa de la madre y se ejerce a causa de la palabra dada: "No voy a dejar que lo peguen". Además de la asunción implícita de la justicia de su causa, las condiciones para hacer realidad la promesa, son, por un lado tener edad suficiente; por otro, librarse de las inhibiciones culturales que le impiden faltar al padre mostrándose agresivo. Hasta el momento su táctica ha sido aplacarlo dentro de la casa, ese día lo invita a salir de ella, en un espacio neutral le dirige las palabras "hasta aquí has sido mi padre", que le niegan su autoridad y le permiten enfrentarse físicamente con él. Lo derrota, llora el padre vencido y llora él al recordarlo. Las relaciones significativas implicadas, además de la que queda rota por la pelea, son las que mantienen cada una de las madres con sus hijos. A consecuencia de la pelea es echado de la casa y, aunque días después el padre pretende hacerse perdonar, como si fuera la misma clase de evento violento que los ocurridos hasta ese momento, Jim no contesta, no está dispuesto a fingir y perdonar una vez más. El cansancio le hace romper con el patrón de acontecimientos que lo producen, conduciéndole a un uso agresivo del enfado y a una ruptura definitiva.


4.3.1. Performatividad

La escisión narrativa que practica Jim al usar un esquema emocional para relatar la pelea con su padre no es gratuita. Rosenberg (1990) propone que las emociones sirven a los actos de habla. La noción de acto de habla fue establecida por Austin (1962). Pretendía diferenciarlo de las emisiones descriptivas o declarativas que tienen un valor de verdad. Avisar, excusar, invitar u ordenar son actos de habla, en lugar de verdaderos o falsos son acertados o no, oportunos o inoportunos. Uno de los tipos de actos de habla son los performativos, en los que la acción es realizada por la emisión misma. Jim encadena dos pronunciamientos performativos en su narrativa (figura 4). Aunque no los nombra, ambos se realizan en primera persona, reflejan los rasgos fundamentales del contexto de violencia en relación a los actores fundamentales y son realizadas a través de verbos que establecen una forma dialogada: 'yo decía, yo dije'. En el primero de ellos -"No voy a dejar que lo peguen"- promete defender a su madre. En el segundo - "hasta acá has sido mi padre" -, condena la conducta del padre. En consonancia con la clasificación de los actos de habla de Sedgwik y Parker (Sedgwik y Parker 1995; Sedgwik 2003) el primero es una emisión performativa promisoria, que describe como el mundo debe ser en el futuro -exento de violencia paternal. Y el segundo, la condena, es una emisión performativa transformadora, que crea un cambio instantáneo en el estatus personal y en el medio en el que se produce: Jim cumple la promesa hecha a la madre, queda sin padre, se agudiza el antagonismo con la abuela paterna, es perseguido por la autoridad y expulsado de su casa. Su transgresión le introduce en un estado liminal que denomina: "un año de fracaso".

Ligar estos dos actos -promesa y condena- en la rebelión contra el padre, tiene consecuencias en el universo personal de Jim. La promesa de proteger se hace en función de la identificación moral con su madre y con ánimo de responder recíprocamente a la protección que ella le ha brindado. Pero cumplir la promesa exige condenar a su padre, es decir, romper la norma cultural que le exige respetar su autoridad. Jim, que ha sido criado recibiendo mensajes contradictorios cuyo leitmotiv podría ser 'respeta a un padre despreciable', se ve inmerso en el dilema entre la promesa y la condena. Aunque él lo afronta, y falla a favor de su madre, pronto recibe la presión del padre, de la abuela y, a través de su denuncia, de las autoridades para que revoque su actuación performativa. No lo hace y se mantiene en el incumplimiento de la obligación social de respeto al padre. Una obligación que, además, ha sido inculcada a través del abuso sistemático, lo que conduce a una situación de estrés acrecentada. La ansiedad de la situación se calma momentáneamente cuando las consecuencias de su acción (la disminución de la violencia y el apaciguamiento de la tensión familiar) le reafirman en que ha realizado la opción justa. No obstante esta calma es transitoria, pues depende de que cumpla la promesa de defensa a la madre en cada ocasión en que esta se vea amenazada. La madre puede apaciguar o avivar el conflicto, pero no resolverlo.

Es de notar que la violencia del padre ha convertido dos mensajes coherentes en la visión del mundo doméstico andino -defiende y respeta a tus padres- en dos demandas culturalmente antagónicas: para defender a tu madre debes condenar a tu padre. Jim queda apresado en un doble vínculo en el que dos exigencias con un diferente nivel de abstracción se niegan mutuamente (Bateson 1972). Respetar al padre es incumplir con la madre, cumplir con la madre es romper con una norma o un cauce de acción convencional del mundo doméstico. Jim desearía cumplir ambos, pero ello no es posible, permanecerá transgrediendo una obligación social y cegando un curso de acción, en tanto no sea capaz de salir de la trampa que le tiende el doble vínculo. Sólo replanteando e interpretando el conflicto dentro de un marco de referencia mayor podrá acabar con él.

En el año 2010 Jim formó pareja con una joven de Quilcas, van a tener un hijo, pero no saben si ir a vivir a casa de sus padres, a la de la madre de la chica, o buscar residencia alejada de ambas familias. Su padre 'no hace más problemas', pero la experiencia muestra que el servinakuy, el periodo de convivencia a prueba, en el que la nuera está a las órdenes y bajo la supervisión de su suegra, genera intensos conflictos entre ambas en los se verán enfrentadas y las dos recurrirán a Jim situándolo ante un conflicto de lealtades. Por demás, Jim es un marido inexperto que desea ser un padre y un marido respetado, es también un hijo abusado cargado con la deuda de una promesa moral con su madre; una madre que es, desde, y gracias a la rebelión de Jim la cabeza de la casa. Y la casa andina es una formación ideológica total que contempla a la pareja en términos complementarios y que instaura en el mundo doméstico un vínculo doble básico en términos de poder entre mujer y marido: 'dependes de mí para ser la autoridad'.


5. Conclusión: Coming-of-age en los Andes

En la coda de su relato, Jim recapitula sus circunstancias presentes e intenta obtener ayuda para interpretar y resolver su preocupación actual: "Es que tengo bastante miedo yo en hacer lo mismo el día que tengue mis hijos". Para facilitar la tarea nos ha ofrecido un relato sobre su pasado en el que, controlando el proceso de producción, intenta conectar efectos con causas para obtener una explicación. Pero no nos equivoquemos, ni las narrativas son una medida fiable de la correspondencia de su contenido con los hechos pasados, ni su estructura se corresponde con la de la realidad (Álvarez 2008). En la construcción de una narrativa, los episodios recordados y los olvidados, las evaluaciones emitidas, los procesos que postula el autor -emociones, introspecciones, deseos y pensamientos- están al servicio de la construcción y presentación de un yo. Esta necesidad de narrar responde a la pretensión de darle sentido a la propia conducta y hacerla socialmente aceptable. En este sentido el relato grabado por Jim puede ser considerado un mensaje metacomunicativo, es decir, una comunicación que trata sobre el proceso de comunicación (Bateson 1972). Con su relato me interpela sobre si es posible construir una narrativa culturalmente adecuada para su experiencia. El hecho es que, cuatro años después de la pelea con el padre, su relato es aun insatisfactorio. Ha situado una narración emocional, todavía bloqueada por el doble vínculo, en el centro de una serie de narrativas de sufrimiento que oscilan entre el deseo de obtener prestigio por sus padecimientos y la culpa por el daño causado. Necesita una narrativa lograda porque, en el mundo andino, es una herramienta cultural que contribuye a la reparación de un yo dañado por el sufrimiento. Esta se confecciona mediante prácticas discursivas dialógicas que conducen a la reducción de las incoherencias emocionales, la transformación de los procesos cognitivos, y la inclusión de los puntos de vista de otros. Y tiene usos concretos, como en las reclamaciones públicas, o genéricos, como la autopresentación social como una persona digna de estima y reciprocidad.

Cada cultura tiene sus propios procedimientos de adjuntar conocimiento y sentimientos a las narrativas que intentan dar sentido a las experiencias de sufrimiento. Y cada una admite en diferente medida que se expresen lingüísticamente experiencias inaceptables. Jim crea una narrativa en la que da cabida a sus dos preocupaciones. Mientras la narrativa emocional refleja que hay algo erróneo en su relación con el contexto doméstico, las narrativas de sufrimiento reflejan la conciencia de Jim que hay algo erróneo con su cuerpo (Levy 1984: 221). La primera, muestra la solución culturalmente inestable que ha dado a las injusticias de su padre. Las segundas, son una historia de de-formación. Conjuntamente forman un bildungsroman irresuelto en el que abuso del padre es internalizado psicológica y moralmente en la infancia, y en el que, si bien la rebelión juvenil contra el padre da sentido a su experiencia como abusado, no tiene un efecto liberador, ya que agrava el sinsentido y la culpa de su experiencia como abusador.




Notas

El trabajo de campo presentado en este artículo fue financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación de España, Plan I+D+i, proyecto SEJ2005-09344, Formación e Incorporación de Investigadores, BES-2006-13456, ayuda por la que estoy agradecido. Así como lo estoy con UNICAJA por su apoyo en la transcripción de las entrevistas. Me gustaría agradecer a las personas del Valle que me permitieron aprender de su experiencia. Y dar especialmente las gracias a Arturo Álvarez Roldán.


1. Un 61% de las mujeres han padecido violencia física, y un 69% han padecido violencia física, sexual o ambas a lo largo de su vida en el entorno rural; 49 y 51 por ciento, respectivamente, en las zonas urbanas (Organización Mundial de la Salud 2005: 7). La violencia está desigualmente distribuida por zonas geográficas, pisos ecológicos y origen étnico; en Junín, departamento en el que tuvo lugar la investigación, en el año 2000 el 46,9% de las mujeres había sido víctima de violencia doméstica (Berrocal y otros 2006). Vara Horna (2002) afirma que en Huancayo, capital del departamento, el 30,8% de los padres y el 31,2% de las madres agredió psicológicamente a sus parejas, mientras el 78,1% de los padres y el 90,4% de las madres castigó psicológicamente a sus hijos y el 44,7% de los padres y el 58,6% de las madres los castigó físicamente, al menos una vez en los últimos seis meses.

2. La relación entre la violencia contra las esposas y el abuso infantil dentro del hogar ha sido establecida por algunos estudios (Bardales y Huallpa 2004; Straus 1977). Centrándonos en el Perú, la información sobre la prevalencia y factores asociados al maltrato infantil es incompleta. Bardales y Huallpa (2005) comparan la costa, la sierra y la selva del Perú. De los niños (9 a 11 años) entrevistados el 80,3% sufre maltrato físico o psicológico, mientras que los adolescentes (12 a 17 años) son el 75,4%. Los agresores son la madre/madrastra (71,9%), el padre o padrastro (63,4%), los hermanos/as (42,8%) y tíos/as (11%). Además, el 38,9% de los niños y el 37,8% de los adolescentes afirman que entre sus padres hay una relación que envuelve violencia física o psicológica. En Junín, departamento en el que tuvo lugar esta investigación, en el año 2000 el 46,9% de las mujeres había sido víctima de violencia doméstica (Berrocal y otros 2006). Vara Horna (2002) afirma que en Huancayo, capital del departamento, el 30,8% de los padres y el 31,2% de las madres agredió psicológicamente a sus parejas, mientras el 78,1% de los padres y el 90,4% de las madres castigó psicológicamente a sus hijos y el 44,7% de los padres y el 58,6% de las madres los castigó físicamente, al menos una vez en los últimos seis meses. Arnillas y Pauccar (2004) en un estudio realizado parcialmente en Quilcas y San Pedro de Saño, distrito del que es originario el joven que relata su historia en este artículo, afirman que el 83,1% de los niñas y niñas encuestadas manifiesta haber sufrido castigo por parte de sus padres, las muestras de cariño escasas y su trabajo valorado.

3. En este artículo me centro en las narrativas emocionales y de sufrimiento porque aunque las teorías mágicas son utilizadas en algunas historias de violencia, lo son anecdóticamente, como cuando una informante requiere ayuda para predecir la inminencia de la muerte de su marido a través de la interpretación de sus sueños.

4. La teoría folk es negada por la hipótesis James-Lange (James 1884; Lange 1885), según la cual, la emoción no es un antecedente, sino que es consecuencia de las conductas. De este modo las emociones sirven para explicarnos nuestras propias acciones. Así, por ejemplo, un individuo no recurre a la violencia porque siente celos de su esposa, sino que siente celos para justificar, post hoc, que la está maltratando. Aunque sugestiva para los casos de crueldad, la hipótesis James-Lange no es dominante en el estudio de las emociones.

5. Lakoff y Kövecses (1987) ciertamente hablan del esquema de enfado norteamericano. Sin embargo Lakoff y Johnson (1980) reivindicaron que las metáforas conceptuales tienen una base en la experiencia corporal. Lakoff y Kövecses (1987) afirman que el modelo de enfado en Norteamérica se basa en metáforas de calor y presión prestando evidencia a su hipótesis de que las metáforas conceptuales se basan en una teoría cultural de la fisiología del enfado. Los conceptos usados para entender el enfado o la cólera, no son arbitrarios, sino motivados por nuestra fisiología y las metáforas o metonimias son incorporados de modo que ellos apuestan por la generabilidad del modelo.

6. La primera se puede definir como la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir, la segunda como la preocupación por los sentimientos del otro. Otros autores, por ejemplo Strauss (2004), dirían que la primera es el elemento cognitivo de la empatía, mientras la segunda sería el aspecto emotivo.

7. Servicio Nacional de Adiestramiento en Trabajo Industrial.

8. La emocionalidad, en estos casos, no contribuye al significado de la experiencia, la persona cruel niega a los otros una posición de reciprocidad en la circulación emocional, se desinteresa por su racionalidad, sus creencias y deseos. La conducta del otro se intenta hacer predecible imponiéndole un papel de víctima.

9. Excepto durante las ocasiones en las que el padre juega a tener un favorito, y castiga en su nombre. Este refinamiento, ofrecer a sus víctimas la oportunidad de ser vicariamente él, es una notable evidencia de la crueldad como una manifestación de un yo obsesionado por su reflejo en otros.




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Recibido: 14 diciembre 2011  |  Aceptado: 15 enero 2012  |  Publicado: 2012-01


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